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Capítulo 3

Los dedos de María se estremecieron. Lorena sonrió con arrogancia: —Dijo que eres tan aburrida como un pedazo de madera. Y yo... No alcanzó a terminar la frase cuando el elevador dio un violento sacudón. Las luces parpadearon dos veces y de pronto se apagaron por completo. Lorena soltó un grito y, en el pánico, se aferró al brazo de María: —¿Qué pasa? María presionó el botón de emergencia y dijo con calma: —El ascensor falló. Por el intercomunicador llegó la voz borrosa de un trabajador: —Por favor, mantengan la calma, estamos revisando el problema... Lorena rompió en llanto: —¡Tengo miedo! ¡Sáquenme de aquí! Antes de que terminara de hablar, el elevador volvió a sacudirse y descendió de golpe un tramo. —¡Auxilio! ¡Auxilio! —Chilló Lorena, totalmente fuera de control. María se pegó a la pared, aferrada al pasamanos con los nudillos blancos de tanto apretarlo. Afuera se oyeron pasos apresurados y pronto la voz de Jairo resonó a través de la rendija de la puerta: —¡María! ¡Lorena! ¿Están bien? Lorena sollozaba desesperada: —¡Jairo, sálvame! ¡Tengo mucho miedo! La voz del personal se tornó urgente: —¡El cable del ascensor está dañado, podría caer en cualquier momento! Solo podemos rescatar a una persona primero, decida rápido. El aire se congeló. María contuvo el aliento. Podía oír la respiración agitada de Jairo, el llanto desgarrador de Lorena y su propio corazón latiendo a toda velocidad. —Rescaten a Lorena primero. La voz de Jairo fue firme y clara. En ese instante, la sangre de María se heló por completo. Con esfuerzo abrieron una rendija en la puerta del elevador, y Jairo extendió la mano para sacar a Lorena. Ella se arrojó a sus brazos, llorando desconsolada: —¡Jairo, tenía tanto miedo! —Ya pasó. —Él la calmó, dándole palmaditas en la espalda. Luego ordenó al personal. —¡Rápido, ahora saquen a María! Pero justo cuando los trabajadores iban a moverse, un chirrido metálico estremecedor retumbó. —¡Boom El ascensor se desplomó. María sintió que el mundo entero se volteaba. El vacío la arrastraba, el corazón casi dejó de latir con la brusca sensación de caída. En el último instante, alcanzó a ver el rostro aterrado de Jairo, su mano extendida, sus labios gritando su nombre. Pero ya era demasiado tarde. Cuando volvió a abrir los ojos, el olor a desinfectante le llenó la nariz. Giró el rostro y vio a Jairo junto a la cama, con la chaqueta colgada en la silla y las ojeras marcadas, como si hubiese velado por ella demasiado tiempo. —¿Despertaste? ¿Cómo te sientes? María desvió la cabeza para evitarlo. Jairo retiró la mano y explicó: —La situación era urgente. Lorena es joven y asustadiza. Además, tenía que donar médula a Arturo, no podía correr riesgos, por eso la saqué primero. Se detuvo un momento y suavizó la voz: —Lo siento, por dejar que resultaras herida. De pronto María habló, la garganta áspera: —Si no existiera lo de la donación de médula, ¿a quién habrías elegido salvar? ¿A ella o a mí? Jairo se quedó paralizado. La habitación se llenó de un silencio sepulcral, roto solo por el pitido constante del monitor cardíaco. Tras varios segundos, él respondió: —Por supuesto que a ti. María, sin embargo, sonrió. Aquellos segundos de duda habían sido la respuesta más honesta. Ella siempre lo había sabido. El repentino timbre de su celular rompió la quietud de la sala.

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