Capítulo 323
RK ignoró las palabras de Stella. En ese momento, ella estaba gravemente herida y él sabía que no podría intimidarlo cuando se recuperara. Por eso, sus palabras no parecían más que un sueño ingenuo que nunca se haría realidad.
"Linda, hoy la maestra nos narró una historia. Te la voy a contar". Adrian anhelaba relatar el cuento así que Stella no tuvo más remedio que escucharlo.
"Es la historia de Blancanieves y los siete enanitos", dijo el pequeño con seriedad. "Había una vez una princesa muy hermosa. Su nombre era Blancanieves. Su padre se casó con una reina, que estaba celosa de la belleza de la joven y que tenía un espejo mágico, que podía hablar y conocer todas las verdades del mundo. Entonces, la reina le preguntó: ¿Quién es la mujer más bella sobre la faz de la tierra?".
En ese punto del relato, Adrian trató de interpretar el papel de la reina y Stella estalló en carcajadas.
"El espejo mágico le respondió que la mujer más hermosa era Blancanieves. Entonces, la reina montó en cólera y, cegada por los celos, decidió matar a la joven para convertirse en la más bella. Cuando Blancanieves se dirigió al bosque, la reina contrató a un cazador con la supuesta tarea de proteger a la princesa; sin embargo, su misión era asesinarla. Pero al encontrarla no fue capaz de culminar su trabajo. Entonces... Linda, se me olvidó".
Stella no pudo contener la risa. El pequeño tenía una memoria muy particular. La historia se le había olvidado justo después de escucharla. Sin duda, era el hijo de RK.
RK tampoco pudo contenerse. Se sentó a un lado, haciendo todo lo posible por disimular la risa. Su hermoso rostro estaba rojo como una manzana.
"Entonces, Blancanieves conoció a los siete enanitos y juntos derrocaron a la reina. Blancanieves conoció al príncipe y vivieron felices por siempre, ¿no es así?", terminó Stella con una sonrisa.
"Sí, sí, sí, así era. Al final, el príncipe besó a Blancanieves y ella despertó", dijo Adrian frunciendo los labios como si fuera a dar un beso.
"Está bien. Adrian, la próxima vez que la maestra te cuente una historia debes escuchar con atención. Cuando termines el jardín, los maestros ya no te contarán cuentos", le explicó Stella con dulzura.
"¿Eh? ¿La maestra nos seguirá dando dulces y bocadillos?". Al parecer su gran preocupación era la comida.
"No. Por eso tienes que aprovechar tu tiempo en el jardín", le advirtió Stella con seriedad.
"¿Eh? Entonces me quedaré para siempre en el jardín, así podré comerme todos los dulces y bocadillos que quiera", deseó Adrian con ingenuidad.
"No, tendrás que ir a la escuela con otros niños de tu edad. Si te quedas en el jardín para siempre, estarás con niños más pequeños que tú, tendrás que cuidarlos y ya no podrás jugar".
"Oh, entonces no comeré dulces ni bocadillos. Prefiero jugar con mis amigos".
Era evidente que Adrian era una persona leal, así que Stella le dio unas palmaditas en la cabeza con satisfacción.
A las seis en punto, RK le ordenó al conductor que llevara a Adrian a casa, de modo que se quedaron solos con ella en la sala.
El sonido del teclado del computador invadió la habitación una vez más. RK se frotó la frente con debilidad y se levantó en silencio para comprar algo de comida.
Stella no paraba de escribir y cada línea le evocaba numerosos recuerdos y cada palabra reavivaba viejos dolores.
Jamás pensó que volvería a padecer esas aflicciones. Había optado por huir del pasado en lugar de enfrentarse a él, pues sentía que lo único que le traía era sufrimiento. No esperaba que un día lo rememoraría con detalle. Sentía como si estuviera tocando cada una de sus cicatrices, como si estuviera destapando poco a poco su lápida. Lo hacía con cuidado y sosiego.
Antes, había preferido ignorar el pasado, con la idea de que era una cicatriz ya cerrada. Si la dejaba quieta y no la miraba, no volvería a lastimarse. Así que silenció su memoria y la enterró en lo profundo de su corazón. Nunca se había atrevido a examinar sus recuerdos para ver si los había olvidado. Se había limitado a esconderlos hasta que el tiempo los borrara o hasta que los olvidara.
Siempre había sido muy cuidadosa, como si estuviera parada sobre una fina capa de hielo. Después, pensó en escribir: primero, con el objetivo de distraerse mientras estaba en el hospital, luego, con la certeza de que había emprendido una tarea más compleja. Mientras los recuerdos de épocas pasadas acudían despacio a su pensamiento, sintió cómo poco a poco se quitaba un peso de encima. Y así, se atrevió a dejar que sus cicatrices volvieran a ver la luz del día.