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Capítulo 4 El acuerdo de divorcio

Diego arrugó la frente. —¿Divorcio? ¿Solo porque hoy mi madre no te permitió meter las cenizas de tus padres en la casa? Su tono sonaba como si se tratara de un asunto insignificante. En el corazón de Julia se expandió un frío absoluto. Con ese hombre, en verdad ya no debía albergar ninguna esperanza. —No es solo por eso. También por lo de Andrea. Si nos divorciamos, podrás casarte con ella —dijo Julia. —Ya lo repetí, Andrea y yo solo somos amigos. No pienses de más —replicó Diego con fastidio. Julia lo encontró simplemente ridículo. Nadie creía que Diego y Andrea fueran solo amigos, pero él insistía en usar esa palabra para encubrir el hecho de que le era infiel. —Estoy cansada. Ya no quiero seguir sosteniendo un matrimonio como este —afirmó Julia. Lo verdaderamente aterrador no era el fracaso, sino haber perdido toda esperanza. Y ella, respecto a Diego, ya la había perdido. El semblante de él cambió. Esa sensación de no poder retenerla se hacía cada vez más intensa. Era como si, en cualquier momento, ella realmente fuera a dejarlo. —Si aún no te sientes tranquila, entonces tengamos un hijo —dijo de pronto Diego. —¿Qué? —Julia lo miró atónita. En tres años de matrimonio, Diego jamás había tenido intimidad con ella. Al principio, fue porque tras la boda ambos se enfocaron en el trabajo, y Diego decía que quería esperar, dejar que las cosas fluyeran con naturalidad. Julia no lo presionó. Después, poco a poco, aquello se volvió costumbre. Aunque compartieran la misma cama, Diego nunca se mostró cercano con ella. —Ya llevamos tres años casados. Es momento de tener un hijo —dijo Diego mientras inclinaba la cara y rozaba la mejilla de Julia con un beso. Julia sintió de golpe algo tan absurdo como doloroso. Hubo un tiempo en que ella también deseaba tener un hijo con él. Pero él siempre respondía: Aún no estoy listo, esperemos un poco más, ¿sí? Y Julia esperó. Creía que Diego simplemente no estaba preparado para ser padre. Nunca imaginó que, en realidad, era porque en su corazón había otra persona. Que quería mantener su lealtad hacia su primer amor. Julia pensó que su amor por Diego, junto a todo lo que hacía por él, algún día lo conmoverían. Pero al final, ella no fue más que una burla. Y cuando Julia, decidida, le pidió el divorcio, Diego salió con que quería darle un hijo. Julia lo empujó con fuerza y se limpió la mejilla con el dorso de la mano. —¡Diego, me das asco! La cara de él se endureció. —Julia, cuando nos casamos te prometí que nunca te defraudaría. Así que todo lo que acabas de decir lo voy a pasar por alto. Si ahora no quieres tener hijos, podemos esperar un poco más. —No hace falta esperar. ¡Jamás tendré un hijo contigo! —dijo Julia con frialdad. Diego quiso replicar, pero de pronto sonó su celular. Cuando contestó, Julia alcanzó a escuchar la voz de Andrea en el auricular. —Está bien, voy enseguida —respondió Diego con una ternura infinita hacia la persona al otro lado de la línea. Al terminar la llamada, Diego se volvió hacia Julia. —Tengo que salir un momento. Quédate tranquila y reflexiona. Y se marchó a toda prisa, dejando sola a Julia en la mansión. Desde la ventana, ella lo vio alejarse en el auto. Seguro iba otra vez a casa de Andrea. Diego no entendía que cada vez que se iba con Andrea, estaba traicionándola. En el pasado, Julia lo había amado porque él le dijo que nunca la defraudaría, y por eso se casó con él. Pero ahora, el amor que¿ sentía por Diego ya se había extinguido. Ese matrimonio no tenía razón de seguir existiendo. ... Lo que Julia no esperaba era que, antes siquiera de redactar un borrador del acuerdo de divorcio, Cecilia ya la hubiera llamado para concertar una cita. —Te doy diez millones de dólares, pero te divorcias de Diego —dijo Cecilia con tono agresivo. —¡De acuerdo! —respondió Julia sin titubear. En ese momento, fue Cecilia quien se quedó atónita. La miró con desconfianza. —¿De verdad estás dispuesta a divorciarte de Diego? —Por diez millones