Webfic
เปิดแอป Webfic เพื่ออ่านเนื้อหาอันแสนวิเศษเพิ่มเติม

Capítulo 5

Lourdes miró el contrato y apretó los puños. La misma escena había ocurrido hacía unos años. "En ese entonces, él me obligó a firmar el traspaso de acciones del Grupo del Faro. ¿Tengo que enfrentar lo mismo otra vez?" "Se casó conmigo solo por la fortuna de la familia Suárez. Entonces, ¿esta vez qué busca?" "¿Es... Por las acciones de la familia Flores?" Cuando logró ver con claridad el contenido del contrato, hasta la esperanza más recóndita en su corazón se hizo pedazos. ¡Si no aceptaba ser su amante, usaría a Alicia para amenazarla! ¡Él no podía, de ninguna manera, poner los ojos en su hija! Se escuchó un ¡pa! Una cachetada dejó a Roberto atónito. Lourdes aprovechó el momento, se vistió con lo primero que encontró, lo empujó y salió corriendo. El mayordomo estaba en la puerta. Vio a Lourdes huir y, al regresar a la habitación, observó a su jefe y preguntó: —¿Sebo traer de regreso a la señorita? —No es necesario. La voz de Roberto mostraba un evidente cansancio mientras se presionaba las sienes. —¿Tú crees que hice lo correcto? Después de todo, ella fue quien causó la muerte de mi mamá. Yo no debería... —Señor, ¡su madre, desde el cielo, seguro no quiere verlo así! El mayordomo soltó un leve suspiro, sin saber cómo consolarlo. —Usted me vio crecer desde niño y era amigo de mi papá... Roberto dudó un momento y luego dijo: —Olvídalo, ordena que algunas personas la escolten de regreso. —Entendido. —Se retiró y cerró la puerta. Roberto se tocó la mejilla, se puso una bolsa de hielo y volvió a convertirse en el jefe frío y despiadado. —Quiero ver quién es ese hombre que logró que mi mujer me traicionara. Golpeó la pared con el puño y salió con un aura imponente. Salón privado del hotel. Cuando Roberto llegó, Alberto recién había ordenado que sirvieran la comida, actuando con total naturalidad, como si no existiera conflicto entre ellos. Una vez que todos salieron del salón, no pudo contenerse más y preguntó. —¿Qué le hiciste? Él bebió un poco de vino. —Entregar a la mujer que amas a mi cama... Eso sí que tiene mérito. —¿Qué demonios quieres decir con eso? ¡Seguro la obligaste tú! Alberto se levantó, fuera de sí, y le agarró el cuello de la camisa. Roberto lo empujó y se acomodó la corbata con calma. —Ella vino por su cuenta. Yo solo cumplí su deseo y le di una oportunidad. —No te creo. Quiero que venga a verme. Él se tranquilizó un poco, pero dijo, con los ojos enrojecidos: —Ella es mi mujer y si puede verte o no, lo decido yo. Roberto se rio con desprecio. —Además, está agotada. No tiene fuerzas para salir. —¡Eres un maldito bastardo! Alberto se lanzó, furioso, pero fue detenido por los guardaespaldas. Luchó con todas sus fuerzas y agarró una botella de vino para lanzarla. Un "¡crash!" se escuchó. Roberto lo esquivó con facilidad y dejó la copa sobre la mesa con calma. —Eso es todo lo que puedes hacer; nada impresionante. —Si tienes algún problema, enfréntame de frente. ¡No la metas a ella en esto! Al ver que Roberto se marchaba, él gritó con desesperación mientras forcejeaba. Esa frase hizo que se detuviera por un instante y se riera. —Ella es solo una compañera de cama. Deja de molestar o asumiré que todo esto es culpa de ella. Alberto solo pudo observar impotente cómo se iba. Golpeó la mesa con el puño y cayó desplomado en el suelo. Del otro lado. Lourdes salió tambaleándose, caminando bajo la lluvia. No sabía si lo que corría por su cara era lluvia o lágrimas. Caminó hasta que sus piernas no pudieron más, y se agachó al borde del camino llorando desconsoladamente. Lloró hasta quedarse sin fuerzas y, entonces, se dio cuenta de que la lluvia había cesado. Se levantó lentamente, alzó la vista y vio a alguien conocido. Las lágrimas que apenas había podido contener volvieron a caer. —Llévame a casa... Alberto la abrazó con ternura, con los ojos llenos de dolor. —Sí, vamos a casa. Él la cargó el auto, la cubrió con su abrigo y se marcharon. Cuando el auto se alejaba, una figura apareció en el lugar. Roberto sostenía un termo y un abrigo de mujer. El paraguas había caído al suelo, él apretaba con fuerza las cosas entre sus manos. Había encontrado a Lourdes, la había visto agachada llorando y solo pudo protegerla desde las sombras. Apenas había comprado lo necesario cuando Alberto se le adelantó. —¿Roberto? El chofer le habló con cautela al verlo ahí, de pie, tan solo. Roberto tiró todo en el basurero y regresó al auto. —Vámonos. Él pensaba que Lourdes era una mujer desleal. Alberto