Capítulo 3
—Todavía no.
"¿Cómo podría desahogarme con solo darte una cachetada?"
Federico levantó la mano con la que ella lo había golpeado hace un momento y la llevó a sus labios para darle un beso.
—¿Te dolió al pegarme? Cuando lleguemos a casa, te traeré hielo para que lo pongas en la mano y te daré una explicación razonable, ¿de acuerdo? No te enfades conmigo por alguien que no lo merece.
Ella bajó la mirada y, en el fondo de sus ojos, se asomó una tristeza silenciosa.
Esa era una de esas fallas inherentes a los hombres: salvo que los atraparan in fraganti, jamás admitirían que cometieron un error.
—¿Alguien que no lo merece?
—¿Te refieres a la señorita Andrea?
Josefina ladeó la cabeza para mirarla.
Su cara estaba pálida y estaba inmóvil. Ya no quedaba rastro del aire desafiante que había mostrado al entrar en la tienda.
—Sí.
La voz de Federico sonó firme, sin el más mínimo rastro de vacilación.
Andrea palideció aún más.
Al salir de la tienda de vestidos de novia, Josefina caminó hacia su auto.
Federico la tomó de la mano y con fuerza la atrajo hacia él.
—Ven en mi auto, yo te llevo de regreso.
Ella forcejeó un poco, pero notó que él ejercía demasiada fuerza como para soltarse. No le quedó más remedio que dejarse llevar hasta su auto.
Federico abrió la puerta del copiloto y, sobre el asiento, descansaba en silencio una pinza para el cabello de colores rosa y blanco.
Él la retiró con calma, sin mostrar nervios.
Ella se rio.
—¿Por qué no revisas bien? ¿No habrá por ahí otros objetos más íntimos? Si por accidente llego a ver alguna prenda interior, temo que eso me afecte la vista.
El hombre, que hasta entonces había mantenido una actitud serena, reaccionó como un gato al que le pisan la cola.
—¿De verdad tienes que tener la mente tan sucia?
—Te amo, pero eso no significa que voy a tolerarlo. Esto que pasó hoy es la primera vez, y espero que también sea la última. Ahora, Compañía Viento del Este está en una etapa clave de expansión. No puedo permitirme un socio con relaciones dudosas con otras mujeres.
—Hoy permití que humillaras a Andrea porque es una empleada. Pero si algún día llegas a dudar de una mujer con poder e influencia y actúas con esa misma actitud, ¿cómo va a prosperar Compañía Viento del Este a largo plazo?
Josefina lo miró en silencio. Sus ojos claros parecían haberse endurecido.
Entonces se dio cuenta de que Federico tenía una habilidad sorprendente para la manipulación.
Josefina no discutió con él, tampoco subió a su auto. Solo se dio la vuelta, regresó a su propio vehículo y se marchó.
Afuera de la tienda, la gente iba y venía, y Federico no hizo el intento de detenerla. Con la expresión seria, abrió la puerta de su auto. Cuando estaba por inclinarse para entrar, vio a Andrea salir de la tienda, pálida.
Guardó silencio por un momento, luego levantó la mano y le hizo una seña.
—Súbete.
En otro lugar.
Josefina miraba, frustrada, la parte trasera abollada de un lujoso auto negro cuya matrícula era una serie de ochos.
Se había distraído por un instante y su auto había chocado con el de adelante.
El golpe por detrás era su responsabilidad. Tendría que pagar por su distracción.
Abrió la puerta y bajó del auto para disculparse con la persona que descendía del otro vehículo.
—Disculpe, yo...
El conductor le echó una mirada, pero no respondió. En cambio, con una actitud respetuosa, abrió la puerta trasera del vehículo.
A medida que la puerta se abría, bajó un hombre de porte imponente. Llevaba la camisa abotonada hasta el cuello, y bajo su cara de facciones marcadas se escondía una frialdad arrogante.
