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Capítulo 16

Al instante, alguien le sujetó con fuerza la muñeca a Elena y, con un tirón autoritario, acortó la distancia entre ambos. Ella ya estaba sentada sobre el regazo de Sergio, y al acercarse aún más, la delgada tela que los separaba apenas evitaba el contacto directo de piel con piel. Ese gesto tan íntimo la hizo sentir algo incómoda, y de forma instintiva apoyó la mano contra el pecho de Sergio. Sergio frunció ligeramente los labios en una linda sonrisa; su voz era baja, como si contuviera la rabia. —Ah…tienes agallas... Te atreviste a rechazarme. Elena encogió el cuello; aunque por dentro estaba aterrada, se mantuvo firme: —No es que te esté rechazando. Solo creo que el casarse no debería tomarse a la ligera, y el matrimonio es cosa de dos. No puedes obligarme, ¿cierto? —Cierto. Nunca me ha gustado forzar a nadie. —Sergio sonrió mientras soltaba la mano de Elena, y de paso la empujó con suavidad restableciendo una distancia prudente. Como si de una pareja cariñosa pasaran enseguida a una relación educada y distante. —Pero creo que, tarde o temprano, vas a necesitar ayuda. Las personas inteligentes eligen apoyos que les sirvan. Elena, en el fondo, estaba de acuerdo con esa frase. Tener un respaldo era algo importante. Pero ¿cómo podía estar segura de que Sergio sería un respaldo confiable? Después de todo, Sergio era emocionalmente inestable: podía sonreírte un segundo y, al siguiente, explotar por completo de ira. No lo conocía bien, y mucho menos creía que alguien como él, con tanto poder y estatus, pudiera tener sentimientos reales hacia una mujer común como ella. Quizás solo era por la novedad del momento, o simplemente porque le resultaba entretenida. Al no recibir respuesta de su parte, Sergio le extendió con agrado una tarjeta de presentación. —Si necesitas algo, puedes llamarme. Elena tomó la tarjeta y le echó un vistazo. Fundador de Corporación del Futuro, Sergio. Corporación del Futuro era una prestigiosa marca de moda que Sergio había fundado él solo hacía cinco años. En ese tiempo, había despegado como un cohete, hasta alcanzar el estatus de firma de lujo. Hoy en día, era una marca codiciada por la juventud, y el patrimonio de Sergio seguía aumentando de forma considerable, colocándolo como habitual en las listas de multimillonarios. Sergio de repente añadió: —Claro, también puedes agregarme en Instagram. Eso era un gran privilegio para Elena. La cuenta de Instagram de una figura tan importante como Sergio no era algo que cualquiera pudiera agregar así como así. —Está bien. —No volveré a molestarte hasta que lo hayas pensado bien. —Está bien gracias. —¿Además de "está bien" sabes decir algo más? Sergio siempre se había considerado alguien de pocas palabras, pero frente a Elena, para su sorpresa, sentía que él era el que más hablaba. Elena apretó los labios y, tras un momento de duda, finalmente habló. —Entendido, lo recordaré. Mil gracias. —... Vaya que le estaba dando suficiente valor emocional. Pero después de ese intercambio, ambos cayeron en profundo silencio. Parecía que ya se había dicho todo, y no quedaban más temas de conversación. Sergio dijo: —Está bien, ya puedes irte. —¿De verdad puedo irme? Todo había salido excelente y, lo más importante, no había sufrido ningún daño. Elena incluso empezó a preguntarse si acaso tenía tendencias masoquistas, porque esto le parecía demasiado irreal. —Si no quieres irte, también está bien. —¡Ya me voy! Respondió casi al instante. Elena salió corriendo sin detenerse, tan rápido que ni siquiera miró hacia atrás, temiendo que Sergio se arrepintiera en cualquier momento de su decisión. Sergio quedó sin palabras. ¿Acaso era tan aterrador? — —Apuesto a que Elena no va a salir viva de ahí. —Sí, el señor Sergio se veía tan enojado... Por poco casi mata a Laura. ¿Tú crees que la va a dejar salir sana y salva? Esta vez seguro muere. —Ya lo dije: tan joven y no aprendió nada bueno. Siempre pensando en seducir a este tipo de grandes figuras. Al final, tenía que acabar mal. Ya lo había advertido. —Hace unos cuantos días todavía reía porque estaba ganando dinero, y ahora ni siquiera llorar va a poder. —¿A quién no podía provocar? ¿Por