Capítulo 13
—¿Un precio? —Catalina se burló—. ¿Qué precio podría ser peor que pasar los días haciendo las tareas domésticas junto a las sirvientas, ser castigada por la familia y tener que seguir reglas estúpidas?
—No solo tenía que soportar las humillaciones de la abuela, también las de las empleadas. Si algo no era del gusto de doña Luciana, me negaban la comida, me encerraban, me golpeaban o me gritaban —agregó.
Catalina miró los finos y definidos rasgos del hombre frente a ella, y sus labios rojos dibujaron una sonrisa carente de calidez.
—Si doña Luciana estaba de buen humor, tenía la "misericordia" de darme las sobras que dejaban las sirvientas. Si me negaba a comerlas, era una derrochadora, una vergüenza para la familia Guzmán, una pecadora a los ojos de todos.
Aun así, lo aguantó todo, creyendo que si se esforzaba un poco más, tarde o temprano, doña Luciana terminaría por aceptarla.
Pero la realidad le enseñó que su sumisión solo provocaba que doña Luciana fuera aún más cruel.
Alejandro estaba inmóvil, sorprendido.
Apenas regresaba a casa unas cuantas veces al mes, y cuando lo hacía, era estrictamente por asuntos laborales. Siempre se marchaba enseguida.
No tenía idea de cómo Catalina había vivido todo ese tiempo con su abuela.
Catalina se puso de puntillas, acercando su rostro pálido al oído del hombre. Su aliento era suave y perfumado.
—En la familia Guzmán, el puesto de señora Guzmán vale menos que un perro. Si fueras tú, ¿te disculparías?
Acababa de ducharse y aún tenía el cabello húmedo.
Una fragancia fresca y delicada flotaba en el aire entre los dos, colándose en su respiración.
Los ojos de la mujer brillaban con una luz afilada, intensa y desafiante.
Los profundos ojos de Alejandro se oscurecieron de repente.
¿De verdad esta era la Catalina que le había causado tanto rechazo con solo verla?
Tuvo que admitirlo: en ese momento, ella había conseguido captar por completo su atención.
—¿Ese es tu objetivo? —Alejandro le sostuvo el mentón, acercando su rostro apuesto al de ella. Su voz sonaba ronca, cargada de tensión. —¿Estás intentando seducirme?
Después de tres años de matrimonio, Catalina no necesitaba adivinar. Sabía perfectamente lo que significaba ese fuego encendido en sus ojos.
—Si no puedes controlar lo que te pasa de la cintura para abajo, no culpes a las mujeres. Eso solo demuestra lo poco hombre que eres.
Los ojos oscuros de Alejandro se entrecerraron; una sutil amenaza comenzaba a emanar de él.
Curvó los labios de repente y esbozó una sonrisa.
—¿No fue una provocación tuya decir frente a mi abuela que yo no servía para nada?
De pronto, la empujó contra la pared, inclinándose sobre su rostro delicado y pálido.
—Si eso es lo que querías... Catalina, lo lograste.
Bajó la cabeza con intención de besarla.
Los ojos de Catalina se contrajeron, pero ese beso acabó cayendo en su mejilla.
Alejandro se detuvo un instante, y en sus ojos profundos como el océano apareció una chispa de burla y sarcasmo.
—Por la mañana dices que no sirvo, y por la noche me rechazas a propósito... ¿No te cansas nunca de tus juegos, Catalina?
Estaban demasiado cerca, en una posición tan íntima que podían sentir la respiración del otro con total claridad.
Si esto hubiera pasado antes, Catalina habría estado tan feliz que no lo habría podido ocultar.
Porque cada vez que Alejandro se acercaba a ella, lo hacía con frialdad, sin un solo gesto de ternura.
Pero ahora... Catalina solo sentía un rechazo indescriptible.
Su mirada se volvió helada. —Tu abuela está hospitalizada por el disgusto que le causé, ¿y todavía te quedan ganas de perder el tiempo por calenturiento? Si doña Luciana se entera, seguro se desmaya del coraje otra vez.
Alejandro no alcanzó a responder; su teléfono comenzó a sonar.
