Capítulo 21
Dentro del taller de cerámica, todo había vuelto a la calma.
María manipulaba la arcilla de manera mecánica; los nudillos se le marcaban de lo fuerte que apretaba.
Silvia, sentada en silencio a su lado, la miró con preocupación.
—María. —Al fin no pudo contenerse y habló, con los ojos llenos de inquietud.
—¿Estás triste? Pareces muy infeliz.
María detuvo las manos por un momento y forzó una sonrisa: —No te preocupes, cariño. Estoy bien. Sigue haciendo tu cuenco.
Francisco le acercó un vaso de agua tibia, lo dejó suavemente junto a ella y preguntó: —¿Quieres descansar un poco?
Ella negó con la cabeza, centrando la mirada en el cuenco a medio hacer.
La forma irregular del cuenco reflejaba exactamente cómo se sentía en ese momento.
Los ojos enrojecidos de Diego y Ana, llorando minutos antes, no dejaban de aparecer en su mente, oprimiéndole el pecho.
—Están más delgados. —Murmuró, casi para sí misma.
Francisco no respondió, simplemente permaneció a su lado en silencio.
La luz del sol atrav

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