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Capítulo 6

Alejandro la miraba como si estuviera viendo a una persona irracional y caprichosa. —¿Por qué debería admitirlo si no lo hice? Catalina por fin lo entendía: un hombre infiel nunca reconoce. Ni siquiera si lo atrapas en el acto, siempre encontrará alguna excusa. Catalina no tenía ganas de seguir discutiendo. Sacó un documento de su bolso y se lo arrojó con fuerza a Alejandro. —Este es el acuerdo de divorcio. Léelo, y si no tienes objeciones, fírmalo. Desde que se recuperó, Catalina no había salido de casa. Planeaba ir mañana a la casa de campo a recoger sus cosas, por eso había guardado el documento en su bolso con anticipación. Ya que se encontró con Alejandro en ese lugar, decidió entregárselo. Las palabras ofensivas de Catalina y la forma en que se atrevió a confrontar a la abuela ya habían molestado bastante a Alejandro. Y el hecho de que usara repetidamente la amenaza del divorcio lo tenía aún más irritado. —Catalina, no te pases de la raya. Justo después de decirlo, vio el documento que ella le lanzó. Las palabras "Acuerdo de Divorcio", bajo la luz del farol, resaltaban con una claridad hiriente. Alejandro se quedó en silencio y rápidamente echó un vistazo al contenido. Al llegar a la última página, ahí estaba: la firma de Catalina estampada con firmeza. La mirada de Alejandro se volvió profunda, como un pozo sin fondo. ¿De verdad había preparado ya el documento? ¿Era solo otro de sus juegos... o...? —Catalina... Justo cuando iba a decir algo, ella lo interrumpió con indiferencia. —Si crees que esto es otro de mis trucos, entonces... mañana a las nueve, nos vemos en el Registro Civil. Los ojos oscuros de Alejandro se oscurecieron aún más. Y enseguida habló. Alejandro soltó una risa fría. —Primero hiciste de todo para que me casara contigo, y ahora, ¿quieres divorciarte? ¿Qué soy yo para ti, Catalina? La respuesta de Alejandro dejó a Catalina sin palabras. —Alejandro, ¿tú no me quieres, verdad? El hombre no dudó ni un segundo. —No. —Si no me quieres, y ahora que Valentina ha vuelto al país a buscarte, parece que... no estaría mal ser un hombre divorciado. Entonces, si nos separamos, ustedes podrían estar juntos sin esconderse, ¿no? La voz de Catalina se detuvo, y en sus labios se dibujó una sonrisa sarcástica. —¿O es que al señor Alejandro le gusta más la emoción de lo prohibido? De pronto, él inclinó la cabeza. Su rostro, impecablemente atractivo, se acercó a su oído. Una fragancia fría como el cedro la envolvió lentamente, colándose en su respiración. Catalina contuvo levemente el aliento. —¿Sabes bien por qué no me divorcio de ti? Estoy seguro de que tú lo tienes más claro que yo. Las pestañas de Catalina temblaron sutilmente. —Alejandro, ¿qué estás diciendo? —Catalina, ¿de verdad no lo sabes? —murmuró él cerca de su oído—. Si no fuera porque presionaste al abuelo para que, con acciones de la empresa como chantaje, nos impusiera que no podríamos divorciarnos durante tres años si no teníamos un hijo... y que de hacerlo, mis acciones en Grupo Andino quedarían congeladas para siempre... ¿tú crees que habría soportado tanto tiempo contigo? Su voz, baja y serena, era como perlas de hielo cayendo sobre una bandeja: fría, nítida, encantadora. Pero cada palabra suya era como un soplo helado que se colaba en el pecho de Catalina. Sintió las manos y los pies completamente fríos. ¿El abuelo Jorge... le prohibió divorciarse? Catalina jamás había oído al abuelo mencionar algo así. Ahora entendía por qué, incluso después del regreso de Valentina, Alejandro jamás habló de separarse. Ahora entendía por qué nunca se negaba a acostarse con ella. Ella, ingenuamente, se había convencido