En cuanto lo vio, se le vino un recuerdo fugaz. Sabía quién era el hombre frente a ella, él era...
Antes de que pudiera decir algo, el hombre ya se había alejado. Se apoyó con desgano sobre la baranda del camino. Con el celular en la mano, hizo una llamada. El viento le despeinaba de vez en cuando el flequillo, dejando ver su frente.
—Señorita, cuando el auto esté reparado, le avisaré. Usted puede venir a recogerlo.
El conductor le entregó una tarjeta de presentación.
Ella se tomó un momento para echarle otra mirada al hombre. Seguía hablando por teléfono y, por su expresión, parecía que algo no iba bien. Arrugaba la frente y, de vez en cuando, jugaba con un pajarito que descansaba sobre la baranda.
Diez minutos después, llegó una camioneta ejecutiva. El hombre subió, mientras el conductor seguía encargándose de la situación. Antes de entrar al vehículo, el hombre volvió la vista hacia ellos. Josefina, incómoda, desvió la mirada.
Después de terminar todos los trámites y dejar registrados los datos necesarios, ella regresó a casa ya entrada la noche.
Durante ese tiempo, Federico le había enviado otro mensaje. Josefina seguía sin responder.
Estaba demasiado cansada. Se aseó y luego se tumbó en la cama, donde se durmió profundamente.
Al día siguiente, concertó una cita en una plataforma inmobiliaria con un cliente interesado en comprar una propiedad. Aprovechó también para deshacerse de algunas cosas.
La mayoría eran pequeños regalos que Federico le había dado cuando estudiaban.
Esas cosas que antes atesoraba, como había perdido toda esperanza en él, se dio cuenta de que en realidad eran de una calidad miserable. Justo como él.
Tres días después.
Cuando Federico regresó, Josefina estaba en el jardín arreglando las rosas que acababan de florecer.
Él entró por la puerta y, desde atrás, rodeó su cintura, acercándose de forma cariñosa.
—Amor, ¿me extrañaste?
Ella se rio. —Teniendo bellezas a tu lado, ¿para qué querrías que te extrañe? Más bien debes estar deseando que no lo haga, así no te molesto en tus citas, ¿cierto?
Respondió con voz helada y, aprovechando el momento de desconcierto de él, se liberó de su abrazo.
Un leve aroma a perfume femenino se mezclaba con su aliento, provocándole náuseas.
Federico reaccionó con rapidez. Alzó la mano, sujetó su cintura y volvió a arrastrarla con fuerza hacia su pecho.
A través de la camisa, el calor de sus músculos se sentía abrasador.
Josefina forcejeó, pero él la apretó aún más, dejándola inmovilizada.
—Yo solo te amo a ti. No hagas esto, ¿sí? —Se inclinó un poco y le susurró al oído con una voz grave, en tono conciliador.
Josefina apretó los dedos con fuerza. Las espinas de la rosa le perforaron la piel, haciéndola sangrar, pero el dolor en la punta de sus dedos no lograba opacar el asco que la invadía por dentro.
Bajó la mano y los tallos de rosas se esparcieron por el suelo.
Él lo notó. Tomó su mano y, al ver la herida, arrugó la cara.
Se inclinó para succionar la sangre que aún brotaba.
Pero, cuando sus labios rozaron la punta de sus dedos, la expresión de Josefina cambió bruscamente.
"¿Cómo podía, después de haber estado tres días enredado con Andrea, seguir mostrando esa cara de profunda ternura frente a mí, como si nada?"
Sus labios no sabían cuántas veces habían besado a Andrea.
¡Ella lo sentía sucio! ¡Demasiado sucio!
Como un reflejo instintivo, se apartó con agilidad y decisión, esquivando la cara de Federico.
La palma de su mano quedó entumecida.
Él no reaccionó. Con la expresión sombría, la miró y, en el fondo de sus ojos, había una frialdad indescriptible.