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Capítulo 5

Sofía fue abrazada por Salvador y la sentó en el auto. Él besó suavemente la coronilla de su cabeza y habló con compasión: —Sofía, este asunto fue algo que Emilio mandó hacer. Estaba ofendido porque difundiste el video íntimo de Valeria y, además, la obligaste a saltar al mar. Ya hablé con él; dijo que a partir de ahora este asunto quedaba zanjado y que no volvería a ir en tu contra. Sofía estaba como un pájaro asustado; los dientes le castañeteaban sin parar. No fue hasta escuchar las palabras de Salvador cuando pareció despertar de un sueño y lo miró con terror. El corazón de Salvador se tensó inexplicablemente. —Sofía, sé que has sufrido, pero Emilio tampoco permitió que te hicieran nada de verdad. Si sigues siendo tan quisquillosa, sería una total ofensa para la familia. El dolor de Sofía llegó a su límite y, en cambio, se transformó en calma. —De acuerdo, ya lo sé. Ella no iba a discutir más. No podía vencerlo, así que lo dejó ser. Aquella noche, Sofía tuvo una fiebre alta; por momentos sentía frío y al instante calor, y el sudor que brotaba empapó por completo la ropa de cama. Las escenas de humillación sufridas durante el día se repetían sin cesar en sus sueños, haciéndola sentir como si estuviera en el infierno. Después de despertarse sobresaltada una vez más, se levantó con dificultad para bajar a servirse agua, pero entonces escuchó la conversación entre Salvador y Valeria que provenía de la habitación contigua. —Salvador, siempre has sido quien mejor me trata. Al saber que estaba molesta por lo del video, buscaste a alguien para tomarle fotos desnuda a Sofía y vengarte por mí. —Solo que, de esta manera, si Sofía llega a saber la verdad, ¿no se sentirá triste? —Su tristeza no tiene nada que ver conmigo. —En la voz de Salvador había un profundo sarcasmo—. Además, ¿quién le mandó ser tan desagradecida, romper a propósito la corona fénix y hacerte sentir mal? Los ojos de Sofía ardían como si se estuvieran quemando. Se dio la vuelta y regresó a su habitación, mientras las lágrimas le corrían por toda la cara. Ella había creído que lo que él dijo en el auto era verdad, que todo lo que había sufrido había sido instigado por Emilio. Nunca imaginó que Salvador volvería a engañarla una vez más. Al día siguiente, Salvador tomó la iniciativa de llevarla a una subasta. —Mandé a reparar la corona fénix y se la di a Valeria, así que ahora te compraré algunas piezas más para compensarte. Sofía no quería ir. Ni siquiera quería a Salvador como persona; ¿cómo iba a querer las cosas que él le regalara? Pero Salvador no le dio oportunidad de negarse; la arrastró con firmeza hasta el auto y la llevó a la subasta. … La subasta se celebró en el hotel más exclusivo de San Francisco; quienes entraban y salían eran todos miembros de la alta sociedad. Valeria llevaba un vestido de alta costura; su cabello negro caía sobre sus hombros y se veía especialmente delicada y encantadora. Al verla, por el fondo de sus ojos pasó un rastro de burla disimulada, y habló con docilidad. —Hermana, dime qué es lo que quieres. Te compraré todo como compensación. Al escuchar eso, las personas conocidas comenzaron a preguntar una tras otra. —Valeria, ¿qué le pasó a tu hermana para que tengas que compensarla? —Valeria es demasiado generosa; yo también quiero una hermana así. —¿Todo? Valeria, ¿todavía nos dejaras algo? Valeria rio, con una risa como el tintinear de campanas de plata. —Mi hermana es realmente digna de lástima; ayer fue capturada por varios hombres y llevada a un club privado… Al llegar a ese punto, fingió cubrirse la boca. —Ay, ¿dije algo que no debía? No hagan conjeturas al azar; lo que acabo de decir fue solo un disparate mío. Pero aquella explicación sonó más bien como un intento torpe de encubrir la verdad. Las miradas de la multitud a Sofía se volvieron extrañas y cargadas de significado. Sofía ya no pudo quedarse allí ni un segundo más. Se dio la vuelta presa del pánico y se marchó a grandes zancadas. Caminó cada vez más rápido, hasta que casi empezó a correr. De pronto, alguien la agarró del hombro y la tiró hacia atrás. Era Salvador. Salvador miró la cara pálida y quebrada frente a él, y su corazón se ablandó involuntariamente. Pero al recordar a Valeria llorando desconsoladamente, aquel atisbo de compasión se convirtió de inmediato en cenizas. —Sofía, Valeria solo habló sin pensar. ¿A quién le estás mostrando esa mala cara? Además, al irte así sin más, ¿has pensado en cómo verán los demás a Valeria? Sofía, enfurecida hasta el extremo, soltó una risa amarga; el dolor le sacudía el pecho. —¿Y yo qué? ¿Acaso merezco que me miren con ojos extraños, que me conviertan en tema de chismes? Salvador se quedó momentáneamente sin palabras. —Ellos no conocen la verdad ni han visto las fotos. ¿Qué importa que te miren un par de veces? Sofía, ¿no puedes dejar de ser tan mezquina? Sofía casi lloró de risa. —¿Yo soy mezquina? Salvador, ¿puedes dejar de inclinar tu corazón de una manera tan injusta? El semblante de Salvador se enfrió de golpe; sus hermosas facciones se tornaron sombrías. —Si quieres irte, no te detendré. Pero conoces bien el carácter vengativo de Emilio. Si te atreves a hacer llorar a Valeria, él difundirá tus fotos desnudas para que todos se rían de ti. Piénsalo bien y decide con cuidado. Sofía sostuvo su mirada helada. Las lágrimas y la humillación brotaron al mismo tiempo, no tuvo más opción que regresar al salón de la subasta.

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