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Capítulo 2

No se sabía cuánto tiempo había pasado cuando Catalina despertó del desmayo. Un dolor punzante le atravesaba la parte baja del abdomen, como si algo muy importante estuviera a punto de desaparecer de su vida. El olor metálico de la sangre se esparcía en el aire, y esta fluía a borbotones desde su cuerpo. Catalina, de pronto, se dio cuenta de algo, y una profunda angustia y pánico envolvieron su corazón. —Mi bebé... mi bebé... En ese momento tan crítico, lo primero en lo que Catalina pensó fue en llamar a la persona que más amaba. Con gran esfuerzo, se arrastró hacia el celular que había caído cerca y, con manos temblorosas, marcó el número de Alejandro. —Tuu... tuu... tuu... Después de una espera que pareció durar un siglo, la llamada fue atentida. Catalina aún no alcanzaba a pedir ayuda, cuando escuchó, del otro lado del teléfono, la voz coqueta y sugerente de una mujer. —Alejandro, ya no puedo más... me estás volviendo loca... La mente de Catalina se quedó en blanco. Un dolor desgarrador la estaba consumiendo por completo. En sus oídos, la voz jadeante de la mujer sonaba como un hechizo maldito. El sudor le corría por la frente y le entraba en los ojos, haciéndolos arder, y de ellos brotaron lágrimas. No sabía si le dolía el cuerpo... o el alma. Todo se tiñó de negro ante sus ojos, y volvió a desmayarse. ... —¡La paciente tiene una hemorragia severa, necesitamos sangre urgente, consíganla ya! —Esta paciente tiene sangre tipo RH negativo raro... y las reservas están escasas. Justo hace un momento, una señorita llamada Valentina solicitó una transfusión... ¿Qué hacemos? La sangre que queda no será suficiente para salvarle la vida. —¿Que ya la tomaron? ¿Pero no te pedí que hicieras la solicitud apenas llegó la paciente al hospital? ¿Cómo la dejaron tomarla? —Este hospital pertenece al Grupo Andino, y esa señorita Valentina es la presunta amante de Alejandro, el presidente del grupo... ¿Quién se atrevería a meterse con eso? —Qué lástima... si hubiéramos llegado apenas un momento antes... Llamen a sus familiares, pregunten si alguien puede venir a donar sangre. —Pero... en su celular solo hay tres contactos guardados. Y ninguno tiene su mismo apellido. —Llámenles a esos tres, veamos si alguno responde. ... El olor penetrante a desinfectante invadía su nariz. Las pestañas de Catalina se movieron ligeramente, y abrió los ojos poco a poco. —¿Despertaste? —una voz masculina, profunda y con tono magnético, resonó a su lado. Catalina levantó la cabeza y vio un rostro apuesto y familiar que la miraba con calidez. Se quedó atónita, y por instinto dijo: —¿Hermano? ¿Qué haces aquí? Ignacio Herrera bajó la mirada hacia el rostro pálido de la mujer, sin un solo rastro de color, y soltó una leve burla: —Dejaste atrás una fortuna de cientos de miles de millones, renunciaste a tu vida de señorita de la alta sociedad, todo por perseguir el amor verdadero. ¿Y qué obtuviste? Casi mueres en la mesa de operaciones. Catalina guardó silencio. Ignacio era su hermano mayor. Aunque no compartían el mismo apellido, ya que uno llevaba el del padre y el otro el de la madre, eran hermanos de sangre. No sabía si realmente había estado tan cerca de la muerte. Aunque ayer estaba inconsciente, su conciencia seguía lúcida. Escuchó claramente cada palabra de los doctores. De pronto, como recordando algo, Catalina miró fijamente a Ignacio. —¿Hermano, y mi bebé? La mirada de Ignacio titubeó un momento. —Perdiste mucha sangre... apenas lograron salvarte la vida. El bebé... ya no está con nosotros. El rostro de Catalina se puso aún más pálido. Instintivamente, se llevó la mano al vientre. Sentía que sus órganos internos se removían; el dolor era tan fuerte que no podía contenerlo. —¿Mi bebé se fue? —las lágrimas le resbalaron por las mejillas mientras murmuraba—. Quizás... es mejor así. Así no tendrá que sufrir con una madre que nadie quiere. Ignacio guardó silencio por unos segundos, y luego dijo: —Catalina, regresa a casa. Todos