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Capítulo 14

Freya La mañana del lunes pasó en un segundo, además me mantuve fuera de problemas al recordar que tenía que hacerle el almuerzo especial a Julian y terminé prestando más atención a clase de lo usual.  Realmente hubiera deseado que el resto del día transcurriera de la misma forma, sin problemas ni quejas de mis profesores, pero supongo que el universo no quería que yo fuera feliz.  —Freya, dame las hojas que hayas avanzado —me pidió el profesor a lo que la miré sorprendida. Todos a mi alrededor se quedaron mirándome, con excepción de Cameron. Desde que había pasado lo del restaurante, no me habían vuelto a hablar ninguno de su grupo. Debería estar feliz, pero no lo estaba.  El profesor volvió a gritar mi nombre, sobresaltándome, mientras ponía las manos en la cintura. Me preguntó si no había avanzado nada.  —Me había dicho que se lo entregara a fin de mes... —Sí, te dije eso, ¿pero eso significa acaso que no has avanzado nada de nada? —me gritó de nuevo, no entendía porque estaba tan enojado conmigo—. ¿Qué vas a hacer con tu futuro? Si ni quiera te preocupas por graduarte.  —Lo siento —tartamudeé mientras apretaba las manos.  —No quiero oír nada más, te quedas después de clases —gritó—. Los demás no se olviden de entregar sus tareas el viernes.  Todos soltaron quejidos ante esta, pero no se olvidaron de voltearse y reírse de mí. Se levantaron poco a poco y se fueron del salón. Esta era la última clase del día.  —Profesor Agnes —preguntó Sarah desde el frente del salón—, yo le puedo dar mi cuaderno a Freya para que pueda resolver los problemas.  Levanté la mirada para verla, sorprendida. Ella se dio cuenta y me ofreció una sonrisa amable, se la devolví hasta que me di cuenta de que Cameron la estaba esperando apoyado en la puerta. Se me cayó el rostro inmediatamente.  Obviamente la esperaría, si estaban saliendo, la parejita dorada de la escuela. Eran perfectos el uno para el otro, todos querían ser como ellos. El capitán del equipo de fútbol y la capitana de las porristas.  —No te preocupes por ello, Sarah —le respondió el profesor con rapidez—. No quiero que gastes tu tiempo en nimiedades.  Sarah parecía que quería insistir, pero suspiró y asintió con la cabeza antes de irse a la puerta. Cameron le pasó el brazo por los hombros y se fueron juntos. Me dejaron con un mal sabor de boca. Me recordé que no tenía que sentirme mal, el chico nunca me miraría.  —Freya, siéntate aquí —me indicó el señor Agnes, así que le hice caso. Quería terminar rápido con esto para que pudiera ir a recoger a Julian a tiempo—. Saca el primer papel, te ayudaré con algunos ejercicios para que luego los hagas sola.  —Sí, señor —le dije en voz baja, pero lo que me hizo fruncir el ceño cuando se levantó para cerrar la puerta del salón. ¿Qué estaba sucediendo? Un mal presentimiento apareció en mi corazón, así que me levanté abrazando mi mochila.  —Profesor, ¿puedo retirarme temprano? —le pregunté—. No me siento muy bien.  Algo estaba mal y esto lo comprobé cuando vi la sonrisa lasciva en el rostro del señor Agnes. Mi corazón comenzó a latir a mil por hora cuando comenzó a acercarse a paso lento.  —No hay prisa, Freya —me sonrió siniestramente—. Tengo muchas cosas que quiero enseñarte. Nos vamos a demorar un rato.  —No entiendo lo que está diciendo —susurré mientras me alejaba lo más que podía, pero estaba atrapada entre la silla y el escritorio.  —¿No? —me preguntó con sorna—. ¿Realmente eres así de estúpida?  —Tu padre me hizo perder cinco mil dólares el mes pasado —escupió mientras me agarraba por el cuello de mi casaca y me acercaba a su rostro—. Estoy seguro de que me harás recuperar ese dinero con tu cuerpo.  ¿Cómo era posible que mi padre hubiera ganado esa cantidad de dinero? ¿Por qué no había pagado su deuda? Qué ilusa, seguramente se lo había gastado en segundos en sus apuestas. No le importaba nada más, ni se acordaba que tenía un hijo de cinco años ni las numerosas deudas que se apilaban  bajo su nombre.  —Por favor, no sabía nada de eso —le supliqué mientras abrazaba con más fuerza mi mochila.  —No importa —me respondió quitándome la mochila de las manos—. Solamente necesita pasarla bien, tan bien como si valieras cinco mil dólares.  Mi piel se erizó ante el sonido de su voz, pero estaba atrapada. ¿Qué iba a hacer ahora? ¿A quién podría llamar para pedir ayuda? Probablemente todos ya habían abandonado el edificio a estas alturas. Mi mente ilusa pensó en Cameron, pero era imposible. Él nunca vendría a salvarme, sin importar cuánto lo deseara. Estaba completamente sola a merced de este vil hombre.  Reuniendo todo mi coraje, lo aparté de un empujón y traté de correr, pero no conté con la fuerza que tendría mi profesor porque rápidamente me agarro de la casaca y me tiró al piso. En el proceso, esta se rompió y caí con tan fuerza que mi visión se nubló por un segundo. Cuando volví a recuperar el conocimiento, el señor Agnes se había puesto encima mío. 

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