de dólares me divorcio de inmediato. —Al fin y al cabo, Julia ya tenía la intención de separarse, y ahora podía obtener de forma directa diez millones de dólares. ¿Por qué no aceptarlo con gusto? Diez millones de dólares podían devolver a muchos niños desertores a las aulas y dar una oportunidad de vida a muchos enfermos. Al verla tan resuelta, Cecilia sacó de inmediato un documento y lo colocó frente a Julia. Era un acuerdo de divorcio, y en él ya estaba la firma de Diego. Julia lo examinó con cuidado: era, en efecto, la letra de Diego. —¿Él fue quien te pidió que vinieras a hablarme del divorcio? —Eso no te importa. Lo único que sé es que en su corazón quiere separarse de ti. Así que firma de una vez —dijo Cecilia, aunque en su cara se asomó un destello de inseguridad. Julia bajó la mirada. En realidad, sabía que Diego no estaba al tanto de aquel acuerdo. No sabía qué método había usado Cecilia para conseguir su firma en ese documento, pero para ella eso no hacía ninguna diferencia. Tomó la pluma y escribió su nombre. —Hasta que se complete el proceso legal ustedes no estarán oficialmente divorciados. Mientras tanto, será mejor que te comportes y no le digas nada a Diego, no vayas a arruinarlo todo —advirtió Cecilia. Julia arqueó las cejas. ¿Quería que ocultara a Diego que ya había firmado el acuerdo? —Está bien —respondió Julia. —Y otra cosa: diez millones me parece demasiado. Para alguien como tú, una huérfana, con dos millones ya es más que suficiente —regateó Cecilia enseguida. Para ella, hasta dos millones eran demasiado para una huérfana. —Si me divorciara de forma normal, podría quedarme con la mitad de los bienes ganados en el matrimonio. Si diez millones te parecen demasiado, ¿qué tal ciento cincuenta millones? —replicó Julia con ironía. Cecilia casi se quedó sin aire y terminó apretando los dientes con furia. —Está bien, diez millones, pero ni uno más. ¡No puedes echarte atrás! Julia soltó una risa fría. ¿Cómo iba a echarse atrás? Lo único que quería era liberarse cuanto antes de ese matrimonio. Por la tarde, Julia se encontró con su amiga Sara Fernández para ir de compras y adquirieron algunas cosas. Cuando Sara se enteró de que Julia se iba a divorciar, lo celebró de inmediato. —¡Ya era hora! Los medios están llenos de chismes sobre Diego y Andrea, con toda clase de escándalos. Él como infiel y ella como amante, y aun así lo hacen tan descaradamente. —De todas formas, después del divorcio lo que hagan no tendrá nada que ver conmigo —respondió Julia con serenidad. —¿Y cuándo piensas llevar las cenizas de tus padres a tu pueblo natal para enterrarlas? —preguntó Sara. —Dentro de un mes. Cuando me divorcie oficialmente de Diego, llevaré a mis padres de regreso a casa —contestó Julia. A la hora de la cena, Sara la llevó a un restaurante de lujo. Apenas tomaron asiento, escucharon risas provenientes de la mesa de al lado, donde alguien mencionó un nombre demasiado familiar para Julia. —Diego, ¿cuándo te casas con Andrea? No olvides invitarnos al banquete. —Seguro será pronto. Julia no es nadie, salió de una universidad cualquiera. Si no fuera porque Diego se apiadó y la mantenía, ya estaría muerta de hambre. ¿Y aun así tiene el descaro de ocupar el lugar de la señora Guzmán? —Andrea es distinta. Graduada de la Universidad del Sol Dorado, la chica más hermosa de su facultad. ¡Y encima la primera capitana mujer de AeroEstrella! Eso debe quedar registrado en la historia de la aerolínea. Los de la mesa vecina hablaban con entusiasmo. Como cada mesa estaba separada por biombos, no se habían percatado de la presencia de Julia. Sara, furiosa, casi partía el tenedor en la mano. Cuando estuvo a punto de levantarse a reclamar, Julia la detuvo. —A la que nombran es a mí, yo misma me encargaré. Dicho esto, se levantó y rodeó el biombo. —¿Por qué no ahora mismo? Permítanme invitarles a todos una copa para celebrarlo. De inmediato, todos los de la mesa volvieron la mirada hacia ella. Las cejas de Diego se fruncieron.

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