Capítulo 11 A quien protegían, no era a ella
Mariana estaba sentada en la sala de espera del hospital, con el número para la radiografía apretado entre los dedos.
A su alrededor la gente iba y venía, pero, aun así, distinguió de inmediato a Cecilia... Y junto a ella, a Enrique.
Cecilia estaba pálida y se apoyaba casi por completo en Enrique.
Enrique sostenía el brazo de Cecilia, cuidándola con una delicadeza que hacía parecer que protegía un tesoro invaluable.
Había mucha gente y el ambiente era ruidoso.
Pero para Mariana, era como si nada pudiera verse ni oírse.
Se quedó simplemente sentada, observando en silencio a Enrique y Cecilia.
Como si fuera una película, solo ellos dos tenían color.
Todos los demás, incluida Mariana, estaban en blanco y negro.
Hasta que, de pronto, Cecilia miró hacia Mariana.
Se suponía que los que debían sentirse culpables eran Enrique y Cecilia.
Al fin y al cabo, Mariana era la legítima "señora Sánchez".
Sin embargo, en ese instante, Mariana sintió como si hubiera hecho algo malo y, de inmediato, apartó la mirada, apretando en silencio el boleto entre las palmas de sus manos.
Justo entonces, se escuchó la voz del megáfono.
—Por favor, Mariana Sánchez con el número 71, diríjase al consultorio 4.
En cuanto terminó el anuncio, otra mirada se posó sobre ella.
¿Sería la de Enrique? Mariana no lo supo.
Tampoco quiso mirar; simplemente tomó su número y caminó, cojeando, hacia el consultorio.
Terminó el examen muy pronto; no había daño en los huesos, solo era un esguince común.
Cuando salió con la radiografía, Enrique y Cecilia ya se habían ido.
Eso también... Era justo lo que Mariana esperaba.
Después de todo, ir al hospital sola era algo a lo que Mariana ya se había acostumbrado.
Cuando la familia Romero tuvo problemas, su madre Paula estaba gravemente enferma en el hospital y Pablo preparaba sus exámenes de ingreso.
En aquella época, aunque Enrique aceptó casarse con Mariana y resolvió el tema de los gastos médicos, nunca la acompañó al hospital.
Cuando Paula falleció, Enrique sí fue al funeral.
Mariana permaneció junto a él, con todo el cuerpo temblando.
Sumida en un dolor tan profundo, que ni siquiera pudo llorar.
Pero su esposo, a su lado, no le ofreció ni una sola palabra de consuelo.
Ni siquiera le tomó la mano... Nada.
Mariana no supo por qué, en ese momento, recordó todo aquello.
Quizá fue porque ver a Enrique cuidando a Cecilia con tanto esmero le resultó irónico.
Pero, ¿acaso Mariana no lo había comprendido desde hacía mucho tiempo?
Enrique no era incapaz de sentir.
Simplemente, a quien protegía... No era a ella.
—¿Tiene alguna otra pregunta?
La voz del médico la hizo volver en sí.
Mariana negó con la cabeza. —No, ninguna.
—Entonces vaya a la farmacia por el medicamento y vuelva en una semana para el control.
Mariana agradeció y se levantó para irse.
Pero al salir del consultorio, vio a alguien esperándola.
El mismo traje negro, la misma camisa blanca debajo.
Alto, de figura imponente, destacaba en medio de la multitud, y su cara perfecta ya había atraído varias miradas.
Mariana se detuvo apenas un segundo.
Sin embargo, enseguida apartó la mirada y siguió adelante como si no hubiera visto nada.
Pensó que Enrique solo estaba ahí para recoger el medicamento de Cecilia.
Pero, en el instante siguiente, Enrique se acercó a ella.
La tomó del brazo y le quitó las cosas que llevaba en la mano.
Lo hizo con un gesto tan natural y fluido.
Parecía haberlo hecho miles de veces antes.
Pero Mariana arrugó la frente, y estaba a punto de apartar la mano de Enrique, cuando él murmuró: —Hay periodistas.
En cuanto escuchó eso, Mariana se detuvo.
Con razón.