Sacó el móvil y, al ver el nombre en pantalla, sus ojos se oscurecieron ligeramente.
Catalina echó un vistazo y esbozó una sonrisa sarcástica.
Alejandro notó la burla en su mirada, y su expresión se endureció aún más.
La soltó y contestó la llamada.
—Alejandro, ¿dónde estás? —preguntó la voz melosa de Valentina al otro lado de la línea.
—¿Qué pasa? —respondió él con frialdad.
—La abuela acaba de despertar, pero está muy alterada... Florencia y yo no logramos calmarla. Será mejor que vengas, tengo miedo de que le pase algo.
—Voy.
Al colgar, Alejandro miró a Catalina.
—Catalina, si descubro que todo lo que dijiste fue mentira, te juro que no te lo voy a perdonar.
En ese momento, todo rastro de deseo había desaparecido de sus ojos, reemplazado por su frialdad habitual.
Catalina sonrió, con una arrogancia segura de sí misma en la mirada.
—¿Y si no me perdonas, qué? Fueron esas dos sirvientas las que empezaron. Yo solo actué en defensa propia. Si el señor Alejandro quiere llamar a la policía para arrestarme, lamento decepcionarte.
—Ah, cierto... ¿no grabó Florencia un video? Si decide editarlo a su conveniencia y subirlo a las redes para atacarme, tampoco me importaría subir todo lo que sufrí dentro de la familia Guzmán.
—Estoy segura de que mucha gente tendría curiosidad por saber cómo es, en realidad, la vida dentro de una familia así.
La familia Guzmán tiene cámaras de seguridad. Si Alejandro quisiera investigar, podría ver todo lo sucedido.
Pero nunca le había importado lo que pasaba con ella. Jamás.
Alejandro la miró fijamente por un largo momento y, al final, se marchó sin decir nada.
...
Tal vez, al comprobar que ella no había mentido, Alejandro no volvió a buscarla.
Parecía que el asunto había quedado zanjado.
Ese día, Catalina recibió una llamada de Ignacio.
—Ya revisaste todos los documentos de la transición, ¿verdad? Mañana pienso anunciar oficialmente tu nuevo cargo.
Catalina se detuvo al pasar las páginas. —¿Tan pronto?
—¿Y qué tiene de malo? Así terminas el proyecto antes del divorcio y no tendrás más vínculos con Alejandro. ¿O acaso quieres seguir enredada con él?
Catalina sabía que solo era una excusa de Ignacio para quitárselo de encima.
No lo expuso y simplemente dijo: —Está bien.
—Por cierto —añadió Ignacio—, ¿es cierto que la abuela de Alejandro volvió a buscarte problemas hace unos días?
Catalina respondió con calma: —Ya me encargué de eso.
—Tengo entendido que doña Luciana siempre te ha despreciado por no tener apellido ni estatus, que te ha criticado públicamente todo este tiempo...
Catalina guardó silencio unos segundos. —Eso ya quedó atrás.
Ignacio dijo: —Catalina, esas humillaciones no van a quedar impunes. No mientras yo esté aquí.
Ella no le dio demasiada importancia. —De eso hablamos después.
Al colgar, Ignacio le dijo a su asistente: —Confirma todos los detalles de la fiesta de mañana. Y asegúrate de entregar personalmente las invitaciones a doña Luciana y a Alejandro. ¿Entendido?
El asistente asintió, aunque con cierta duda en la voz, dijo: —¿Jefe Ignacio... piensa revelar públicamente la identidad de la señorita Catalina mañana?
Ignacio esbozó una leve sonrisa. —Catalina ha sufrido demasiadas humillaciones en la familia Guzmán solo porque creen que no tiene apellido ni respaldo familiar. Por eso se han atrevido a pisotearla.
—Ya que Catalina ha decidido divorciarse de Alejandro, no hay por qué seguir guardando las apariencias.
El asistente asintió con firmeza. —Tiene razón. La señorita Catalina ha sido demasiado discreta todos estos años. Ya es hora de que esa gente que solo sabe abusar de los débiles reciba una lección.