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Capítulo 2

Después de que le sacaron la sangre, Flavia se sintió mareada y sostuvo la pared para poder caminar. Al salir, vio a Manuel junto a Valentina, quien acababa de ser sacada del quirófano. Él le sujetaba la mano con fuerza, hablándole en voz baja con una expresión llena de ternura y una mirada embelesada. En ningún momento preguntó por el estado de su esposa, si se sentía mal o si necesitaba algo. Y, por supuesto, tampoco notó que Flavia ya se había ido sola a casa. Al regresar a la mansión, se dirigió directamente a la cocina. Siempre había sufrido de anemia, y hoy, después de haber donado tanta sangre, su rostro seguía pálido. Quiso prepararse un poco de agua con piloncillo para reponerse, pero en cuanto sirvió el líquido caliente en un tazón, sus manos temblorosas lo traicionaron. Solo escuchó un fuerte ¡crack! y el tazón se hizo añicos en el suelo. Por un instante, Flavia, quien había soportado años de humillaciones sin inmutarse, sintió cómo sus ojos se enrojecían de golpe. —Matte… Sin ti aquí, de verdad no sirvo para nada… —murmuró con voz ahogada. El agua con piloncillo se esparció a sus pies, formando un charco oscuro que la hizo recordar el pasado. En aquellos días, tenía al mejor compañero de vida. En aquellos días, su amor aún no había muerto. Siempre había sufrido de frío en el cuerpo, y cada mes, durante su periodo, los cólicos eran insoportables. Pero Matte, con su infinita paciencia, siempre le preparaba té de jengibre y piloncillo, lo dejaba enfriar hasta la temperatura perfecta y luego se lo daba a beber con ternura. Si ella estaba de mal humor y se ponía caprichosa, él la abrazaba con fuerza, cubriendo su vientre con sus cálidas manos y susurrándole al oído: "Así no te dolerá tanto." Cuando estaba irritada y todo le parecía mal, él simplemente se sentaba a su lado, dejándose golpear y regañar sin quejarse. Y al final, con la misma dulzura de siempre, tomaba sus manos entre las suyas, soplaba suavemente sobre ellas y le preguntaba preocupado: "¿No te lastimaste al pegarme?" Flavia se agachó y comenzó a recoger los pedazos de cerámica rota, pero de repente sintió un pinchazo en la punta de su dedo. Al levantar la mano, vio una delgada línea de sangre deslizándose sobre su piel. Tampoco sabía si era el dolor físico o alguna otra cosa, pero las lágrimas comenzaron a caer en gruesas gotas sobre el suelo. —¿Cómo no me di cuenta antes? Tú me amabas tanto, pero Manuel siempre fue frío y distante… Su corazón jamás latió con pasión por mí. Recogió con cuidado todos los pedazos rotos y los arrojó a la basura. Luego, dejó escapar una ligera sonrisa, —Pero no importa… Muy pronto volveremos a vernos. Al día siguiente, Manuel seguía sin regresar. Después de asearse y arreglarse, Flavia salió para reunirse con su abogado, Salvador Herrera. Se sentó al otro lado del escritorio, donde ya estaba colocada una copia de la solicitud de divorcio. —Señorita González, en cuanto ambos firmen este documento y pase el periodo de un mes de reflexión, el divorcio será oficial. —explicó Salvador con profesionalismo. Al escuchar eso, Flavia pensó en cómo Manuel ni siquiera se había molestado en volver a casa. Entonces, preguntó sin rodeos, —¿Puedo firmar por él? —¡Señorita González, eso es imposible! —Salvador negó de inmediato, tajante. Viendo que su negativa era firme, ella insistió, —Mi esposo también quiere el divorcio, solo que está demasiado ocupado para venir. Yo solo firmaría en su lugar. Si no me cree, lo llamaré ahora mismo. Sin esperar respuesta, sacó su celular y marcó el número de Manuel. La llamada sonó una y otra vez hasta que, finalmente, él respondió. Flavia no se molestó en saludar, fue directo al punto. —Necesito hablar contigo sobre algo… Pero antes de que pudiera terminar la frase, él la interrumpió con su tono frío e indiferente, carente de emoción alguna, —No tengo tiempo. Haz lo que quieras, no es necesario discutirlo. Justo antes de que la llamada se cortara, se escuchó otra voz al otro lado de la línea, —Manu, la medicina sabe horrible… ¿Puedo no tomarla? Flavia no dudó ni un segundo en reconocer la voz coqueta y mimada de Valentina. Antes de que la línea se desconectara, alcanzó a oír a Manuel responderle con una ternura que jamás le había dedicado a ella, —No puedes. Si no tomas la medicina, ¿cómo te vas a mejorar rápido? El tono de su voz era suave, cálido… Flavia apretó el celular en su mano y levantó la mirada hacia Salvador. Al escuchar la respuesta de Manuel por teléfono, Salvador captó de inmediato su indiferencia y, tras un breve silencio, finalmente cedió. —Está bien. —dijo con resignación, —Puedes firmar en su nombre. Flavia exhaló aliviada y, sin titubear, tomó la pluma y estampó el nombre Manuel Santos en la solicitud de divorcio. Al salir del despacho de abogados, desbloqueó su celular, pulsó un par de veces en la pantalla y reservó un boleto de avión para dentro de un mes con destino a Costadorada. Manuel no regresó a casa hasta una semana después. Cuando por fin lo hizo, era pasada la medianoche. Con el cansancio reflejado en su postura y el frío impregnado en su ropa, entró a la habitación sin hacer ruido. Flavia dormía profundamente, sumida en un letargo del que no pareció inmutarse ni siquiera con su llegada. No fue hasta que sintió el peso del colchón hundirse ligeramente y un par de brazos rodeándola con naturalidad que despertó por completo. Su cuerpo reaccionó antes que su mente y, casi de manera instintiva, lo apartó, moviéndose hacia el otro lado de la cama. Manuel, sorprendido, parpadeó desconcertado. Por primera vez, ella lo rechazaba. Un segundo después, su expresión se ensombreció y frunció el ceño, —¿No decías que solo podías dormir si escuchabas los latidos de mi corazón? Durante tres años de matrimonio, Flavia apenas le había pedido nada. Sin embargo, aquella única petición, él la había concedido sin resistencia. Recordaba perfectamente ese momento. Apenas se habían casado, y aparte de un papel con sus nombres, él no le había dado nada más. Pero a ella no pareció importarle. Aquella noche, después de hacerle la pregunta, simplemente se había acurrucado contra su pecho, pegando su oído a su corazón. —¿Por qué te gusta quedarte así? —le había preguntado él en su momento. Flavia había alzado la vista, con la luna reflejada en sus pupilas, su mirada llena de amor. —Porque me gusta escuchar los latidos de tu corazón. ¿Puedo dormir así siempre? Tal vez fue la intensidad de la emoción en sus ojos lo que lo hizo incapaz de negarse. Sin pensar demasiado, aceptó. Desde entonces, aquella costumbre nunca cambió. Siempre que él estaba en casa, ella se acomodaba en su pecho, siguiendo el ritmo de su corazón hasta quedarse dormida. Pero esta vez, después de un breve silencio, ella simplemente sacudió la cabeza y murmuró con voz tranquila, —Ya no hace falta.

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