Capítulo 4
Julieta alzó la voz para tapar al médico.
—Mi cuerpo lo conozco yo. No hace falta que le pregunte.
Héctor se sentó a su lado, la miró un largo rato y, con cautela, le tomó la mano:
—Hice que el chef preparara un poco de atol. ¿Quieres probar?
Julieta curvó los labios en una sonrisa extraña: —Claro.
Él abrió el termo, sirvió una porción y, con la cuchara, se la acercó a la boca.
Era el mismo atol que le daba a Isabela.
El mismo gesto con el que la atendía a ella.
De un manotazo, Julieta apartó su mano y la taza cayó al suelo, derramándose.
Con calma, tomó una servilleta y se limpió los dedos.
—Lo siento, detesto el sabor del dátil y del atol dulce.
—El chef lleva cinco años en la casa y aún no conoce mis gustos. Tu detalle fue en vano. Despídelo.
Héctor llamó a alguien para que recogiera los restos, imperturbable:
—¿Qué quieres comer? Le pediré al chef que prepare otra cosa.
Julieta guardó silencio.
Héctor, entonces, lo llamó y empezó a dictar un menú completo, esperando ver alguna reacción en ella.
—Atol de camarón fresco, ¿ese? —Dijo al final.
Julieta contestó con frialdad: —Mi accidente no tiene nada que ver contigo. Vete, no pierdas tu tiempo. Al fin y al cabo, ya estamos divorciados.
Héctor no hizo caso. Entró al baño, mojó una toalla y regresó para limpiarle las manos y el rostro.
Alguna vez Julieta había suplicado por un gesto así, y él nunca había aparecido.
Ahora que lo echaba, tampoco obedecía.
Ella le lanzó un vaso de agua en el pecho.
—¡Lárgate!
La camisa de Héctor se empapó, pero él ni se inmutó. Puso todas las cosas de la mesita a su alcance.
—Sigue lanzando. Cuando termines, seguiremos limpiándote. Estás cubierta de sudor, y al final la incómoda eres tú.
Julieta descargó contra él todo lo que tenía a mano.
Él lo recogió y se lo devolvió para que continuara.
A la tercera vez, ella ya no tuvo fuerzas. Se dejó estar, mientras él la aseaba con la paciencia de quien cuida a un anciano inválido.
Luego le dio de comer el atol. En ese instante sonó el tono especial de su teléfono.
Se levantó enseguida: —Isabela sigue en su reposo. No se siente bien, iré a verla.
No volvió en toda la noche.
Por la mañana, la amiga médica de Julieta vino a hacer la ronda y le preguntó por qué le había ocultado a Héctor lo de su aborto.
—Cuando te trajo al hospital estaba ensangrentado. Le sugirieron que se curara, pero se negó hasta que saliste de la sala de emergencias. Si hubieras visto su estado, sabrías que él siente algo por ti.
—Lo sé. Tenía un poco de conciencia y lo sentí.
Miró hacia la ventana; la luz del sol le obligó a entrecerrar los ojos.
—Por eso me da miedo. Temo que si lo noto un poco compasivo, volveré a caer. Soy demasiado vulnerable con él.
Pero entre ellos siempre estaría Elisa, muerta en aquella boda. Esa barrera era infranqueable; Héctor nunca la amaría de verdad.
La enfermedad la dejó débil.
Pasó cinco días hospitalizada y luego una semana más en reposo en casa.
Durante los cinco días, Héctor canceló trabajo para cuidarla. La semana siguiente, en cambio, viajó por negocios.
Pero Julieta lo supo por los videos y fotos provocadores de Isabela, él se la había llevado.
Héctor siempre detestó mezclar lo personal con lo laboral. Al inicio de su matrimonio, Julieta le pidió acompañarlo para ayudarle con la logística y él se negó.
Ahora, no era la primera vez que hacía una excepción por Isabela.
[Le dije que nunca había ido a Valdeluna, y Héctor me llevó. Fue tan atento.]
[Me llevó a un restaurante giratorio, a un parque de diversiones; me prometió enseñarme el mundo entero.]
[Todas estas fotos me las tomó él. Amo que me fotografíen; estuvimos dos horas enteras. Es tan paciente y tiene un talento increíble.]
Todo eso, Julieta jamás lo disfrutó.
No sabía que él podía ser tan blando. Ni que tenía buen ojo para la cámara.
Qué irónico.
Tuvo que enterarse de su esposo a través de Isabela.
Julieta escribió una respuesta:
[¿Y las fotos en la cama? ¿No quieres acostarte con él?]
El chat quedó en silencio.
Arrojó el teléfono a un lado y llamó a la niñera:
—Empaca todas las cosas de Héctor.
Esa era la casa que Nicolás le había comprado, la misma que ella había decorado con ilusión cuando creía en el amor.
Una semana más tarde, con el divorcio en puerta, el que debía irse era Héctor.