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Capítulo 7

Frente a la actitud condescendiente de Alejandro, como si le estuviera haciendo un favor, Catalina respondió con el rostro inexpresivo. —Alejandro, este matrimonio... ¡me voy a divorciar! Al terminar, Catalina se dio la vuelta y se marchó. ... Dio una vuelta por el jardín trasero. Tal vez por la vergüenza que había pasado en la fiesta, o quizá porque no quería dejar sola a Valentina, al regresar, Alejandro y doña Luciana ya no estaban. Ignacio también había vuelto a la recepción hacía rato. Catalina se acercó a Ignacio. —¿Dónde te habías metido? ¿Por qué tardaste tanto en volver? —Fui a encontrarme con el señor Diego —respondió Ignacio, mirándola con una sonrisa cálida en su apuesto rostro. —Escuché lo que pasó hace un momento. Por suerte Pedro estuvo ahí para ayudarte a salir del apuro. Catalina, de pronto, entendió algo. —¿Hermano, lo hiciste a propósito? ¿Te fuiste a propósito? Ignacio sonrió, pero no lo negó. —Una oportunidad así, para que un héroe salve a la dama, por supuesto que se la dejo a Pedro. No vaya a pensar Alejandro que mi hermanita no tiene pretendientes. —¿Cuándo te volviste tan infantil? —Catalina suspiró con resignación—. Sabes que no siento nada por él, al menos no de esa manera. Siempre lo he visto como a un hermano. Ignacio alzó las cejas. —Con un hermano como yo ya tienes suficiente, ¿para qué tantos? Catalina quiso decir algo más, pero Ignacio la interrumpió: —Por cierto, estuviste tranquila estos tres años, dejándome todo el trabajo. ¿No crees que ya es hora de volver a encargarte tú? —... Ignacio la miró con seriedad. —Catalina, aunque te fuiste de casa por Alejandro, papá y mamá siguen preocupándose por ti. Al ver en las noticias que tu relación con él no va bien, me enviaron para apoyarte. —¿Apoyarme? Ignacio asintió. —Aunque la familia Guzmán no es tan grande como la familia Herrera, en Monteluz tiene cierta influencia. —Tú no llevaste nada contigo al casarte con Alejandro, y papá y mamá temían que te menospreciaran. Por eso me pidieron que le ofreciera un gran proyecto a Alejandro y, además, que te entregara la gestión de los negocios de nuestro Grupo Solara. Catalina arrugó la cara. —¿Firmaron con Grupo Andino? Si Ignacio hablaba de un "gran proyecto", entonces no se trataba de algo menor; era algo que ni siquiera una familia de la talla de los Herrera podía tomar a la ligera. Ignacio la miró de reojo. —Se firmó justo un día antes de que me llamaras por teléfono. Quería darte una sorpresa, a ti y a Alejandro, pero no esperaba que... Catalina guardó silencio un momento. —Él y yo estamos por divorciarnos. ¿No se puede cancelar la colaboración? Ignacio negó con pesar. —Grupo Andino ha crecido bastante en estos años. Alejandro es un hombre muy capaz. Nuestros padres creen que lo que pasó en aquel entonces fue demasiado precipitado de su parte y, como forma de compensación, le dieron a Alejandro este proyecto tan importante... —Romper el contrato ahora sería como entregarle medio Grupo Solara a Grupo Andino. Catalina cerró los ojos por un instante y respiró hondo. —Lo siento. Fui muy impulsiva en aquel entonces, hice sufrir mis papás. Ignacio no la culpó. —Solo es un proyecto. Ya está hecho. Por cierto, ¿cómo van las cosas entre tú y Alejandro? Una sombra de molestia cruzó por los ojos de Catalina. —No quiere divorciarse. —¿Cómo? Catalina le explicó todo lo que había pasado. Después de escucharla, Ignacio suspiró suavemente. —Aquí en Monteluz, si él no quiere firmar el divorcio, no tienes muchas opciones. Pero, si entendí bien lo que dijiste, ¿está esperando a que se cumplan los tres años de matrimonio para entonces aceptar el divorcio? Catalina asintió. Ignacio reflexionó. —Faltan solo tres meses para que se cumplan los tres años. Incluso si