qué justo provocó al señor Sergio? Era como si no tuviera ganas de vivir. Mejor que muera pronto y que no nos cause más problemas en el club. Yo me morí del susto hace un rato, pensaba por unos minutos que nos iba a salpicar la mala suerte. Laura seguía sin recuperar el color en el rostro, pero no dejaba de mirar, preocupada, hacia la puerta del reservado. Sara no paraba de parlotear como loca a su lado. —Todo es culpa de esa tal Elena. Al final, todo esto lo provocó ella. Por su culpa perdí mi trabajo, ni siquiera pude cobrar los doscientos mil dólares. ¿Cómo se supone que le explique todo esto a mi novio? Ahhh…. Esa mujer es una desgracia. —Ya no creo que salga viva de allí. No esperes nada. Se metió con el señor Sergio. —Mejor que muera. Me arruinó por completo. Se lo merece. Laura la fulminó con la mirada. —¡Cierra esa bocata venenosa! —¿Y tú con qué derecho me gritas así? Tú no eres mejor que yo. Tu querida amiga nos arrastró a todas, ¿y encima de todo aún la defiendes? Justo en ese momento, se abrió la puerta del reservado. Sara esbozó una sonrisa de triunfo, estiró el cuello para asomarse hacia adentro, con una expresión llena de morbo y satisfacción. —Ahora quiero ver cuál será el destino de esa tipa barata. Seguro la sacan cargando. Los demás empleados fingían estar ocupados, pero todos lanzaban miradas furtivas hacia la puerta. También querían ver en qué terminaba todo este conflicto. Pero nadie se esperaba lo que pasó: Cuando se abrió la puerta, Elena estaba allí, ilesa, sin una sola herida visible en el rostro. Ni siquiera tenía un moretón; al contrario, sus mejillas estaban sonrojadas, con una expresión bastante saludable y serena. En comparación, la cara hinchada de Sara era mucho más vergonzosa. Los ojos de todos reflejaban una enorme sorpresa. —Esto... No puede ser. —¿Salió sin que le hicieran nada? —¿En serio...? Todos pensaban que Elena estaba condenada, pero allí estaba, tan campante como si nada. Sara abrió los ojos de par en par, incrédula. No podía creer lo que veía: —¡No puede ser! ¿Cómo es posible que el señor Sergio la haya dejado ir tan fácilmente? ¡Con todo lo que pasó, ¿cómo logró salir tan tranquila de allí?! Laura corrió apresurada hacia Elena, revisando con sumo cuidados cada parte de su cuerpo, mientras murmuraba. —¿Te golpeó? ¿Te hizo daño? ¿No... No te hizo nada, verdad? Elena lo negó: —No. No había tenido tiempo de explicar más cuando la puerta del reservado volvió a abrirse. Sergio ya estaba en la entrada. Laura a toda velocidad jaló a Elena y la apartó. Los que estaban bloqueando el pasillo se hicieron a un lado en cuanto lo vieron, sin que nadie dijera nada en lo absoluto. Todos se movieron solos, en silencio. Elena miró hacia la puerta, donde Sergio aparecía imponente. Había recuperado su aire sombrío y distante, caminando con la mirada al frente, escoltado por sus innumerables guardaespaldas. Laura le sostuvo la cabeza a Elena con fuerza, impidiéndole seguir mirando. —¡No lo mires más! Bastante suerte tuviste con que no te haya hecho nada. ¡No lo provoques otra vez! ¡Eso sí sería tu fin! —Ajá. Elena respondió obediente. Cuando la gente de Sergio se fue, todos en el club por fin respiraron aliviados. Lo que había pasado esa noche casi infartó a todo el personal del club. Incluso Carmen estaba pálida del susto. Tenía miedo de que a Sergio se le cruzaran los cables y decidiera destruir el lugar. Si eso pasaba, todos ellos acabarían en la calle sin saber cómo sobrevivir. —¡Sara, Laura! Ustedes ya no forman parte del club. ¡Lárguense de inmediato! Sara salió furiosa maldiciendo. Laura le echó una última mirada de preocupación a Elena, y también se marchó. Carmen le lanzó una mirada fulminante a Elena y habló con fastidio. —Mucha suerte la de todos el día de hoy. Si alguien se atreve a causar otro problema tan desastroso como este, ¡queda fuera en el acto! ¡Es una lástima y una completa vergüenza no puedo creer que hayamos terminado envueltos en algo así! Carmen pensaba que, si Elena había salido sin un rasguño, quizás el señor Sergio la trataba de forma diferente. Aunque la verdad le pareciera una molestia, no se atrevía a echarla así como así.

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