Capítulo 46
Apenas le habían quitado las gasas, todavía manchadas de sangre, y Ana, al ver las heridas entrecruzadas en la espalda de Javier, apretó con fuerza los labios.
José le lanzó una mirada a Javier y, en silencio, lo maldijo. ¿De verdad era necesario?
¿Tenía que esperar a que ella regresara, cambiarse las vendas delante de ella y dejarla ver esas heridas a propósito?
¡Javier no tenía un ápice de consideración!
Con movimientos rapidísimos, José volvió a vendar a Javier.
Ana, conmovida, tenía los ojos enrojecidos de tanto contener las lágrimas.
Los tres bajaron juntos a desayunar.
El ambiente en la mesa era demasiado silencioso.
José, intentando aliviar la tensión, dijo: —Sra. Ruiz, la comida que usted prepara está deliciosa. ¿Puedo venir más seguido a probarla?
—Claro que sí. La próxima vez que quieras venir, llámeme y le preparo más platos.
Esta vez Javier estaba herido, y el doctor José había ayudado muchísimo. Ana sentía que debía mostrarse más atenta con él.
José, con una sonrisa que cu

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