solicitas el divorcio ahora, habría que pasar por un mes de período de reflexión. Si optas por demandarlo, el proceso sería largo y podrían surgir complicaciones en el camino... Ignacio la miró sin escrúpulo. —¿Por qué no aguantas tres meses más? Monteluz protegía el matrimonio con firmeza; incluso cuando la pareja ya no se entendía, mientras una de las partes no diera su consentimiento, casi nunca se dictaba el divorcio. Con discusiones, separaciones y trámites legales de por medio, lograr un divorcio en menos de dos años ya se consideraba rápido. Tolerar tres meses más parecía, en cambio, la mejor opción. Al fin y al cabo, Alejandro casi nunca volvía a casa; soportarlo por tres meses más no era difícil. Pero Catalina no podía tragarse esa humillación. Todos los beneficios se los había llevado Alejandro y, en el futuro, seguramente usaría el dinero ganado con el proyecto otorgado por la familia Herrera para mantener a Valentina, su amante. Antes de conocer a Alejandro, ¿cuándo se había visto tan ninguneada? Como si pudiera adivinar en qué pensaba, Ignacio dijo: —El día de la firma del contrato vi a esa mujer, Valentina. Acompañaba a Alejandro como su secretaria. Ignacio hablaba con tono suave pero incisivo. —Una vez cerrado este proyecto, mi idea era que tú te encargaras de todo el seguimiento. Catalina, ya que no puedes divorciarte por ahora... ¿por qué no aprovechar este tiempo para vengarte? Catalina lo miró de reojo. —Hermano, ¿no será que lo que realmente no quieres es asumir más trabajo y ahora vienes con esta excusa tan elegante? Ella e Ignacio eran hermanos de sangre, y nadie conocía mejor que Catalina ese carácter tan calculador y oscuro que él tenía. Ignacio no se molestó por haber sido desenmascarado. —Llevas más de tres años descansando. ¿No es justo que me des un respiro de tres meses? Catalina sabía que Ignacio había venido por ella y que sus padres, a través de esta situación, también le estaban haciendo saber que podía volver a casa. Todas las consecuencias eran fruto de su impulsividad. No era justo que Ignacio tuviera que encargarse de arreglar aquel desastre. Pensando en eso, Catalina asintió levemente. —Bueno. ... Al día siguiente, Catalina e Ignacio acordaron la hora del traspaso de responsabilidades y, luego, ella se dispuso a ir de compras para prepararse algunas prendas nuevas. Alejandro siempre había creído que ella se había casado con él solo por dinero. Para demostrar que no era así, durante esos tres años Catalina prácticamente no compró nada. Le preocupaba que Alejandro malinterpretara cualquier gesto. Aunque vivía con austeridad, a los ojos de Alejandro seguía siendo una mujer interesada y ambiciosa. En el centro comercial, Catalina estaba probándose una pulsera de piedras preciosas. Le encantaban esas joyas. Antes de casarse con Alejandro, tenía una gran colección de pulseras en casa. Cada una valía, como mínimo, una cifra de ocho dígitos. Ahora, como aún no se había divorciado, no era el momento para llamar la atención. Eligió una pulsera valorada en trescientos mil dólares y se la probó. La vendedora, al notar la forma experta con la que Catalina examinaba la joya y al percibir su elegancia natural, comprendió enseguida que estaba ante una gran clienta, así que se mostró aún más entusiasta en atenderla. Catalina se quitó la pulsera y, justo cuando estaba por pedir que se la envolvieran, una voz burlona y desagradable sonó a su espalda: —¡Ay, por favor! Si no puedes comprarla, mejor ni la toques, ¿no? ¿Qué hace una muerta de hambre en un lugar como este? ¿Revisando si es de tu talla? ¿No te da pena que tu miseria contamine la joya? La voz hizo una pausa y enseguida se tornó más arrogante. —¡Señorita! Limpie bien esa pulsera. Nosotros la vamos a comprar.

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