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Capítulo 3

Un rotundo y tajante: ¡Fuera de aquí! Ana dio un respingo y apretó con fuerza el asa del cubo de plástico que llevaba en la mano. Pensó que Pablo tenía razón al decir que Javier no podría casarse jamás: era muy guapo, sí, pero bastante arisco. Aun así, había prometido a Pablo que cuidaría bien de Javier, y no podía echarse atrás. Reflexionó un momento y, con seriedad, declaró. —Cocino muy bien. —También soy rápida para las tareas de la casa. —Y sé cuidar de la gente. Javier permanecía sentado, con un aire tan frío como el carámbano que se forma bajo los aleros en pleno invierno: hermoso, pero capaz de herir con solo rozarlo. Pero Ana no se asustaba. De niña, cuando no tenía dulces, arrancaba carámbanos y los mordía como si fueran polos, con un crujido seco entre los dientes. El frío no le importaba; su rostro estaba lleno de sinceridad. Uno permanecía sentado, la otra de pie. Entonces sonó de pronto el teléfono de Javier. Él, con su mano larga y elegante, contestó con desgana. En la línea, Pablo le advertía: —Cuida bien de tu esposa. A partir de ahora vivirá en la Residencial La Colina. Y si te atreves a echarla de tu casa… ¡esa mujer no volverá a poner un pie en la familia Ruiz! La voz de Javier se volvió más grave. —¡La última vez! Colgó enseguida. Entrecerró los ojos y clavó la mirada en Ana. —¿Dices que vas a cuidarme? Ella asintió con firmeza. Sus ojos, casi sin querer, se posaron en el pequeño lunar junto a la comisura del ojo de Javier, como si estuviera bajo un hechizo. De pronto, Javier soltó una risa baja y escalofriante, como la de un villano que muestra los colmillos a su presa. —Ya que quieres quedarte, ¡te lo pondré fácil! Porque aquel lugar no era, ni mucho menos, sencillo para vivir. Atreverse a dejarse chantajear por don Pablo para casarse, y todavía ir más allá irrumpiendo en su vida, solo podía significar estar dispuesto a afrontar las consecuencias. Ana no sabía que aquel matrimonio era producto exclusivo de las amenazas de Pablo, y que Javier no lo había aceptado en absoluto por voluntad propia. Al escuchar que Javier le permitía quedarse, el rostro de Ana se iluminó de alegría; sus ojos, tan brillantes, se curvaron como dos lunas crecientes, reflejando una felicidad pura y sin artificio. La mirada gélida de Javier dubitó por un instante, de manera inexplicable. Ana ya había tomado su equipaje y dio el paso definitivo para entrar en la pequeña casa. —Sr. Javier, ¿y de dónde ha salido esta… pequeña belleza tan especial? Nada más cruzar la puerta, Ana casi choca con un hombre vestido con una camisa de flores, el cual había lanzado aquellas palabras llenas de descaro. Entonces reparó en que la casa no estaba ocupada únicamente por Javier: dentro había varios hombres y mujeres. En el salón, desordenado y con botellas de alcohol por todas partes, un grupo de gente bebía en animada charla. Javier, en cambio, parecía rodeado por una especie de barrera invisible: estaba sentado aparte, solo. Cuando Javier había hablado hacía un momento, todos habían guardado silencio absoluto. Ana, que estaba en el umbral, no había visto a aquel grupo. Ahora, sin embargo, una decena de ojos se clavaban en ella al mismo tiempo. Al ver que Ana entraba, aquellos hombres y mujeres, con el aliento cargado de alcohol, se abalanzaron sobre ella lanzándole comentarios ácidos. —Jajaja, sí que es especial, ¿qué es esto, una reliquia desenterrada de otra época? Tan vulgar, por Dios. —El Sr. Javier tenía a una joya como Laura García y no supo valorarla. ¿Cómo se fija ahora en esta mercancía tan corriente? —Es guapa, sí, pero, ¿ya es mayor de edad? Ana quedó rodeada por sus burlas. Javier no hizo nada por detenerlos; los contemplaba con indiferencia. Al notar que Javier no hacía nada, los demás se sintieron con más libertad para ser crueles. Cualquier chica común, rodeada de hombres y mujeres vestidos con elegancia y ridiculizada así, habría sentido vergüenza y miedo. Pero Ana no. Crecida en la adversidad, llevaba dentro una fortaleza poco común. Cambió su lenguaje corporal, miró a los presentes y, con toda seriedad, dijo: —Lo que están haciendo es de muy mala educación.

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