Capítulo 9
—Este es mi hogar. Fuera de aquí, no quiero ir a ningún otro lugar.
Josefina retiró la mano de manera natural y se dio la vuelta para sentarse en el asiento.
Federico observó la leve pero casi imperceptible sonrisa en sus ojos, y una oleada de impaciencia se apoderó de él. Bajó la voz y dijo:
—¿De verdad tienes que pelear conmigo en casa de la abuela?
Su tono era como si le estuviera diciéndole: "Ya te lo he explicado, ¿qué más quieres?"
Como si con solo abrir la boca y dar una explicación, si ella no lo perdonaba, entonces el problema era de ella, por no saber valorar las cosas.
"¿Por qué en su momento pensé que Federico era diferente a los demás hombres?"
Los labios de ella se curvaron en una leve mueca de burla. Sacó la pulsera de jade de la caja y la sostuvo en la palma, jugueteando con ella, con indiferencia.
La mirada de Federico vaciló por un instante.
Josefina levantó la vista, se cruzó con su mirada contenida y sonrió.
—Viniste a buscarme por esto, ¿verdad?
Él bajó la mirada. Al ver la sonrisa fría en sus labios, ya no ocultó su verdadero propósito.
—Sí.
—El cumpleaños de la anciana señora de la familia Castro se acerca...
Aún no había terminado de hablar, cuando lo interrumpió. —Esta pulsera me pertenece. Si la quieres, págala.
Federico arrugó la cara y una chispa de enojo brilló en sus ojos.
—Josefina, estamos a punto de casarnos. ¿De verdad tienes que ser así conmigo?
La expresión de ella permaneció impasible.
"¿Con qué derecho pensaba que, después de traicionarme, aún estaría dispuesta a casarme con él como si nada hubiera pasado?"
—Sí, es necesario.
Respondió con firmeza, sin mostrar la menor emoción en la mirada.
Federico la miró a los ojos, arrugando la cara.
Ella sostuvo su mirada sin retroceder.
En ese enfrentamiento de miradas, alguien terminaría cediendo.
Finalmente, Federico sacó su teléfono.
El teléfono de Josefina, que estaba sobre la mesa, se encendió, mostrando una notificación de ingreso de dinero.
Ella no alzó la mano para tomarlo.
Él la miró con, desprecio. —¿No vas a revisar si es suficiente?
Josefina tomó el teléfono y abrió el mensaje para verificar.
La expresión de él se ensombreció al instante. —No sabía que te habías vuelto tan codiciosa.
Sin mirarlo, ella respondió, con tono apático: —Entonces, solo puedo decir que tienes muy mal ojo. Siete años y aún no has llegado a conocerme de verdad.
Federico se tornó más frío.
Ella sonrió levemente. —No te preocupes. Durante este tiempo, haré que me conozcas por completo.
Mientras hablaba, le extendió la pulsera de jade.
Él alargó la mano para tomarla, pero justo cuando sus dedos tocaron el jade, Josefina soltó la pulsera.
Se oyó el sonido nítido de algo rompiéndose.
Josefina reprimió su sonrisa de sus labios y fue la primera en hablar.
—¿Por qué no la sujetaste bien?
Federico se tensó y su mirada se deslizó desde la pulsera de, jade hecha trizas, hasta ella.
—¿Lo hiciste a propósito?
Ella negó con la cabeza. —Ya he recibido el dinero. ¿Qué ganaría haciendo eso?
Él observó la sonrisa que no lograba contener en la comisura de los labios. Sus profundos ojos se volvieron sombríos.
—Ya que tienes tan mal carácter, será mejor que no nos veamos hasta la boda. Quédate aquí con tu abuela y tranquilízate.
Dijo esas palabras con la expresión helada. Al ver que los ojos de ella no mostraban ni la más mínima emoción, arrugó la cara y se dio la vuelta para marcharse.
—Espera un momento.
Apenas había llegado a la puerta cuando ella lo detuvo.
El semblante sombrío de Federico se suavizó un poco. Mientras ella estuviera dispuesta a reconocer su error, él estaba dispuesto a darle una oportunidad.
Se giró de nuevo, de mejor humor.
—¿Qué...?
