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Capítulo 9

Noelia quedó paralizada; los documentos casi se le cayeron de las manos. —La conferencia de prensa termina aquí. Alejandro entró a paso rápido y, entre sostenerla y arrastrarla, la sacó del escenario. Al cruzar la puerta de la sala privada, la cerró de un golpe. —¿Por qué no lo hablaste conmigo antes? Alejandro soltó su muñeca; en su voz se contenía un malestar evidente. —¿Tenías que exponerlo todo? ¿Sabes que así solo complicas aún más las cosas? Noelia se frotó la muñeca enrojecida y alzó la vista hacia él, con una sonrisa apenas perceptible en los labios: —¿Así que esta es tu solución? ¿Disculparte en mi nombre ante Susana y Gustavo? Ni siquiera estaba dispuesta a llamar padre a Gustavo. Alejandro inhaló hondo, intentando suavizar el tono: —Susana se equivocó, pero fuiste demasiado lejos. Hacer públicos los pagos con los que compró a Gustavo equivale a romper definitivamente con ella. El Grupo Reynoso y yo compartimos proyectos; una jugada afecta a todo. Se acercó un paso: —Cálmate y piénsalo bien. —En esta tormenta, yo quedo como la parte compadecida; incluso subieron las acciones. Sacaré a Gustavo del país. No volverá a aparecer. Noelia lo observó en silencio, observó la frialdad de su mirada mientras calculaba pros y contras. Un dolor sordo le oprimió el pecho. —¿Quieres que me lo trague otra vez? ¿Que me calle como antes, cuando me llamaban materialista? —¡Esto es diferente! ¡Es por nuestro futuro! Sacó de inmediato una chequera, escribió una cifra y se la tendió. La mirada de Noelia se detuvo un segundo en la hilera de ceros. Luego alzó los ojos hacia su rostro expectante. Sonrió y tomó el cheque: —De acuerdo, acepto. Alejandro quedó un instante desconcertado; no esperaba que cediera tan rápido. La tensión en su rostro se disipó. Extendió el brazo para abrazarla, pero ella se giró con sutileza y evitó el contacto. —Estoy cansada. Quiero volver a casa a descansar. De regreso a la villa, Noelia notó que había dos guardaespaldas desconocidos en la entrada. El mayordomo transmitió el mensaje con respeto: —El señor Alejandro ordenó que, durante estos días, usted descanse bien en casa y procure no salir. En ese instante, frente a la puerta cerrada, Noelia dejó escapar una risa baja. —Bien. Muy bien. —En sus ojos, la última pizca de calidez se extinguió por completo. Durante los tres días siguientes, Alejandro no se separó de ella ni un momento. Mandó traer las joyas más recientes de la temporada. Cocinó personalmente los platos que a ella le gustaban antes. Con la tableta en la mano, planeaba con entusiasmo un viaje de compensación. —Noelia, esta es la aurora boreal de Islandia. Viajamos en un par de días, ¿sí? Ella observó su perfil animado y, de pronto, recordó una noche de invierno de años atrás. Entonces no tenían nada, pero se tenían con sinceridad. En aquel departamento con corrientes de aire, él la abrazaba y decía: —Cuando tengamos dinero, te llevaré a ver los paisajes más hermosos. Alejandro notó su distracción y preguntó con preocupación: —¿Te sientes mal? Últimamente estás muy ausente. Ella volvió en sí y negó suavemente: —No, estoy bien. La mañana del tercer día, Alejandro tuvo que salir por una reunión urgente. Antes de irse, le acarició el cabello con ternura, con una expectativa evidente en la voz: —Los boletos ya están listos. Volamos a Islandia esta noche. Espérame, volveré por ti. Ella alzó la mirada y le dedicó una sonrisa dócil: —Está bien. Cuando la puerta se cerró, la sonrisa se borró de su rostro al instante. Con la excusa de comprar artículos necesarios para el viaje, pidió salir. Quizá porque había sido obediente esos días, los guardaespaldas aceptaron acompañarla. En el estacionamiento subterráneo del centro comercial, los hombres de Emiliano se deshicieron de los escoltas sin hacer ruido. Noelia subió de inmediato a otro auto. Una hora después, salió del Registro Civil con el certificado de divorcio en la mano. Diez años con Alejandro se condensaron, en ese instante, en el tacto helado entre sus dedos. No había nada que añorar. Desde el momento en que él empezó a ponerla a prueba, el final ya estaba escrito. Respiró hondo y reprimió la punzada amarga que no correspondía sentir. —Al hotel. El auto se detuvo frente al hotel. Al abrirse las puertas del salón de eventos, todas las miradas se clavaron en ella. Los flashes estallaron como una tormenta; los reporteros levantaron las cámaras uno tras otro. Noelia avanzó por la alfombra roja sin apartar la mirada. En el centro del escenario, Emiliano la esperaba, sonriente, con la mano extendida. Emiliano se giró hacia el público, alzó la mano de ambos entrelazada y anunció con voz clara y firme: —Ella es mi prometida, Noelia Vargas.

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