Capítulo 19
La ventanilla se bajó lentamente.
Apareció frente a ella el rostro atractivo de Sergio, tan guapo que incluso provocaba cierto enojo.
El hombre tenía un aire sombrío pero sofisticado, con un leve cansancio marcado en el entrecejo. Sus ojos aún estaban adormilados, como si acabara de despertarse.
—¿Sales tan tarde del trabajo?
—Ajá.
Elena no tenía intención de dar demasiadas explicaciones. Después de todo, lo que para ella era sufrimiento, Sergio tal vez ni siquiera lo entendería.
—¿Y por qué los demás salieron antes que tú?
—¿Estuviste aquí todo el tiempo? ¿Cómo lo sabes?
En vez de responder, Elena lanzó una pregunta.
Le causaba mucha curiosidad cómo era posible que se encontrara con Sergio justo en ese momento, a esas altas horas de la madrugada.
Esta vez fue él quien se quedó callado. Tardó en contestar: —Pasaba por aquí y te vi.
Solo "pasaba" y "justo te vi" sonaban demasiado convenientes.
Elena repasó mentalmente lo que Sergio había dicho. Aunque no terminaba de convencerla, tampoco podía imaginar siquiera que Sergio hubiera estado ahí estacionado toda la noche esperándola.
Eso ya sería como de película de ciencia ficción.
Tampoco era para que ella se hiciera tantas ilusiones al respecto.
—Tuve que quedarme haciendo horas extras.
—¿También tú haces horas extras?
—¿En tu empresa no se hacen?
—...
Sergio se dio cuenta de que Elena sabía bien cómo darle donde más le dolía, pero prefirió mejor no seguirle el juego. En cambio, le hizo una seña con la mirada: —Sube.
—No hace falta, voy a pedir un taxi. Es más práctico.
—Sube.
Repitió la orden, esta vez con un tono más firme, autoritario e inapelable.
Elena frunció los labios. Ante alguien tan dominante como él, y sin manera de ganar la discusión, solo le quedaba rendirse y finalmente obedecer.
Se subió al auto con la misma actitud que si hubiera abordado un taxi. Apenas se sentó, lo primero que hizo fue decir la dirección, para evitar perderse.
El auto arrancó enseguida a toda velocidad y se deslizó por las calles vacías.
En el interior, reinaba un silencio absoluto.
Elena echó un vistazo de reojo. El impecable traje de Sergio presentaba algunas arrugas, algo poco habitual en él. Al alzar la vista, se cruzó por casualidad con los ojos de él.
Sergio preguntó: —¿Qué estás mirando?
—Nada en especial.
Pasó un largo rato en silencio, hasta que por fin Sergio volvió a hablar.
—¿La tarjeta que te di era solo decorativa?
—¿Eh?
Elena no entendió a qué se refería. Para ser sincera, ya casi ni recordaba la existencia de esa tarjeta. Tal vez tendría que buscarla al llegar a casa.
—¿Por qué no me agregaste?
—Se me olvidó... Con todo lo que tenía encima, se me pasó.
Elena no supo qué otra excusa darle al respecto. Era lo único que se le ocurría.
No entendía cómo alguien como Sergio podía tomarse tan a pecho algo como que no lo hubieran agregado a contactos. ¿Será que los ricos también tienen esa manía con los nuevos agregados?
Mil pensamientos desordenados cruzaron enseguida por su cabeza, cuando de pronto, Sergio le puso el celular delante de los ojos.
—Escanéalo.
Elena se sintió algo incómoda.
Aquello no admitía discusión. Si se negaba a hacerlo, tenía la sensación de que Sergio sería capaz de echarla del auto sin pensarlo dos veces.
Y no de esos que paran y dicen con educación "bájate", sino del tipo que la lanza mientras el auto está en movimiento.
Eso sonaba a algo que Sergio haría.
Para evitar riesgos, Elena sacó apresurada su celular, escaneó el código y le envió la solicitud de amistad.
Pasaron apenas dos segundos y la solicitud fue aceptada.
Elena vio cómo, de repente, su lista de contactos mostraba un nuevo nombre: Sergio. Se quedó pensativa.
Siempre había escuchado que conseguir el contacto de una figura poderosa era casi imposible, que había que hacer de todo para obtenerlo y que, aun así, muchas veces no lo conseguía. Pero ahora, ahí estaba ella, con uno de los grandes nombres del país en su celular. ¡Y lo había agregado de manera sencilla!
Sacar el teléfono, escanear y ya.
