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Capítulo 18

Cuando Elena despertó, ya pasaban de las dos de la tarde y se dio cuenta de que estaba sola en la cama; Laura había salido bien temprano. Se levantó y vio una nota sobre la mesa de noche. [Salí a buscar trabajo. Dejé algo de comida en la olla y arroz en la arrocera. Solo caliéntalo antes de comer.] Elena se levantó a prisa, se aseó y, tras comer, comenzó un nuevo día. Hacía mucho que no se despertaba y podía comer algo enseguida. Últimamente, siempre era una simple galleta para aguantar, comida rápida o preparar algo sencillo que igual tomaba su tiempo. Aunque ambas estaban pasando por momentos difíciles, mientras hubiera alguien que se preocupara por ella, la vida ya no parecía ser tan dura. Por la tarde, justo antes de irse a trabajar, Laura regresó. —Aún no he encontrado trabajo, pero lo del calentador ya está resuelto. —¿Tan rápido? Esa eficiencia realmente la sorprendió. Elena vio que detrás de ella venían dos técnicos cargando un calentador nuevo. El dueño del departamento venía justo detrás de ella, y en cuanto vio a Elena, no pudo evitar quejarse. —¿No era solo un calentador? ¿Eso era para tanto escándalo? De verdad que son delicadas. Si todavía servía, ¿para qué cambiarlo? Laura no se contuvo ni un poco: —Entonces úsalo tú. Eli paga renta, ¿por qué tiene que aguantarse un aparato viejo que ni siquiera funciona? Ahhh…. Si lo hubieras dicho desde el principio, ella ni siquiera habría alquilado este lugar. ¡No engañes a la gente de esa manera! —¿Pero si había calentador, no es así? Y salía agua caliente. ¿Cuál es el problema? —¡El problema es que ni siquiera funcionaba bien! ¡Cámbialo ya y deja de hablar tanto! —Laura fue directa al grano: —Este lugar ni siquiera vale cincuenta dólares de renta. Si sigues hablando como un loro parlanchín, cuando se acabe el contrato, nos vamos. El dueño murmuró algunas quejas, pero al final les hizo señas a regañadientes a los técnicos para que empezaran a instalar el nuevo calentador. Laura le dio una palmada en el hombro a Elena: —Anda, vete a trabajar. Yo me encargo de todo esto. —¡Muchas gracias, amiga! Con Laura a cargo, Elena se sentía tranquila. Cuando llegó al club, todo parecía como siempre, pero al mismo tiempo, algo en el ambiente se sentía diferente. Aunque la relación con sus compañeros nunca fue muy cercana, al menos antes la saludaban cuando se cruzaban. Ahora, cuando la veían, era como si vieran al mismísimo diablo. O bien desviaban la mirada tal vez fingiendo no haberla visto, o si se cruzaban por accidente, giraban la cabeza enseguida y pasaban de largo. Después de lo ocurrido aquella noche, nadie sabía con certeza qué significaba Elena para Sergio. Que hubiera salido ilesa del reservado, eso no era cualquier cosa. En teoría, tras semejante escándalo, ella debió haber enfurecido a Sergio. Pero con alguien tan impredecible como él, ¿quién podía saber? Fuera bueno o malo, Elena era alguien peligrosa, y mantener distancia era lo más prudente para todos. Por suerte, Elena tenía buena actitud. Salvo su trabajo, no le importaba mucho más. Seguía cumpliendo con obediencia sus tareas y respetando su horario sin problemas. Después de cambiar el calentador, la calidad de vida de Elena mejoró de forma considerable. Laura pasaba los días buscando trabajo. Tal vez aún tenía algo de ahorros, porque a menudo recibía a Elena con frutas, botanas e incluso le cocinaba platos deliciosos. Esa vida... No podía estar mejor. A veces, Elena pensaba que si fuera hombre, se casaría con una muchacha tan guapa y tierna como Laura. Qué felicidad sería. Desde aquella vez, Sergio no volvió al club. Diego, en cambio, seguía siendo cliente frecuente. Pero mientras Sergio no apareciera, la suite número 1 permanecía herméticamente cerrada y fuera de servicio. Pronto, sus compañeras sacaron sus propias conclusiones. —Al final