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Capítulo 6

—El plan cambió, Mónica será la paje de Emilia y, tengo que llevármela. —Lo más dramático de todo es que, después de fingir mi muerte hace cinco años, Alberto, temiendo que volviera a escapar, me puso un localizador. Por lo tanto no puedo desaparecer de repente. Hubo un largo silencio al otro lado de la línea, hasta que de pronto una voz grave sonó por el auricular. —No hay problema, señora Esther, yo me encargaré de todo, siempre y cuando pueda quitarse ese localizador. Esther soltó un suspiro lentamente, su rostro mostraba una expresión de alivio. —Está bien, te esperaré... De repente, la voz de Alberto irrumpió: —¡Esther! Esther colgó apresurada y escondió el celular detrás de ella. El hombre entornó los ojos, dedicándole una mirada significativa. —¿A quién vas a esperar? Al instante, Alberto extendió la mano y la tomó con rapidez del cuello, sus ojos reflejaban un frío glacial. —¿No estarás planeando fingir tu muerte otra vez para huir? ¿O acaso tienes a otro hombre? Esther, ya te lo dije mil veces, cuando Emilia se recupere te lo compensaré. ¿Aún no me crees? Esther sentía cómo sus dedos apretaban cada vez más fuerte, casi hasta asfixiarla. —Dije que tengo que esperar a Mónica, ella no sabe la ubicación de la boda de ustedes. Solo entonces aflojó poco a poco la fuerza en su cuello, y así Esther pudo jadear en busca de aire. De inmediato, vino un beso invasivo, que le robó hasta el último aliento. Alberto la giró con brusquedad con una mano, levantó su falda y la hizo suya con rudeza. Ella apretó los dientes, soportando la tormenta de su dominio. Una hora después, Alberto terminó poco a poco y la besó con suavidad en el entrecejo y los ojos. —Esther, nunca me traiciones, ¿entiendes? No lo olvides, llevas puesto el localizador que diseñé especialmente para ti. Mientras hablaba, el hombre acariciaba distraído el anillo en su dedo anular, aquel impresionante anillo de diamantes que él mismo había diseñado. —Por cierto, este modelo se llama "Amor Eterno". Emilia dice que quiere llevarlo el día de la boda. Sé buena, dáselo a ella. Esther tenía los ojos enrojecidos: —Alberto, este anillo es el enlace de nuestra relación, ¿acaso ya no te importa? Pero Alberto solo besó la punta de sus dedos, con un tono que pretendía tranquilizarla. —Es un simple anillo. Si quieres, puedo darte cuantos quieras. No seas caprichosa. "Sí, solo era un anillo. A él no le importaba en absoluto". "Lo único que le importaba era si Emilia estaba feliz". Con lágrimas en los ojos, Esther se quitó el anillo lentamente, dejando en su dedo solo una marca pálida. ... Después de que Alberto se fue, Esther permaneció en absoluto silencio por un momento. Luego, apresurada comenzó a empacar sus cosas. Alberto le había dado una gran cantidad de bienes, y ella no era tonta. Mucho antes de decidir marcharse, ya los había vendido en secreto. El dinero lo había transferido a un banco suizo. Todavía tenía a Mónica, necesitaba esos recursos para garantizar su futuro. Lo que no podía llevarse, lo metió todo en un barril de hierro que había preparado en el patio trasero de la hacienda. Fotos juntos, ropa de pareja, las novecientas noventa y nueve cartas de amor que Alberto le escribió cuando la cortejaba... en fin un sinnúmero de cosas. Por último, los cuadernos de notas en los que él había apuntado durante estos años los hábitos y asuntos cotidianos de ella. El fuego comenzó a crujir, consumiéndolo todo poco a poco. El amor que él le dio se convertía, poco a poco, en cenizas. Una lágrima rodó por su cara, poniendo fin a esta absurda relación. En el instante en que las llamas se apagaron, ella había quemado todas sus obsesiones. —Ya es hora de despedirnos, Alberto.

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