Capítulo 1
En el corazón de mi esposo, siempre hubo una mujer inalcanzable a la que amó sin poder tener.
Llevamos tres años de casados, y para ganarme su amor, me he esforzado por ser una esposa dulce y comprensiva.
A él no le gustaba mi comida, así que practiqué hasta herirme las manos cocinando.
Decía que nunca había hecho nada en casa, y entonces aprendí poco a poco a encargarme del hogar.
Hasta el día en que perdí a nuestro hijo, y él, al recibir una llamada de su primer amor, se marchó sin mirar atrás, dejándome en un charco de sangre.
Fue entonces cuando perdí toda esperanza y le pedí el divorcio.
El día de la separación, por una vez, mi exmarido pareció sentir culpa. —Si algún día necesitas algo, puedes buscarme.
Bajé la vista hacia el mensaje de mi hermano en el celular, que acababa de hacerme una transferencia:
—Si necesitas algo, por favor no vengas a buscarme.
...
—Uhm...
Un ardor familiar se apoderó de sus labios.
Alguien los devoraba con violencia.
Catalina abrió los ojos de golpe.
En la habitación apenas podía distinguir la figura alta y delgada de un hombre.
Esa silueta la cubría por completo, como una bestia disfrutando sin pudor de su presa.
Al mismo tiempo, un aroma penetrante y conocido de colonia masculina se metió en su nariz.
Ya no podía contar cuántas veces había olido ese perfume.
Una náusea nueva y feroz la invadió.
Catalina lo empujó bruscamente.
Los movimientos de Alejandro se detuvieron.
En la tenue luz, sus ojos brillaban con frialdad y dureza.
Alejandro se burló con desprecio: —Insististe en que volviera esta noche sin falta. ¿No era para esto?
A Catalina se le hizo un nudo en la garganta.
Apenas la semana pasada, había descubierto que estaba embarazada.
Quiso compartirle esa buena noticia, pero cuando lo llamó, no contestó... o simplemente le colgaba con fastidio.
Hoy era su cumpleaños. Llamó al asistente de Alejandro y le rogó que le dijera que volviera, que era importante.
Al principio, el asistente se negó, hasta que Catalina lo amenazó: si no le ayudaba, iría a ver a Valentina Martínez.
Solo entonces accedió.
Qué absurdo. Tenía que recurrir al asistente para hablar con su propio esposo.
—Click.
Catalina se incorporó y encendió la lámpara de la mesa.
Bajo la cálida luz amarilla, el rostro del hombre apareció claramente ante ella.
Una cara perfecta, con una nariz recta, cejas finas como trazos de pincel y unos ojos negros que la observaban fríamente, como un lago congelado que reflejaba destellos helados.
Aquel rostro que antes la tenía embelesada, ahora le resultaba desconocido.
Sus gestos mostraban molestia y un dejo de impaciencia.
—Catalina, ¿otra vez con tus jueguitos? Te advierto: si te metes con Valentina, no esperes que sea piadoso contigo.
Las agujas del reloj marcaban la una de la madrugada.
Para que él volviera a casa, tenía que mencionarle a otra mujer.
Después de casarse, supo que él tenía a una persona a la que amaba pero nunca pudo tener.
El abuelo de Alejandro nunca aprobó ese amor imposible y no permitió que estuvieran juntos.
Para separarlos por completo, el abuelo de Alejandro los manipuló.
Y usó su autoridad para presionar a Alejandro, obligándolo a hacerse responsable de Catalina.
Durante tres años de matrimonio, Alejandro siempre creyó que ella había conspirado con su abuelo Jorge para atraparlo, y la veía como una mujer falsa y calculadora.
Pero ella... no sabía ni que Valentina existía. Siempre pensó que no era lo suficientemente buena, y por eso él la trataba con tanta frialdad.
Con tal de que el matrimonio funcionara, hizo todo lo posible por ser una buena señora Guzmán.
Ella, que jamás había tocado una olla en su vida, no sabía cuántas veces se había quemado antes de aprender a cocinar bien.
