Capítulo 4
Rubén se quedó pasmado por un instante y recién entonces recordó a Ángela. —Angi, tú...
—No me voy a morir —respondió Ángela con una risa sarcástica.
De inmediato, la mirada de Rubén se posó en su brazo enrojecido e hinchado, y su expresión cambió. —¿Cómo te hiciste esto?
Susana se apresuró a "reconocer su culpa". —Ángela, lo siento, fue mi culpa, no tuve cuidado...
Pero antes de que Susana terminara de hablar, Rubén intervino. —Está bien, no fue a propósito. Ángela no te va a guardar rencor, no hace falta que te disculpes.
¡Paf! Ángela levantó la mano y le dio una cachetada tan fuerte que el sonido resonó por todo el comedor. Luego soltó una risita helada. —Perdón, también fue sin querer.
Había puesto toda su fuerza en ese golpe; la cara de Susana se hinchó de inmediato.
Los ojos de Rubén se tiñeron de rojo por la rabia. —¡Susana ya te dijo que fue un accidente! ¿Por qué le pegas?
Ángela lo miró con ironía. —Yo también dije que fue sin querer, y ya pedí disculpas. ¿Por qué sigues insistiendo tanto?
Rubén soltó una risa incrédula. —¿Crees que estoy ciego? ¡Esa cachetada fue completamente intencional!
Ángela le devolvió la pregunta: —¿Y cómo es que no viste que lo de Susana también fue a propósito?
Al oír eso, Susana se apresuró a fingir con un tono lloroso. —Ángela, te juro que no fue intencional. Si sigues enojada, puedes darme otra cachetada.
Dicho esto, bajó la cabeza con un aire de fragilidad, lanzándole a Rubén una mirada que parecía suplicarle protección.
Ángela arqueó una ceja; sin esperar la reacción de Rubén, levantó de nuevo la mano y le dio otra cachetada, aún más fuerte, que la hizo caer al suelo.
Ignorando los gritos furiosos de Rubén, Ángela tomó las llaves del auto y salió de la casa.
Fue sola al hospital a que le trataran la quemadura y luego cenó tranquilamente fuera.
Cuando regresó, ni Rubén ni Susana estaban; la empleada le informó que habían ido al hospital.
Ángela solo rio. ¿Hospital? Por un par de cachetadas, la hinchazón ya debía haber bajado.
Si realmente habían ido al hospital o más bien a revolcarse, solo ellos lo sabían.
A altas horas de la madrugada, Rubén regresó.
Ángela, medio dormida, sintió cómo el colchón se hundía a su lado.
Rubén la abrazó por detrás, le mordió el lóbulo de la oreja y deslizó sus manos bajo la camisa de dormir.
Ángela reaccionó al instante, sujetó su mano y la apartó con fuerza.
Rubén quedó rígido; era la primera vez que ella rechazaba sus caricias.
—¿Qué pasa? —preguntó con voz ronca.
Ángela se apartó, dejando un espacio entre ambos, y esbozó una sonrisa muda y amarga. ¿Aún tenía la cara de preguntarle qué pasaba?
Él comprendió enseguida. —¿Sigues enojada?
—¿Y no debería estarlo? —replicó ella con frialdad.
Rubén guardó silencio unos segundos. —Sí, Susana te quemó, pero tú también le diste dos cachetadas. ¿Qué más quieres?
Ángela no quiso perder el tiempo discutiendo. —¿Ya terminaste? Entonces lárgate, no me quites el sueño.
El ambiente se congeló; incluso podía oír el rechinar de dientes de Rubén.
Pasados unos segundos, él suspiró. —Está bien, Angi, fue mi culpa. No debí preocuparme primero por Susana. Pero solo lo hice porque temía que, si ella se lastimaba, tu padre te culpara a ti, y por eso...
Ángela soltó una carcajada. —Ah, ¿sí? Qué considerado de tu parte.
No quería seguir viéndolo fingir, así que se dio la vuelta, dándole la espalda.
Rubén la sujetó por los hombros y la obligó a mirarlo; sus ojos mostraban un aparente arrepentimiento. —Perdóname. Te prometo que, pase lo que pase, a partir de ahora tú serás siempre mi prioridad.
Ángela observó fijamente al hombre al que había amado durante diez años. Cada parte de su cuerpo dolía.
Había creído ciegamente en sus palabras, y lo único que había obtenido era traición.
Una profunda sensación de vacío y arrepentimiento le oprimió el pecho. Se clavó las uñas en la palma de la mano, recordándose que no debía caer otra vez.
La voz de Rubén se volvió suave y persuasiva. —No quiero que te enojes más conmigo. Pide lo que quieras: una casa, un auto, joyas... Lo que sea.
Ángela estaba a punto de rechazar, pero de pronto una idea cruzó por su mente. —¿De verdad?
—Por supuesto.
—Bien. —Ángela abrió el cajón, sacó un documento y lo pasó hasta la última página—. Firma aquí.
Sin siquiera leerlo, Rubén estampó su firma en la línea final.
Ángela no esperaba que las cosas saliera tan bien; una sonrisa involuntaria se dibujó en sus labios.
Rubén, intrigado por su expresión, abrió el cajón. —¿Qué compraste que te tiene tan contenta?