Capítulo 5 Diego, ya no te quiero
—¡No exageres! Solo estaban presumiendo un poco, no tenían mala intención —dijo Diego.
En los ojos de Julia brilló la decepción. Incluso cuando la estaban difamando de esa manera, él no la defendía.
—¿Y qué tendría que pasar para que lo consideres mala intención? ¿Acaso quieres que me arrodille, me abofetee yo sola y diga que no debí casarme contigo? —replicó Julia con sarcasmo. —Diego, no olvides que fuiste tú quien me pidió matrimonio.
Los amigos de Diego se miraron entre sí, y hasta Andrea mostró una cara incómoda.
En los ojos de él apareció un destello de molestia, y sujetó la mano de Julia. —Sea lo que sea, lo hablamos en casa.
—No. Lo que tenga que decir, lo digo aquí. —Julia apartó la mano de un tirón—. Al fin y al cabo, tú y Andrea hacen buena pareja. Uno engañando y la otra como amante. Les deseo que sean felices hasta envejecer.
La cara de Diego se ensombreció, mientras la de Andrea palideció de inmediato.
Yago, intervino: —Julia, ¿con qué derecho hablas así de Andrea? ¿En qué eres mejor que ella? Si Diego no la ama, ¿debería amarte a ti, una huérfana graduada de una universidad cualquiera?
—¡Idiota! —gritó Sara, enfurecida. —¿Qué universidad cualquiera? ¡Julia se graduó de la Universidad Estrella del Sur!
—¡Ja, ja, ja! —Las risas estallaron alrededor—. ¿Una universidad ordinaria como esa comparándose con la Universidad del Sol Dorado? ¡Qué atrevimiento!
—Julia, tú y tu amiga son iguales: la misma desvergüenza.
Andrea, ya más aliviada, se levantó y con sorna dijo: —Si quieres presumir, debes mostrar fuerza verdadera. Con mentiras sobre tu formación, solo logras convertirte en un payaso.
Sara estaba furiosa. —¿Mentiras? Con revisar el Registro Nacional de Titulados Universitarios Oficiales es suficiente para comprobarlo.
Julia sujetó a Sara y miró a Andrea con frialdad. —Mi formación no necesita ser evaluada por ti.
Andrea arrugó la frente. Julia debía sentirse acorralada y avergonzada, pero en cambio se mostraba serena.
Su seguridad era tal, que resultaba incómoda.
En ese momento, Andrea vio por el rabillo del ojo a varias personas acercarse.
Reconoció a una de ellas.
—¡Profesor Carlos! —lo llamó Andrea con una sonrisa—. ¡Qué coincidencia, tanto tiempo sin vernos! ¿También vino a cenar aquí?
El profesor Carlos la reconoció. —Ah, eras tú. Sí, ha pasado bastante tiempo.
El profesor Carlos tenía cierta relación con la familia Sánchez, por lo que solía frecuentarlos.
—Usted es profesor de la Universidad Estrella del Sur. Justo aquí alguien dice ser egresada de allí, no sé si la reconocerá —dijo Andrea.
Los demás, con intención de burlarse, se sumaron. —Exacto, Julia, ¿no decías que eras de la Universidad Estrella del Sur? Aquí está un profesor de tu facultad, ¿no lo conocerás?
Ella dio un paso al frente. —Profesor Carlos, cuánto tiempo sin verlo.
—¡Vaya, qué buena actriz!
—De verdad se cree alumna de la Universidad Estrella del Sur.
—¡Imposible que el profesor Carlos la reconozca!
Las burlas resonaban, pero se detuvieron en seco cuando el profesor posó su mano sobre el hombro de Julia.
—No imaginé encontrarte aquí. Ya han pasado años desde la última vez que nos vimos —dijo el profesor.
—Sí, mucho tiempo. ¿Cómo ha estado de salud? —respondió ella.
—Bien, todo bien. También me enteré de lo de tus padres, lo lamento mucho. —Suspiró el profesor Carlos.
—Gracias —dijo Julia en voz baja.
Los que esperaban un espectáculo ahora mostraban caras de desconcierto.
Andrea abrió mucho los ojos, incrédula. —Profesor Carlos... ¿De verdad la conoce?
—Por supuesto. Ella fue mi alumna, ¿cómo no voy a conocerla? —contestó el profesor—. En su año, obtuvo la calificación más alta en el examen de ingreso a la universidad en Ríoalegre. Su llegada causó gran revuelo.
Los presentes ya no podían describir su expresión con la palabra "incómodo".
