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Capítulo 8

Noelia tomó el celular de la asistente. En la pantalla, un hombre de mediana edad, canoso y demacrado, lloraba frente a la cámara. Ese rostro era a la vez familiar y extraño: sin duda, su padre, Gustavo Vargas. El mismo hombre que, cuando su madre estaba gravemente enferma, se llevó todo el dinero y desapareció sin dejar rastro. —¡Mi hija ahora es una gran empresaria, vive en una villa de lujo, y aun así deja a su propio padre vagando por las calles! La voz de Gustavo resonaba por el altavoz, cargada de un llanto forzado: —Su madre murió joven. Yo me esforcé tanto para criarla, ¡y ahora ni siquiera me da un plato de comida! Los comentarios en pantalla se desplazaban de forma frenética: [¡Una hija tan desagradecida merece un castigo divino!] [¡Tiene dinero para criar perros, pero no para mantener a su padre! ¡Increíble!] Desde la cuenta de Susana, además, aparecieron de golpe diez de los regalos virtuales más caros. [¡Apoyo a Gustavo! ¡Una hija ingrata debe ser expuesta!] Alejandro caminó rápido hasta la ventana. Abajo se había reunido una multitud de reporteros y curiosos, transmitiendo en vivo. Regresó apresuradamente hacia Noelia; en su mirada había una preocupación evidente: —No sigas mirando. Extendió el brazo para atraerla hacia su pecho: —Déjame a mí estas cosas desagradables, no te ocupes de esto. Pero antes de que pudiera abrazarla, Noelia se apartó suavemente: —Ahora no necesito consuelo. Se acercó a la ventana y observó con calma a la multitud reunida abajo: —La opinión pública ya está en ebullición, necesito actuar de inmediato. Regresó al escritorio y dio instrucciones a la asistente: —Contacta al abogado. Reúne los historiales médicos de mi madre, los gastos de entonces y los movimientos bancarios de Gustavo. En tres días convocaré a una rueda de prensa. Alejandro la vio entrar en modo trabajo; una sombra de desaliento cruzó su rostro: —No tienes que cargar con todo sola. Ella volvió a sentarse frente al escritorio y comenzó a ordenar documentos, sin responder. Al final, Alejandro salió en silencio del despacho y cerró la puerta con cuidado. Al oír sus pasos alejarse, la mano de Noelia se detuvo un instante sobre el bolígrafo. Ella también anhelaba un abrazo en el que apoyarse, pero ya no se atrevía a confiar en Alejandro. Durante los tres días siguientes, Noelia casi no durmió. Revisó los expedientes médicos y los comprobantes de pago de la enfermedad de su madre, localizó a antiguos vecinos y grabó sus testimonios. Incluso, a través de un abogado privado, consiguió los registros de Gustavo en distintos casinos a lo largo de los años. Al cuarto día, Noelia decidió convocar la conferencia de prensa. Ante los medios, presentó las pruebas con serenidad: —Este es el historial médico de mi madre. El costo total del tratamiento fue de 12,000 dólares. Durante ese período crítico, mi padre retiró todos los ahorros de la familia. —Dejó una deuda enorme y a una hija obligada a afrontar sola la muerte de su madre. —En los últimos diez años, Gustavo no dio señales de vida. Solo reapareció recientemente, cuando yo me encontraba en medio de una tormenta mediática. Con todas las pruebas expuestas, el murmullo entre los periodistas creció; el viento empezaba a cambiar. —¡Así que eso fue lo que pasó! Ese padre es realmente despreciable. —Parece que de verdad habíamos malinterpretado a Noelia. Al percibir el giro en la actitud del público, Noelia supo que era el momento. Ajustó el micrófono; su voz sonó firme y clara: —Sobre por qué mi padre eligió aparecer precisamente ahora, tengo aquí otra prueba. Activó el proyector. En la pantalla apareció un comprobante de transferencia bancaria. —Este es el registro de una transferencia de 75,000 dólares realizada por la señorita Susana a mi padre. —Y no solo eso: la señorita Susana también le prometió que, si cooperaba con ella, recibiría otros 150,000 dólares una vez logrado el objetivo. El auditorio estalló en exclamaciones: —¡Así que lo compraron! —¡Susana es realmente despiadada! Noelia, al ver la indignación generalizada, se preparaba para hacer su declaración final. Pero de pronto, en la zona destinada a la prensa se produjo otra agitación. Un reportero preguntó en voz alta: —Hace un momento el señor Alejandro publicó un comunicado ofreciendo disculparse en su nombre ante Susana y su padre, y asumir este asunto. ¿Cuál es su respuesta?

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