de que Alejandro aún la veía como su esposa, que tal vez, le quedaba un atisbo de cariño. Porque si no la quería, ¿por qué seguiría tocando a una mujer que no ama? Resulta que todo era porque... quería que quedara embarazada. Al pensar en aquel hijo que jamás llegó a nacer, Catalina sintió una punzada de dolor en el pecho. Alzó la mirada hacia Alejandro. —Si llegara a tener un hijo de la familia Guzmán, ¿acaso me desecharías en cuanto naciera? La voz del hombre fue tan fría como la muerte. —Sé muy bien por qué querías casarte conmigo. Puedes estar tranquila, después del divorcio te daré una suma considerable para que vivas como te dé la gana. Y, además, recibirás una mensualidad como pensión. En cuanto al niño... Alejandro hizo una pausa. —Espero que nunca te vuelvas a acercar a él. ¿Eso significaba que quería romper por completo el vínculo entre madre e hijo? Resultaba evidente que él ya lo había planeado todo desde hace mucho. La única que no sabía nada era ella, la única que seguía creyendo que un hijo podría hacerlo cambiar de opinión. Y cuando perdió a ese hijo... él estaba con otra mujer. Ni siquiera... llegó a saber de la existencia del bebé. Las uñas de Catalina se clavaron en la palma de su mano sin que siquiera lo notara. Sentía el pecho ardiendo, como si le hubieran vertido aceite hirviendo por dentro. Alejandro la observó con una mirada oscura y profunda, como si algo se le hubiera cruzado por la mente. —Catalina... no me digas que... ¿estás embarazada? Una frialdad inexplicable apareció en la mirada de Catalina. —Por supuesto que... no. No debía haber pensado jamás en usar a un hijo como moneda de cambio para retener a ese hombre. No era de extrañar que ese bebé se hubiera ido incluso antes de llegar al mundo. No era digna de ser madre... Y él ni siquiera merecía saber que el niño existió. Levantó la cabeza lentamente, enfrentando los ojos oscuros del hombre, y pronunció con claridad, palabra por palabra: —Aunque lo estuviera... lo abortaría. Alejandro se quedó inmóvil unos segundos. Su mirada se llenó de oscuridad. —¿Abortarlo? —Soltó una risa helada—. Hiciste hasta lo imposible por casarte con los Guzmán, ¿y ahora me vienes con que te desharías del único billete que te garantiza una vida de lujos? —Faltan solo tres meses para que se cumplan los tres años. Catalina, tú y yo sabemos muy bien por qué justamente ahora estás sacando el tema del divorcio. El corazón de Catalina ya estaba tan herido que no podía sentir más. En lugar de llorar, soltó una carcajada. —¿Y usted, señor Alejandro, qué cree que pretendo? Él la miró con desprecio. —No lograste darle un hijo a la familia Guzmán, y justo ahora que se acerca la fecha límite, quieres divorciarte. ¿No es obvio que estás buscando negociar, sacar alguna ventaja antes de irte? —¿Ventaja? —Catalina levantó el mentón con elegancia, el orgullo reflejado en cada línea de su rostro. —Con todo respeto... el dinerito de tu familia Guzmán no me interesa. En la mente de Alejandro, Catalina no era más que una mujer ambiciosa, movida solo por el dinero. Así que, naturalmente, no le creyó una sola palabra. —Catalina, solo nos quedan tres meses. Compórtate como una verdadera señora Guzmán. Cuando nos divorciemos, te daré una cantidad de dinero. No me importa cómo conociste a Pedro, pero por ahora sigues siendo la señora Guzmán. La mirada del hombre era completamente indiferente, sin el menor rastro de emoción. —Por mucho que te urja encontrar a alguien más, vas a tener que esperar tres meses. Y más vale que durante ese tiempo no escuche ningún rumor desagradable. Si llegas a manchar la reputación del Grupo Andino... no verás ni un centavo.

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