El puntaje más alto del examen de ingreso a la universidad en Ríoalegre... Todos sabían lo difícil que era conseguirlo.
Eso solo podía definirse como un verdadero genio.
Y más aún, la Universidad Estrella del Sur era incluso más exigente que la Universidad del Sol Dorado. No solo se requerían notas sobresalientes, también una excelente condición física.
Andrea alternaba entre el rojo y el blanco en su cara. Hacía un momento, la había llamado payaso.
Pero ahora, el payaso parecía ser Andrea.
Diego también estaba lleno de asombro. Nunca había sabido nada de eso, y Julia jamás le había mencionado aquellos logros.
En ese instante, él sintió que la mujer con la que había convivido tres años se le volvía extraña.
—Profesor Carlos, ¿ella realmente fue su alumna? —Una voz fría resonó de pronto, trayendo a todos de vuelta a la realidad.
—Sí —respondió el profesor Carlos, y presentó a ambos—: ella es mi estudiante, Julia. Juli, él es Bruno López, de Holding López Global, el señor Bruno.
Al escuchar su nombre, las expresiones de todos cambiaron de inmediato.
El patriarca de la familia López había muerto, y su sucesor no era otro que Bruno.
En los ojos de la multitud brilló la expectación: si lograban establecer, aunque fuera un mínimo vínculo con Bruno, podrían obtener enormes beneficios.
—Mucho gusto, señorita Julia. —Bruno extendió la mano con cortesía.
Ella entonces se dio cuenta de que aquel hombre era el mismo que había visto en la entrada de la funeraria.
Pero ahora, sin el paraguas que ocultaba su cara, el semblante del hombre apareció más nítido ante los ojos de Julia.
El cabello negro peinado hacia atrás dejaba al descubierto una frente amplia; la nariz recta y prominente; los labios finos y húmedos; y, bajo las cejas largas, esos ojos oscuros y profundos, semejantes a un mar muerto, insondables y silenciosos.
Aunque en ese momento el hombre le hablaba con una expresión serena, resultaba imposible adivinar qué pasaba realmente por su mente.
—Mucho gusto, señor Bruno. —Julia extendió la mano y la estrechó con la suya.
Unas manos limpias, elegantes, de articulaciones marcadas. Al estrecharlas, Julia sintió un instinto de peligro.
Como si en cualquier momento esas manos pudieran convertirse en manos asesinas.
El apretón duró apenas un instante, luego se soltaron.
Los demás, ansiosos, quisieron aprovechar la ocasión para acercarse a Bruno.
Pero él no mostró el menor interés en nadie más. —Profesor Carlos, vayamos al reservado.
El profesor asintió, le dio unas palabras de aliento a Julia y luego siguió caminando junto a Bruno.
Diego se acercó a ella y, con descontento, le dijo: —Eras la mejor en el examen de ingreso a la universidad y, además, egresada de la Universidad Estrella del Sur, ¿por qué nunca me lo contaste?
Julia lo miró con indiferencia. Porque él jamás se lo había preguntado.
—¿Importaba? —respondió Julia.
Diego estaba a punto de replicar cuando, de pronto, estallaron disparos dentro del restaurante.
Alguien había sacado un arma y disparaba en dirección a Bruno.
De inmediato, los gritos de pánico resonaron por todas partes.
En ese instante, Julia sintió un empujón violento que la lanzó hacia un lado. Dio un traspié y casi cayó al suelo.
Con la mirada periférica alcanzó a ver a Diego abrazando a Andrea y refugiándola tras un biombo.
El que la había empujado era él.
Cuando llegó la crisis, Diego eligió salvar a Andrea y no a su esposa.
¿Cuántas veces más pensaba defraudarla?
Julia lo miró con la cara impasible, aunque por dentro estaba llena de decepción.
¿Acaso no había pensado que al empujarla podría exponerla a las balas perdidas?
Como si hubiera sentido la mirada de Julia, Diego volteó hacia ella, y en su cara apareció un destello de culpa.
Cuando escuchó los disparos, lo único que pensó fue en proteger a Andrea. Para cuando se dio cuenta, ya había empujado a Julia a un lado.
Más tarde encontraría la manera de calmarla, se dijo. Diego sabía que Julia siempre había sido fácil de apaciguar; otras veces, incluso cuando él cometía errores, bastaban unas pocas palabras para que ella lo perdonara.
Se repetía esas palabras para consolarse cuando, de pronto, sus pupilas se contrajeron al ver los labios de Julia moverse. Ella lo miraba fijo y, con frialdad, pronunciaba: —Diego, ya no te quiero.