Capítulo 17
Aquel incidente no causó grandes consecuencias en el club, todos se relajaron un poco e incluso pudieron salir temprano del trabajo. El ambiente era bastante animado y, pronto, todos olvidaron por completo lo sucedido.
Después de recoger sus cosas, Elena salió del club y vio a Laura esperándola en la entrada.
—¡Laura!
Laura sonrió al acercarse: —¿Carmen no te regañó?
—Le dio flojera prestarme atención, jeje...
Elena sonrió como una tonta.
Laura le tomó el brazo con afecto y, algo avergonzada, habló.
—Eli, la verdad te estaba esperando porque quiero pedirte un favor.
—¿Dime qué pasó?
—Ya sabes que pensé que podía cambiar con facilidad mi destino y renuncié al trabajo, también dejé el departamento que alquilaba. Ahora que me echaron, no tengo a dónde ir. Y el dinero que tenía, el señor Miguel ya me lo quitó. En resumen, estoy sin casa. Por favor, ¿me puedes dar posada?
—¡Ah, cierto! —Elena se dio una palmada en la frente, recordando algo importante: —Aquel dinero que me prestaste... Ya lo tengo. Te lo puedo devolver ahora mismo.
—¡Ni se te ocurra! Justamente puedo usar mi imagen de "sin un centavo" para esconderme unos días. Si no, mi familia me va a seguir exprimiendo como siempre. Déjame quedarme unos días, ¿sí? En cuanto encuentre un nuevo trabajo y me estabilice un poco, me voy. ¿Está bien?
—Bueno... Pero mi lugar es muy pequeño y algo viejo...
—No importa, mientras tenga un lugar donde dormir, me basta.
Cuando Laura entró al diminuto cuarto de alquiler, con una sola cama y apenas espacio, no pudo evitar mirar varias veces a Elena: —Cuando dijiste "pequeño", no creía que fuera era en serio.
Elena sonrió apenada, y sacó de un armario una cobija limpia.
—Solo tengo este juego de sábanas. ¿Puedes arreglártelas?
—Está bien gracias.
Laura no traía nada consigo, había llegado sola. Elena le prestó una muda de ropa para que se bañara, y bajó a una tienda 24 horas a comprarle artículos de aseo.
Después de lo vivido hoy, un buen baño para quitarse la mala energía era más que necesario.
Cuando Elena regresó de sus compras, Laura ya se había cambiado, pero no pudo evitar quejarse.
—Tu casa es pequeña, eso ya lo sabía, pero ¿qué onda con el calentador? ¿Por qué el agua sale tan poca y de repente se enfría? ¿Así te bañas siempre?
—Sí. El dueño dice que los electrodomésticos ya están viejos, que es normal, y que me acostumbre.
—¿Y tú ya te acostumbraste?
—Llevo un tiempo aquí... Si más o menos.
Laura la miró algo decepcionada: —Ese dueño te ve la cara de boba y por eso ni se molesta en cambiar nada. Mañana yo hablo con él.
—¡Gracias, Laura! Ya compré pasta, cepillo y toalla.
—Soy yo la que debería darte las gracias. Gracias por recibirme.
Laura tomó la bolsa con los productos y fue a bañarse.
De pronto, Elena le preguntó.
—Laura, ¿te enojaste conmigo por lo que pasó hoy?
Laura, cepillándose frente al espejo y con la boca llena de espuma, respondió con cierta dificultad: —¿Por qué me enojaría contigo? Si no hubieras salido a hablar en ese momento, creo que de verdad me habrían echado como presa a los cocodrilos.
Al decirlo, Laura no pudo evitar estremecerse.
—¡Fue horrible! Estoy convencida de que ese maldito Sergio era capaz de hacerlo.
—Lo que quiero decir es que... Yo en realidad sabía desde antes que te habían confundido con otra, pero no te lo dije para...
—Y yo te agradezco por eso. Si lo hubieras contado, jamás habría vivido esa vida tan lujosa. Además, sé que no dijiste nada porque tenías miedo de que si se descubría la verdad, yo saldría lastimada en todo esto. Lo hiciste para protegerme, ¿cierto?
Laura se enjuagó la boca y se secó enseguida: —Sé perfectamente lo inocente y buena que eres. Si hubiera sido otra persona, ya me habrían delatado hace rato para quedarse con mi lugar. Al final, todo fue culpa mía por perder la cabeza.
Salió del baño y dijo: —Eli, anda a bañarte los dientes y descansa.
—Sí.
Por la noche, ambas compartieron la única cama que había. Laura, de pronto, se giró hacia Elena y le preguntó con cierta curiosidad.