detuvo el auto y estaba a punto de despertar a Lourdes. Al voltear, notó que sus mejillas estaban sonrojadas y, al tocar su frente, estaba ardiendo en fiebre. Su expresión cambió. La cargó de nuevo, la llevó a la habitación sin siquiera explicarle nada a Alicia y llamó al médico privado. El doctor la examinó y le recetó unos medicamentos. —Ella tiene fiebre alta debido a un exceso de preocupaciones. Estas medicinas deben tomarse dos veces al día. —Alberto, ¿qué le pasa a mi mamá? Alicia quería jugar con su mamá, pero al verla tan mal, se detuvo, preocupada. —Tu mamá se enfermó por mojarse bajo la lluvia. ¿Hoy puedes dormir solita? Él le acarició la cabeza, con una expresión algo complicada. —Sí, ya soy grande, puedo dormir sola. Alicia, obediente, se inclinó sobre la cama y sopló. —Cuando yo estoy enferma y me duele algo, mamá me sopla y ya no duele. Al ver esa escena, él se sintió reconfortado. Dejó instaladas a ambas y se fue al estudio para ocuparse del trabajo. Estaba lleno de energía al principio, pero se dio cuenta de que la familia Barrera había cesado todas sus acciones, sin saber a qué se debía esa situación. La luz del amanecer se filtraba en la habitación. Lourdes despertó con un fuerte dolor de cabeza y, al confirmar que estaba en su cuarto, se levantó de inmediato. Apenas abrió la puerta, su hija se le lanzó encima. —¡Mamá! La abrazó con ternura y, al mirar hacia la sala, vio a Alberto. —Gracias. Vamos a desayunar juntos, ¿sí? Después del desayuno, no dudó en echar a Alberto de la casa. Él, resignado, solo pudo darle algunas instrucciones antes de irse, ya que aún tenía muchos asuntos pendientes en su empresa. —Mamá, ¿te duele? Te soplo un poquito. Al ver lo dulce y obediente que era su hija, no pudo evitar abrazarla con fuerza. —Déjame abrazarte un rato. Solo tenía a su hija, por eso no permitiría que nadie la lastimara. Lourdes acompañó a su niña hasta que se durmió, cuando se escuchó el timbre de la puerta. Fue a abrirla, solo para encontrar a alguien indeseable. Quiso cerrar la puerta, pero Natalia la detuvo con fuerza. —¿Así es como recibes a las visitas? ¡Con razón la familia Suárez se fue a la ruina! No tienes modales. ¿Eso te enseñaron tus papás? —¡No hables así de mis papás! Lourdes cerró la puerta con fuerza, atrapándole los dedos. —¡Ahhh! Gritó de dolor, pero, aun así, se metió a la fuerza. —Tú solo te convertiste en la esposa de Roberto porque lo sedujiste, ¿cierto? —Ustedes ya están divorciados. ¿Por qué sigues molestando a Roberto? —¿En verdad crees que, si te lanzas otra vez, vas a tener éxito? ¡No sueñes! La esposa de Roberto seré yo, tarde o temprano. Natalia hablaba mientras empujaba con fuerza a Lourdes. Ella se hizo a un lado y, aprovechando el movimiento, la jaló del brazo, logrando que cayera al suelo. —¡Coño! —Natalia, que llevaba tacones, se torció el tobillo y cayó sentada. —A pesar de que ustedes se conocen desde niños, igual no conseguiste su corazón. ¡No culpes a nadie más por eso! Lourdes le respondió, sin piedad. Lo que ocurrió en ese entonces seguía siendo una herida abierta en el corazón de Natalia. Pero, como Lourdes la reabría, no pensaba dejarla tranquila. —¡Todo es culpa tuya, maldita perra! Ella perdió el control, gritaba insultos y lanzaba todo lo que encontraba a su paso. Lourdes esquivaba los objetos mientras la miraba como si observara a una payasa. —Si no supiste cómo retener el corazón de un hombre, no me culpes por haberme casado con él. Después de todo, ya no tenía nada que perder. Conociendo las capacidades de esa mujer, sabía que tampoco lograría causar un gran escándalo. —¡Maldita perra! Natalia intentó ponerse de pie, pero el dolor en el pie solo le permitía quedarse sentada mientras gritaba. —¿A quién le estás diciendo perra? Ella, con desprecio, empezó a arrastrarla hacia la salida. —¡Te lo advierto! Roberto jamás te amó de verdad. ¡Se casó contigo solo por las acciones del Grupo del Faro! Natalia gritaba fuera de sí, fuera de control. Se escuchó una cachetada. Lourdes no pudo evitar reaccionar al oír el punto débil, y le dio una cachetada con la mano inversa. Natalia, incrédula, se cubrió la cara. —¡¿Te atreviste a pegarme?! —Me das asco hasta para eso. Aquí no eres bienvenida. ¡Lárgate de una vez! Lourdes, temblando de la rabia, cerró la puerta con fuerza. De pronto, Natalia escuchó la voz de una niña que parecía seguir diciendo "mamá". Se quedó perpleja y, antes de poder reaccionar, la puerta ya estaba cerrada.

© Webfic, สงวนลิขสิทธิ์

DIANZHONG TECHNOLOGY SINGAPORE PTE. LTD.