no era nada. El señor Sergio solo vino por ella dos veces y ya ni se apareció por alí. ¿Tanta cosa por tan poco? —Qué risa. Yo que me preocupaba por las consecuencias de hacerla enojar, ¡y resulta que ni poder tenía! —¿Y encima de todo no qué tenía de qué presumir? —Yo lo dije, alguien como el señor Sergio ha conocido todo tipo de mujeres. Lo suyo con ella fue simple novedad. Quién sabe qué pasó, seguro ella se sobrepasó y por eso él ya no quiso saber más. —Sí, sí, fue eso seguro. Charlaban sin parar en la sala de descanso, sin el menor pudor, sin preocuparse de que Elena las escuchara. Pero Elena siempre había vivido bajo la regla de que, en el club, mejor no meterse en problemas. Evitaba cualquier tipo de conflicto, así que fingía no oír nada. Para las demás, eso la hacía parecer una persona débil y fácil de pisotear. —Elena. —¿Qué pasa? —Mientras se cambiaba de ropa, Elena miró de repente hacia la puerta al escuchar a su compañera. —Carmen quiere que vayas en este momento al reservado número 11 a limpiarlo. —Pero ya terminé mi turno. —Lo dijo Carmen. Mejor ve de una vez. La compañera se marchó sin dar más explicaciones. Elena, sin muchas opciones, tuvo que dejar de cambiarse y se dirigió con rapidez al reservado. Al llegar, encontró a Carmen refunfuñando con evidente molestia. —¿Qué clase de gente es esta? ¡Dejaron el reservado hecho un verdadero asco y ni siquiera quisieron pagar la limpieza! A este tipo de clientes basura, que no se les atienda nunca más. Se volteó justo cuando Elena se acercaba. —Ven, limpia junto con el personal de aseo. Elena se acercó y finalmente pudo observar la caótica escena en el reservado: un enorme pastel estaba aplastado contra el suelo, manchas de crema cubrían todas las paredes, el sofá y la alfombra. Además, habían lanzado fuegos artificiales de papel, cuyos residuos quedaron adheridos a la crema y embutidos en los cojines del sofá. Las colillas de cigarro estaban extinguidas sobre la mesa y, algunas, sumergidas en los vasos llenos de agua... La escena solo podía describirse como un auténtico desastre. Elena intentó protestar. —Carmen, esto no es parte de mis funciones... —¡Los de limpieza no se dan abasto, solo te pedí una ayuda nada más! Si a tu edad no puedes con algo tan sencillo como esto, ¡mejor lárgate de una vez por todas! ¡Ya me tienes harta! El desprecio de Carmen por Elena había comenzado justo el día en que Sergio la buscó. Al principio solo se contenía porque temía que Sergio regresara en cualquier momento, por eso no se atrevía a despedirla. Pero como Sergio ya no aparecía por el club, Carmen había empezado a buscar cualquier excusa para echarla. Elena apretó enfurecida los labios. Para conservar su empleo, no tenía otra opción. —Está bien, lo haré. —¡Entonces apúrate! No estorbes el servicio de esta noche. Elena obediente se unió al personal de limpieza y entre todos dejaron el lugar en orden. Cuando terminaron, ya eran casi las cuatro de la mañana. Después de una jornada tan larga, ese esfuerzo extra la dejó agotada; le dolía la espalda y sentía que la cintura se le partía. Revisó atenta su celular y vio varios mensajes de Laura preguntándole angustiada a qué hora volvería. Se suponía que su turno había terminado a las tres, así que a estas alturas ya debería estar en casa. Elena le respondió: [Ya voy.] Salió del club y se dirigió a la calle para pedir un taxi. Apenas se paró en la acera, vio una Maybach estacionado no muy lejos de allí. Ese auto... Se parecía mucho al que había usado Sergio la última vez. Aunque, tratándose de un auto de lujo, no era raro ver varios iguales por la zona, con tanto cliente adinerado que venía. Desvió la mirada, abrió la aplicación para pedir transporte y comenzó a solicitar un viaje. Pero en ese preciso momento, el auto arrancó lentamente... Y se detuvo justo frente a ella.

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