Pero sin importar cuánto hiciera, él seguía con su cruel indiferencia.
Con el tiempo, comprendió que, por mucho que se esforzara, él nunca la miraría con otros ojos.
De la nada, Valentina regresó del extranjero.
Desde entonces, Alejandro ni siquiera volvía a casa.
Catalina ya no pudo contenerse. —¿Estuviste con Valentina todo el día?
Al escuchar ese nombre, los ojos de Alejandro se oscurecieron, y su voz se volvió gélida.
—No tienes derecho a mencionarla.
El cuerpo de Catalina tembló levemente, y un dolor repentino le atravesó el pecho.
Sus ojos se tornaron rojizos y una capa de humedad se asomó en su mirada.
Tres años de entrega, y lo único que obtuvo fue un "no tienes derecho".
Sabía que, ahora que Valentina había vuelto, ella debía retirarse con dignidad.
Pero en el fondo, aún albergaba una pizca de esperanza, ingenua y absurda.
Tal vez, si él sabía que iban a tener un hijo, regresaría a su lado.
—Alejandro, tengo algo que decirte. Yo, en realidad...
Antes de terminar la frase, el timbre del teléfono sonó de forma abrupta, interrumpiéndola.
Alejandro tomó el celular, a punto de contestar, pero Catalina lo detuvo con la mano.
Su mirada era suplicante. —Alejandro, ¿podrías dejarme terminar primero?
A esa hora de la noche, ¿quién más se atrevería a llamarlo, si no era Valentina?
Al ver su expresión desesperada, Alejandro se quedó un instante inmóvil.
No recordaba haberla visto nunca con esa frialdad en los ojos.
Sin embargo, el timbre del teléfono resonaba con fuerza en la noche silenciosa, como una alarma que apremiaba sin piedad.
Solo dudó por un segundo, antes de apartar su mano con frialdad.
—Catalina, ya cumplí con volver como me pediste. No exageres.
Los labios de Catalina se curvaron en una sonrisa desolada. —¿Volver a casa ya es suficiente para ti?
Alejandro respondió con frialdad: —Estás haciendo un escándalo.
Quizás preocupado por Valentina, Alejandro ni siquiera salió de la habitación antes de contestar la llamada.
Al otro lado del teléfono, se escuchaba la voz temblorosa y sollozante de Valentina.
—Alejandro... se fue la luz de repente. Estoy aterrada... Alejandro, tú sabes que lo que más odio es quedarme sin electricidad...
Los ojos de Alejandro se endurecieron. —Ya voy para allá.
A un lado, Catalina palideció al oír que Alejandro se iba.
—No puedes irte. Aún no he terminado de hablar...
—¡Ah! —La voz de Valentina gritó de repente al otro lado de la línea.
Alejandro arrugó la cara. —¿Valentina? ¿Qué te pasó?
Entre llantos, Valentina dijo: —Pisé unos vidrios rotos... creo que estoy sangrando... Alejandro, me duele mucho...
—No te muevas. Llego enseguida.
Sin mirar atrás, Alejandro se fue, sin importarle ya Catalina.
Instintivamente, corrió detrás de él y se puso en su camino.
—Alejandro, tengo que hablar contigo.
Él la apartó con frialdad, sus ojos llenos de disgusto y dureza.
—Catalina, si a Valentina le pasa algo por tu culpa, jamás te lo voy a perdonar.
Como si toda su fuerza hubiera sido absorbida, Catalina tambaleó hacia atrás tras el empujón.
Quedó mirando, atónita, la espalda de Alejandro mientras se alejaba, el rostro completamente descompuesto.
Él estuvo en casa menos de diez minutos, y ya se iba corriendo por una llamada de Valentina.
El sonido de la puerta al cerrarse la sacó de su estado de shock.
Corrió fuera del cuarto, intentando decirle que estaba embarazada.
Pero en su apuro, resbaló bajando las escaleras... y cayó violentamente.
Antes de perder el conocimiento, su voz, débil y desesperada, clamó hacia la puerta:
—Alejandro... ayúdame...