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Capítulo 6

Cuando Belén despertó en el hospital, no había nadie en la habitación. Por el pasillo se oían los susurros de las enfermeras. —Dicen que el señor Cristian, cuando entró volando con la señorita Isabel en brazos, le temblaban las manos. —Simplemente se lastimó el tobillo, apenas se enrojeció, pero insistió en dejarla en una habitación VIP. —Pero en la habitación de al lado, esa señora se rompió dos costillas y tenía hemorragia interna, y ni una sola persona fue a visitarla. —La vida es injusta... Belén cerró los ojos lentamente y las lágrimas se deslizaron en completo silencio por sus mejillas. Durante los siete días de hospitalización, ella cambió sin reparo sus propias vendas, comió sola y se quedaba mirando el techo, absorta. Hasta el día del alta, se encontró con Cristian en la puerta del hospital, quien llevaba una caja de comida. —¿Beli? —Cristian la miró sorprendido—. ¿Qué haces en el hospital? La mirada de Belén se posó justo en la bolsa de papel en sus manos. Eran los dulces más famosos del sur de la ciudad, había que hacer una cola tremenda de al menos dos horas para comprarlos. Cristian, quien antes odiaba hacer colas, ahora hacía fila para comprarle dulces a su flamante Isabel. Su tono fue calmado. —Ese día que me apartaste para buscar a Isabel, fui pisoteada por la multitud y terminé en el hospital. La expresión de Cristian cambió de inmediato, asombrado la sujetó de la muñeca. —Lo siento mucho, Beli, yo no lo sabía... ¿Dónde te lastimaste? ¿Todavía te duele? —No te afanes ya pasó lo peor. —Ella retiró la mano. —Perdóname... —Los ojos de Cristian estaban llenos de culpa y la voz le temblaba—. Déjame compensarte, ¿sí? ¿Dime qué quieres? ¿Qué te gustaría comer? Lo que sea que quieras, yo lo haré por ti... Belén estaba a punto de rechazarlo, pero de repente recordó que aún no tenía una foto para su tumba. Sin querer un pensamiento casi vengativo cruzó por su mente. Quería que Cristian le tomara la foto para su tumba con sus propias manos. —Entonces, ven conmigo. Llevó a Cristian a un centro comercial, compró un lindo vestido blanco como la nieve y después fueron al campo de girasoles en las afueras de la ciudad. —Tómame una foto. —Le pasó el celular a Cristian. Aunque Cristian estaba confundido, le tomó varias fotos con seriedad. Belén miró perpleja la imagen de sí misma, tan pálida, y murmuró: —Ya está, puedes irte con Isabel. —¿Eso es todo? —Cristian se quedó atónito—. ¿Ya me perdonaste? —Sí. —Ella sonrió—. Ya me tomaste la foto más importante de mi vida. La foto más importante: la de su tumba. Cristian seguía sintiendo que algo no estaba bien. —Beli, ¿me ocultas algo? Ella estaba a punto de hablar, pero justo en ese instante sonó el celular de Cristian. Era Isabel. Tras colgar, se despidió apresurado. —Beli, Isabel me espera para cortar el pastel. Descansa mañana vengo a verte. Belén miró su figura alejarse y regresó a casa en silencio. En los días siguientes, vio por el Facebook de Isabel cómo Cristian la llevaba cariñoso a la Torre Eiffel, a ver la nieve en Hokkaido, a pasear en góndola por Venecia... Cada publicación era tan dulce que dolía verla. Y mientras tanto, ella despertaba entre angustiosos dolores, se dormía escupiendo sangre y tomaba los analgésicos como si fueran comida. Hasta que, un día, Cristian apareció de forma inesperada. —Beli, hoy es la fiesta de cumpleaños de Isabel. Espero que puedas venir. —Su voz era suave—. Ella sabe que estuvo mal y siempre ha querido reconciliarse contigo. Ustedes eran mejores amigas. ¿Podrías cumplirle ese deseo? Sintió que alguien le arrancaba el pecho y el frío le atravesaba el alma. Casi no podía creer lo que oía. Él estaba allí parado y todo lo que mencionaba eran solo los sentimientos de Isabel. ¿Y su dolor donde quedaba? ¿Y aquellas noches en que intentó suicidarse diez veces, los días de engaños, el intenso dolor de verlos tan felices juntos, acaso todo eso no valía nada para él? Al verla callada, Cristian miró su reloj y la llevó al auto. El lujoso salón de fiestas brillaba, e Isabel, vestida de violeta, se encontraba en el centro como una verdadera princesa. Las jóvenes de la alta sociedad la rodeaban halagándola, mientras ella sostenía radiante el brazo de Cristian y sonreía feliz. Por un instante, Belén recordó el pasado. Cada año, en su cumpleaños, Cristian le organizaba una majestuosa fiesta. Ella decía que era un problema, pero él insistía. —Lo más importante en la alta sociedad es la dignidad. Beli, tienes que estar siempre en la cima. Ahora, él le había entregado ese honor a otra persona. Durante toda la fiesta, Belén vio cómo Cristian protegía a Isabel de los brindis, cómo ella se apoyaba con cariño en su hombro, cómo él se inclinaba cuidadoso para arreglarle la falda, cada gesto tan familiar como si lo hubiera hecho miles de veces. Apretó con fuerza la copa en su mano. De repente, las luces se apagaron. —¡Ahora, por favor, que la pareja se bese! —De pronto la voz del presentador resonó en la oscuridad. A la luz tenue, Belén vio a Cristian tomar la cara de Isabel entre las manos. Sus movimientos eran tan tiernos y ligeros, como si sostuviera un tesoro invaluable, y luego, se inclinó y la besó con pasión. En ese instante, los recuerdos de juventud la invadieron como una ola. El día de su primer beso, el joven estaba tan nervioso que le temblaba el cuerpo y su voz era baja y ronca. —Beli, he practicado mucho... Sus labios eran suaves y cálidos, con el dulzor fresco de caramelos de menta. Después del beso, él, sonrojado, le preguntó: —¿... Aprobé? Y ahora, bajo la intensa mirada de todos, besaba a otra, con destreza y pasión. Sentía como si le hubieran puesto un carbón encendido en el corazón; las lágrimas le caían desbordadas sin cesar. Se mordió los labios con tanta fuerza que llegó a sentir el sabor de la sangre.

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