Capítulo 326
“¡Sí! Lo único que yo hacía era perseguirte. ¿Por qué no levanté la vista? Si mis ojos se hubieran apartado de ti por un segundo, tal vez no estaría tan perdida ahora”, dijo Sophia y soltó un largo suspiro.
“Entonces, estarás contenta de haber apartado la mirada por fin”. Esas palabras de anciana sabia insinuaban claramente el propósito de darle una lección. No eran agradables.
“¡Así es! Mi intención es tomar un descanso. He decidido salir de viaje y volver después de un buen tiempo”. Luego de una pausa, la joven añadió: “Sin embargo, antes de irme, necesito hablar con Stella”.
“Me parece justo. Ella es tu hermana”, replicó RK con semblante grave.
Sophia dibujó una leve sonrisa: “¿No temes lo que pueda decirle? No soy una hermana mayor respetuosa con los ancianos, ni una que ama a su hermana menor”.
“Sé que no harás nada”, repuso él. “Pero sin importar lo que decidas, piensa en ti y en tus padres. No ha sido fácil para ellos cuidar de ti, no dejes que se preocupen innecesariamente”.
“Desde luego. Gracias por tus consejos”.
“No tienes qué agradecerme. Ahora baja y come. Tu madre está tan preocupada por ti que tiene ojeras”.
Enseguida bajaron juntos las escaleras.
“¡Gracias a Dios!”, exclamó Isabella cuando los vio venir.
Por toda respuesta, RK asintió con la cabeza y luego abandonó la casa de los Richard.
Entonces Isabella se volvió hacia Sophia.
“¿Estás bien? ¿Cómo te sientes? ¿Has pensado bien las cosas?”, preguntó abrazándola, aliviada de que al fin mostrara una mejor disposición.
“Sí, mamá, estoy bien. Tengamos una buena vida todos juntos, ¿de acuerdo?”, dijo Sophia entre lágrimas.
“¡Chiquilla tonta!”, refunfuñó Isabella con los ojos húmedos. Estrechó en sus brazos a la temblorosa joven y permanecieron juntas durante mucho tiempo. “Vayamos a comer. Tu padre nos está esperando”.
Sophia alzó la mirada y se encontró a su padre, que le sonreía.
¡Era tan agradable tener una familia!
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Antes de regresar al hospital para disculparse con Stella, RK pasó a comprarle su comida favorita. No obstante, al entrar a la habitación, quedó sorprendido de no encontrar a nadie. La ansiedad lo embargó cuando vio la portátil encendida sobre la cama, con los peces nadando plácidamente en el protector de pantalla. Bajó la vista y notó las zapatillas descansando en el suelo. No muy lejos, había un pequeño charco de sangre que habría pasado por alto, de no haber mirado con atención.
Enseguida presintió que algo grave había sucedido.
Por un momento, la ansiedad y el pánico lo encadenaron al piso, y el temor se extendió desde lo más profundo de su corazón hasta sus brazos y piernas.
“¡Enfermera! ¡Enfermera!”, gritó.
Una enfermera se apresuró a acudir.
“¿Dónde está la señorita Richard? ¡La paciente de este pabellón! ¿A dónde fue?”
“La señorita Richard se cayó cuando trataba de levantarse de la cama. Una enfermera la encontró en el suelo y llamó al médico a tiempo. Cayó de espaldas, lo cual significa una complicación para ella, dado el estado en que se encontraba. Ahora está en el quirófano, los médicos están tratando de curar su herida”.
RK corrió al quirófano y vio que las luces seguían encendidas. Sin darse cuenta, dejó caer la bolsa con la cena y se sentó en el banco del pasillo. Después perdió la noción del tiempo.
Se culpaba a sí mismo por haberla dejado sola tantas horas. Antes de irse, debió insistirle más en que no se moviera. Sabía que su herida aún no había sanado, y se imaginó el dolor que sentiría cuando se abrió nuevamente. Era lamentable, porque estaba casi curada, pero una nueva lesión haría muy doloroso y difícil el proceso de coser la herida. Rezaba porque saliera bien librada.
Se prometió que no volvería a dejarla sola ni por un segundo, nunca más.
‘¡Stella, aguanta! No vuelvas a lastimarte’.
RK no supo cuánto tiempo transcurrió hasta que las luces del quirófano se apagaron. Instantes después, vio que sacaron la camilla de Stella para llevarla de vuelta a la habitación.
RK se hizo a un lado y la miró. Aún no había salido de la anestesia y seguro despertaría a la mañana siguiente. Un médico le advirtió que estuviera atento a que ella no se levantara y añadió que, por fortuna, el daño no fue grave. Sin embargo, la herida sería muy dolorosa si se reabriera de nuevo, y Stella podría no ser capaz de llevar una vida cómoda.
Una vez en el cuarto, RK tomó asiento junto a la cama y allí se quedó hasta que salió el sol, al día siguiente.
Stella creyó que iba a morir. De lo contrario, ¿cómo podría doler tanto? Sentía que su espalda estaba en llamas, y ninguna posición era capaz de aliviar su dolor.
¡Santo cielo!, ¿por qué dolía tanto?
La joven abrió los ojos y se dio cuenta de que ya era de día. Sin embargo, afuera estaba oscuro y sombrío, como si estuviera a punto de llover.