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Capítulo 3

Se dio la vuelta, girándose hacia el otro lado. Manuel observó su silueta encogida bajo la luz de la luna y sintió una extraña sensación en su pecho. Era la primera vez que Flavia no se aferraba a él con toda su alma. Se suponía que debería sentirse aliviado, después de todo, nunca le había gustado su insistencia. Pero en lugar de felicidad, solo sentía un vacío inexplicable. 'Debe ser solo la costumbre de tenerla en mis brazos, dependiendo completamente de mí', se dijo a sí mismo en un intento de justificar lo que sentía. Al día siguiente, Flavia se despertó bastante tarde. Después de asearse, bajó las escaleras y se sorprendió al ver que Manuel aún no se había ido. Su desconcierto fue evidente cuando, sin pensarlo, preguntó, —¿Hoy no vas al hospital a ver a la señorita Solís? Si hubiera sido otro momento, Manuel tal vez habría sentido fastidio por la pregunta. Pero esta vez, en el fondo, sintió un leve alivio. 'Así que lo de ayer fue por celos de Valen', pensó. —Valen solo es mi amiga. —le explicó con una paciencia poco habitual, —Recién volvió al país y tuvo un accidente, por eso la estuve cuidando. Pero ya le dieron el alta. Hizo una pausa y luego añadió, —Hace tiempo me pediste que te llevara a ver el atardecer. No he podido estar contigo estos días, así que hoy te compensaré. —No hace falta. Ahora que sabía que se había equivocado de persona y que su divorcio estaba decidido, no tenía sentido seguir compartiendo momentos sin significado. Su negativa fue automática, pero Manuel ya había dado la orden de traer el carro, convencido de que su plan tenía sentido. Al verse arrastrada sin remedio, Flavia dejó de resistirse y se quedó en silencio durante el trayecto. El carro avanzó en dirección a las afueras de la ciudad y pronto llegaron a su destino. Sin embargo, justo cuando alcanzaban la cima de la montaña, el celular de Manuel comenzó a sonar. Él lo tomó para contestar, y en la pantalla, fugaz pero claramente, apareció un nombre: Valen. No sabía qué le habían dicho al otro lado de la línea, pero después de colgar, Manuel solo dudó un instante antes de volver a subirse al carro. Antes de irse, le dejó a Flavia unas palabras breves, —Espérame aquí, en un rato regreso por ti. Sin embargo, por mucho que esperó, el tiempo pasó sin que él volviera. Vio el sol descender lentamente, el cielo teñirse de rojo y luego oscurecerse por completo. Pero Manuel nunca apareció. En la montaña no había señal para pedir un carro, y Flavia tampoco quiso llamarlo para preguntar si aún pensaba regresar. En silencio, tomó la decisión de bajar por su cuenta. El camino era largo y empinado. Aunque no era un sendero de lodo, la caminata fue agotadora, y cuando finalmente llegó al pie de la montaña, sus pies estaban llenos de ampollas. Sacó su celular para pedir un carro de regreso a la villa, pero justo en ese momento recibió un mensaje de uno de los amigos de Manuel. [Es urgente. Ven a Sala Nocturna.] Los amigos de Manuel nunca la habían visto con buenos ojos. Para ellos, Flavia no era más que la mujer que había perseguido a Manuel durante dos años hasta que, finalmente, logró casarse con él. No la consideraban parte de su círculo y mucho menos solían buscarla. Por eso, cuando vio el mensaje, no dudó demasiado. Pidió un carro sin pensarlo mucho y se dirigió directamente a Sala Nocturna. No es que le preocupara Manuel, pero si algo le había pasado, podría retrasar el divorcio, y eso sí que sería un problema. Siguió la dirección que le enviaron hasta llegar a una suite privada. Sin imaginar lo que le esperaba, abrió la puerta y justo en ese momento, su pie tropezó con una cuerda en el suelo. No tuvo tiempo de reaccionar. —¡Ah! —Cayó pesadamente al suelo, y su cabeza golpeó con fuerza contra una silla de madera. El dolor la dejó aturdida, sintió un mareo repentino y, al llevarse la mano a la frente, notó algo húmedo y pegajoso. Sangre. Las risas estallaron en la habitación. Los presentes la miraban con burla, regodeándose en su desgracia, pero no parecían dispuestos a detenerse ahí. De repente, la puerta se cerró de golpe y, en el siguiente instante, un cubo de agua fría se volcó sobre su cabeza. ¡Splash! El agua helada le empapó el cuerpo por completo.Las carcajadas resonaron aún más fuertes. —¡Miren cómo quedó! —se burló una de las mujeres, entre risas, —¿No les recuerda a una perra mojada? —Jaja, Emi, la verdad es que tu comparación es bastante acertada. Las carcajadas inundaron la habitación. Cada palabra, cada comentario, estaba cargado de burla y desprecio hacia ella. El aire acondicionado estaba a toda potencia, y la ropa empapada se le pegaba incómodamente al cuerpo. Un escalofrío la recorrió cuando una ráfaga de aire frío la envolvió. El agua goteaba de las puntas de su cabello, nublándole la vista. Pero, aun cuando finalmente comprendió que todo esto no era más que una broma cruel, su expresión no cambió ni un ápice. En medio de las risas y miradas burlonas, simplemente pasó una mano por su rostro, quitándose el exceso de agua. Al notar su falta de reacción, algunos se sintieron decepcionados, mientras que otros pensaron que simplemente la broma no había sido lo suficientemente fuerte. Entonces, alguien sacó su celular y le mostró un video grabado de una cámara de seguridad. —Oye, perrita fiel, solo te llamamos aquí para darte una noticia: la chica que Mane nunca olvidó ha vuelto. Flavia levantó la vista justo cuando el video comenzó a reproducirse. Era una grabación en otro salón privado. En la imagen, Manuel estaba medio inclinado, sosteniendo con sumo cuidado el tobillo de Valentina, su mirada repleta de ternura. —¿Lo ves? —continuó una de las voces con malicia, —Hoy Mane te dejó tirada en la montaña porque estaba organizando la bienvenida de Valen. Ella apenas se torció un poco el pie, y él ya la tomó en brazos como si fuera lo más preciado del mundo. ¿Te ha tratado alguna vez así en todos estos años? —las risas se intensificaron, —Así que haznos un favor y vete de aquí. Sé lista y déjale el lugar que nunca te perteneció. Si esperas a que te echen, la vergüenza será aún peor. Los comentarios seguían acumulándose, venenosos y sin tregua. Flavia, aún aturdida por la caída, se apoyó en el suelo y con esfuerzo logró ponerse de pie, ignorando el dolor punzante en sus pies lastimados. Sus ojos oscuros recorrieron la habitación, profundos e insondables. Su voz, en cambio, se mantuvo firme y tranquila. —No se preocupen. Le dejaré su lugar. —las burlas estuvieron a punto de renovarse, pero entonces ella sonrió levemente y añadió con calma, —Porque yo tampoco lo quiero.

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