Elena incluso tuvo la intención de espiar el Instagram de Sergio, para ver cómo era su perfil. Pero al abrirlo, lo único que vio fue una línea vacía. No supo si Sergio la había bloqueado o si simplemente nunca había publicado nada desde que creó la cuenta.
¿Quién podría saberlo?
El auto llegó con rapidez a su destino.
Apenas se detuvo, Elena bajó con un movimiento fluido y ágil.
—Te agradezco mucho el traerme. Nos vemos.
Se despidió con cortesía y se dio la vuelta para marcharse.
Ni siquiera supo si Sergio había alcanzado a responder con un "De nada".
Sergio observó la dirección en la que Elena se alejaba, y su mirada se fue ensombreciendo poco a poco, como si hubiera estado esperando algo... Que al final no ocurrió.
—Vámonos.
—Sí, señor.
El conductor lo miró brevemente por el retrovisor, pero enseguida apartó la vista.
¡Esa expresión sombría la verdad producía miedo!
Lo que el chofer menos entendía era por qué el señor Sergio había pasado la madrugada estacionado afuera del club sin entrar, solo esperando dentro del auto.
Todo el mundo sabía lo valioso que era el tiempo de Sergio, y él había decidido perderlo así.
Si alguien se lo contara, seguro pensarían que era una simple broma.
Por supuesto, él no se atrevería a contarlo.
—
Elena notó que, aunque Sergio se había empeñado en agregarla a su lista de contactos, desde que se convirtió en su "amigo" no le había enviado ni un solo mensaje. Silencio total.
Aunque, pensándolo bien, eso también encajaba con el aire distante y reservado de Sergio.
Muy pronto llegó el inicio del ciclo escolar. Para poder trabajar y pagar sus gastos, Elena solicitó el régimen de externado con anticipación, evitando quedarse en el dormitorio de la universidad, lo que además le ahorraba unos cientos de dólares por semestre.
Después del inicio de clases, entre las clases y el trabajo de medio tiempo, la rutina de Elena se volvió muy agitada. Apenas coincidía con Laura, y cuando lo hacían, por lo general una de las dos ya estaba dormida.
Por fin llegó el fin de semana. Elena no tenía clases y su turno en el trabajo era por la noche, así que planeaba dormir hasta tarde. Pero a las diez de la mañana, Laura la despertó apresurada.
Con los ojos grandes aún llenos de sueño, Elena la miró confundida.
—¿Laura, de verdad no puedo dormir un rato más?
—No.
—Ughhh... Quiero llorar...
Elena se acurrucó como una niña consentida, intentando recuperar la sábana, pero Laura la esquivó con facilidad: —Si no fuera porque te he visto muy agotada últimamente, te habría despertado a las ocho.
—¿Y qué vamos a hacer? Ahhh… dime
—Mudarnos.
Laura ya había empezado a empacar, guardando las cosas del cuarto en cajas.
Elena sorprendida la observó por un momento, algo confundida.
—Laura, eso es mío.
—Lo sé. —respondió sin titubear: —Conseguí un buen departamento con dos habitaciones. Vamos a vivir juntas.
—¿Y este lugar?
—Voy a entregarlo.
—¿No le habías dicho al dueño que ibas a seguir alquilando?
—Eso fue solo para que viniera a cambiar el calentador. Fue solo una estrategia. Así como él te engañó a ti, yo lo engañé a él. ¿Y eso qué tiene de malo? El calentador estaba dañado, el inodoro goteaba, las paredes se descascaraban por la humedad... Y los faroles del vecindario están todos rotos. Cada vez que regresabas tarde, todo estaba oscuro. ¿No te daba miedo?
Laura expresó con determinación: —Hazme caso, vamos juntas. Ya firmé el contrato del nuevo lugar y yo me encargo del alquiler.
—Pero tú aún no tienes trabajo...
—Lo conseguí hace unos cuantos días. Solo que no había tenido oportunidad de contártelo. Entré como vendedora de bienes raíces: sueldo base de trescientos dólares más comisiones. Con mi habilidad, ¿tú crees que ganar dinero me va a costar?
Laura lo decía con ligereza, pero Elena sabía muy bien lo difícil que era encontrar un trabajo decente en una ciudad tan grande como Ríoalegre, especialmente sin título universitario.
Laura le había contado que, por la pobreza de su familia, tuvo que abandonar los estudios al terminar la secundaria para trabajar y mantener a su hermano menor. Solo ella sabía cuántos sacrificios había hecho en todos estos años.