Apenas abrió la boca, ella se adelantó a hablar.
—Esa pulsera se rompió porque no la sujetaste bien. El dinero que me acabas de transferir, no te lo voy a devolver.
Él se quedó inmóvil. La ligera calma que había recuperado se esfumó al instante y, con los dientes apretados, le dijo:
—¡Más te vale valorar ese dinero como si fuera tu vida! ¡Aférrate a él para siempre!
Josefina respondió: —¡Gracias por tus buenos deseos!
La habitación quedó en silencio total.
El semblante de Federico era aterradoramente frío. A la luz amarillenta y tenue de la antigua casa, contempló a Josefina sentada en el sillón, con una expresión serena, sin decir palabra.
Pasó mucho tiempo antes de que dijera, como si cediera, con una voz algo débil.
—¿Cómo llegaste a ser así?
Ella lo miró en silencio.
—Deberías preguntarte qué has estado haciendo tú todo este tiempo.
Renunciar a una relación de siete años, para Josefina, era como arrancarse la carne del cuerpo lentamente.
Un dolor así provenía enteramente de él.
La había traicionado y, aun así, se atrevía a preguntarle por qué había cambiado tanto. Le parecía ridículo.
Fue él quien abandonó esos siete años de relación y, aun así, intentaba echarle la culpa a ella. Le resultaba repugnante.
—¡Josefina! ¿De verdad vas a pelear conmigo por una acusación sin fundamento como esta?
Su actitud fría y serena lo enfureció.
Ella levantó el dedo hacia sus labios y le dijo en voz baja: —Shhh. Vas a despertar a mi abuela.
Federico guardó silencio por un momento. Finalmente, logró calmarse también.
—Mañana vendré a buscarte. Durante este tiempo, dejaré todo el trabajo de lado y me quedaré en casa contigo.
Ella no respondió. En medio del silencio, Federico se dio la vuelta y se marchó.
Al día siguiente, no fue a buscarla.
Josefina vio en una red social que Andrea había publicado una nueva publicación.
[Amigos de internet, es terrible, estoy embarazada. Solo estuvimos juntos catorce días y luego nos separamos y ahora tengo este bebé. De verdad no sé qué hacer, por favor les pido que me den algún consejo y que no me critiquen tan duro].
Encima del texto había una foto de una prueba de embarazo positiva.
La publicación había sido hecha una hora antes y ya tenía una gran cantidad de comentarios; la mayoría con insultos.
Debajo, en la parte de los comentarios destacados, apareció uno fijado por la misma Andrea.
[Ya le conté sobre el bebé. Me dijo que primero fuera al hospital a hacerme unos exámenes. Por cómo lo dijo, parece que quiere que me quede con el niño].
La mano de Josefina tembló levemente. Era imposible que en su interior no se agitara nada.
Pero se calmó. Se frotó la cara y salió de la aplicación.
Afuera, llovía. Al dejar el celular, notó por la ventana que una de las canastitas tejidas por su abuela se estaba mojando bajo la lluvia. Se levantó para salir a recogerla.
El patio estaba cubierto de musgo y, con la lluvia, se volvía resbaloso.
Josefina, sin prestar suficiente atención, resbaló y cayó al suelo. El dolor intenso de una dislocación la dejó pálida.
Los vecinos se habían mudado. No podía pedir ayuda, solo le quedaba aguantar el dolor e intentar levantarse, pero el sufrimiento era tan agudo que terminó desplomándose en el suelo, pálida, dejando que la lluvia la empapara por completo.
Pasado un tiempo, cuando el dolor se hizo un poco más tolerable, logró arrastrarse de vuelta al interior de la casa. Tanteó hasta encontrar el teléfono sobre la mesa y marcó el número de emergencias.
Mientras esperaba la ambulancia, recibió una llamada de Federico.
Josefina contestó y se llevó el teléfono al oído.
—Hubo un problema en la empresa y yo...
Otra mentira. Sin dejarlo terminar, colgó la llamada.
Él no volvió a llamar.
Ella cerró los ojos y no logró ocultar la decepción en su mirada.
Le había dado muchas oportunidades para decir la verdad, pero a cambio solo recibió mentiras.