—Solo quiero saber... Ya que tuviste sexo con el señor Sergio, ¿es bueno en eso?
El rostro pálido de Elena se puso rojo enseguida.
Una pregunta tan directa la dejó paralizada; abrió la boca pero casi no podía hablar.
—P-pues... Estuvo bien, creo...
—Seguro fue tu primera vez. Como no habías probado con otro, no tienes con qué comparar. A lo mejor fue normal. Así que con razón no se le ve pegado a ninguna mujer.
Elena quiso defender a Sergio, pero temía que mientras más explicara lo sucedido, peor sonara. Así que mejor no dijo nada.
Laura volvió a preguntar, con más interés.
—¿Y entonces qué hicieron ustedes dos en el reservado?
Elena bajó la mirada con timidez y desvió los ojos, tratando de omitir todos esos momentos de cercanía extraña: —Me dio un cheque de doscientos mil dólares, dijo que era una compensación.
—¡¿Lo tomaste?! —Los ojos de Laura brillaron emocionada: —¡Con doscientos mil dólares el mundo se vuelve hermoso!
—No...
—¡Ay!
Laura soltó un gran suspiro, aunque lo entendía: —Definitivamente eres una chica sin experiencia. ¡Rechazaste una fortuna inesperada! Debiste pensar que sería un desperdicio no aceptarlo. Lo tomas primero, ¡y luego miras qué haces!
Elena mordió su labio sin decir palabra, muy dolida, pero sin atreverse a replicar.
Laura suspiró resignada, pero comprendía la mentalidad de la chica.
—Bueno, supongo que por esta vez tendremos principios. No pasa nada por veinte mil dólares. Tu dignidad vale más que eso. Solo piensa que lo hiciste porque querías, y si no quieres volverlo a verlo, pues no lo ves y punto.
—¡Sí, sí!
Elena contestó, con una sonrisa brillante y ojos llenos de luz.
Ambas se acurrucaron en la pequeña cama del cuarto alquilado. A pesar de las grandes dificultades, sus corazones estaban cálidos, llenos de cariño y afecto mutuo.
—
Al día siguiente.
Sergio estaba sentado en su oficina presidencial, revisando de vez en cuando el celular que tenía sobre el escritorio, como si esperara en algún momento un mensaje muy importante.
Cada vez que Miguel entraba a dejarle documentos, casi siempre lo veía hacer ese pequeño gesto.
Al principio no le prestó mucha atención, pero al notarlo varias veces, no pudo evitar expresar su duda.
—Señor Sergio, ¿está esperando alguna notificación importante?
—No.
—Cualquier asunto que tenga pendiente, puede dejármelo a mí. Haré todo lo posible para resolverlo.
—Esto no es algo que tú puedas hacer.
—Bueno, ¿y si me lo cuenta? Tal vez pueda ayudarle.
Como asistente personal, era parte del trabajo de Miguel intentar resolver todos los problemas que tuviera el señor Sergio.
El rostro de Sergio se endureció un poco, como si ya estuviera perdiendo la paciencia.
—Muéstrame la propuesta que tienes de nuevos productos para el próximo trimestre y agenda una reunión de trabajo para esta tarde. Cuando terminemos, necesito pasar por el estudio para revisar el lugar y las muestras...
De pronto, entró en modo de trabajo frenético.
Los empleados ya estaban acostumbrados a ese arduo ritmo; nadie se sorprendía por ello.
Después de todo, ¡Sergio pagaba bien!
Miguel se despidió con una ligera reverencia.
—Sí, lo organizaré de inmediato.
Miguel salió de la oficina del presidente, pero no pudo quitarse de encima la sensación de que ese día Sergio estaba especialmente extraño. Como si estuviera usando el trabajo como excusa solo para evitar pensar en otra cosa.
Apenas se cerró la puerta, Sergio volvió a desbloquear la pantalla del celular para echarle un vistazo.
Además de unos cuantos mensajes laborales que habían llegado de repente, no había ni una sola solicitud de amistad.
Es decir, desde que se despidieron el día anterior hasta ahora, ¡a Elena ni siquiera se le había ocurrido agregarlo como contacto!
Cuanto más lo pensaba Sergio, más le hervía la sangre. Se levantó furioso de golpe y le marcó a Miguel.
—¡La reunión es ahora mismo!
—¡Sí, señor!
Miguel en verdad no tenía idea de quién podría haber hecho enojar tanto a Sergio.
En teoría, nadie tenía ese poder... Ni ese atrevimiento.