estos años, mamá y papá te han extrañado mucho. Aquel año, Catalina lo dejó todo por estar con Alejandro. Rompió con su familia, renunció a su apellido de señorita Fernández, y se empeñó en casarse con Alejandro para ser una esposa y madre ejemplar. Sin embargo, no solo no obtuvo el amor de Alejandro, sino que durante todos estos años, por él, Catalina había soportado humillaciones interminables en la familia Guzmán. Ahora, no solo había perdido a su hijo, sino que casi pierde la vida también. En ese momento, fue como si un balde de agua helada le cayera encima, despertándola de golpe. Sí... tantos años casada con Alejandro, ¿qué era lo que realmente había ganado? ¿Ganar que Alejandro amara a otra mujer y ni siquiera se molestara en tratarla bien? ¿O ganar el desprecio constante de la familia Guzmán, que la obligaba a vivir agachando la cabeza? —Perdóname, hermano. —Los ojos de Catalina se enrojecieron, por fin arrepentida de aquella decisión impulsiva que tomó en el pasado. Ignacio, sin embargo, sonrió. —Todavía estás a tiempo de cambiar tu vida. Por boca de Ignacio, Catalina se enteró de que fue una empleada doméstica quien la encontró y la llevó de urgencia al hospital. De haber sido unos minutos más tarde, probablemente ya estaría muerta. ... Una semana después, Catalina fue dada de alta. Ya le había pedido a Ignacio que redactara los papeles del divorcio. En cuanto a la división de bienes, ella no quiso nada. A la familia Fernández lo que menos le faltaba era dinero. Ni Ignacio ni ella ponían los ojos en esa "miseria". Ignacio se ofreció a encargarse del proceso legal, y Catalina, luego de empacar sus pertenencias personales, bajó las escaleras, lista para marcharse. De repente, una voz suave y melosa rompió el silencio. —¿Eh? Catalina, ¿qué haces aquí? Catalina le lanzó una mirada indiferente. —Eso no es asunto suyo, señorita Valentina. La visitante no era otra que el primer amor de Alejandro, Valentina. En ese momento, Valentina vestía un impecable vestido blanco, que la hacía ver aún más delicada y frágil, como si con solo tocarla fuera a romperse. Valentina se acercó con una sonrisa. —La semana pasada me corté el dedo sin querer, sangré muchísimo, y Alejandro, preocupado por posibles secuelas, insistió en que viniera al hospital para un chequeo. Luego se cubrió la boca con una risita. —Alejandro sabe que mi cuerpo es especial... cuando me lastimo, sangro demasiado. Por eso, por si acaso, ordenó preparar bolsas de sangre con antelación. —Pero bueno, la verdad es que exageró. Solo fue un corte en el dedo, no era para tanto como para necesitar de una transfusión. Cada palabra de Valentina era como una espina que se clavaba directamente en el pecho de Catalina, dejándola sin aire. Ella casi murió por falta de sangre. Y Alejandro, solo por un corte en el dedo de Valentina, mandó a reservar sangre... ¿como precaución? La mirada de Catalina se tornó gélida. —Entonces, ¿quiere decir que al final no necesitó transfusión, señorita Valentina? Esta última sonrió con timidez, pero su voz cargaba un matiz de provocación. —Por supuesto que no. Es que Alejandro se preocupa demasiado por mí. El corazón de Catalina, que ya estaba helado, se cubrió con una capa aún más gruesa de escarcha. Aunque ya había perdido toda esperanza en Alejandro, escuchar aquellas palabras seguía haciéndole doler el pecho. —Parece que la señorita Valentina es muy orgullosa. —Catalina respondió con frialdad—. Es la primera vez que veo a una amante hablar con tanta arrogancia y satisfacción. Valentina se quedó helada, como si no pudiera creer que esas palabras hubieran salido de la boca de la siempre sumisa Catalina. En ese instante, una voz masculina, profunda y fría, se oyó detrás de ellas. —Catalina, ¿qué estás haciendo aquí? Seguido de eso, una figura alta y elegante apareció lentamente frente a ella. El hombre se mostraba serio. Al verla, sus finos labios se apretaron y su rostro, atractivo y varonil, se cubrió de una capa de hielo.

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