Capítulo 3 La familia muestra favoritismo
Las caras de Laura y Benito se alteraron levemente.
Aquellas cosas... Probablemente eran falsificaciones.
Sus miradas se volvieron ambiguas.
Sin embargo, que Susana, criada por gente común, no lo advirtiera, resultaba comprensible.
Pero pronto sus expresiones se enfriaron.
Laura dijo con indiferencia: —Sea como sea, también es un detalle de Susana. El almuerzo ya está listo, vayamos a comer.
Susana percibió sus reacciones y, más o menos, lo entendió, pero no explicó nada. Temía que, aun haciéndolo, no le creerían.
Fabián, en cambio, la miró con desdén. No esperaba que fueran falsificaciones. Qué alivio que no hubiera nada destinado a él.
Todos se sentaron alrededor de la mesa. Sobre ella había abundante sashimi, ingredientes exquisitos y un cangrejo gigante.
Al ver aquello, Laura se mostró algo sorprendida.
Parecía no haber ordenado a la cocina preparar semejante banquete.
—Susana, para darte la bienvenida, papá y mamá pidieron especialmente al chef que hiciera muchos platillos deliciosos —dijo Dolores sonriendo, mientras colocaba un gran cangrejo en el plato de Susana.
Junto al plato había utensilios. Susana los observó y preguntó: —¿Cómo se usan?
Con esa sola frase, sintió que la atmósfera a su alrededor se enfriaba.
—Yo te enseño, Susana —respondió Dolores con una sonrisa, mostrándole cómo cortar el caparazón del cangrejo. Susana aprendió rápido, aunque lo encontró algo molesto. Al fin y al cabo, en la familia Morales siempre había alguien encargado de prepararle todo de antemano.
Mariana incluso la cuidaba tanto que jamás le permitía tocar esas cosas.
En cambio, en el interior de Laura y los demás, la decepción creció.
Sabían que había sido criada por una familia común, pero no esperaban que la diferencia con Dolores fuera tan grande. Si se llegaba a saber que ella era la hija biológica de la familia Valdez, la humillación sería enorme.
—Susana, prueba esto. —Dolores no dejaba de servirle comida, con gran esmero.
Fabián arrugó la frente. —Ella tiene manos, Dolores, no hace falta que la atiendas así.
Pero ella, muy considerada, respondió: —Fabián, no pasa nada. Susana acaba de regresar, quiero ayudarla a integrarse pronto en esta casa.
Los ojos de Fabián se llenaron de ternura.
¡Dolores era realmente comprensiva!
Susana, sin embargo, apartó el plato que Dolores le había servido. Sus ojos se llenaron de lágrimas al instante. —Susana, ¿no me quieres?
—Acabo de comer mariscos. Si como esto también, sufriré un shock —explicó Susana con frialdad.
Las palabras sorprendieron a Laura.
Al parecer, su hija biológica no era tan ingenua como pensaba.
Dolores se sintió profundamente avergonzada. —Lo siento, Susana, no fue mi intención. Soy imperdonable. Estaba tan feliz que no me fijé en ese detalle. Por favor, no me culpes, ¿sí?
Fabián estalló de inmediato: —Susana, si no puedes comerlo, no lo hagas, ¿pero era necesario ese tono? ¡Dolores no lo hizo a propósito!
—¿Y acaso está mal que diga la verdad? —Susana se mostró desconcertada.
—¿Y qué clase de actitud es esa? —Replicó Fabián con disgusto.
—¡Basta! —Benito golpeó la mesa con fuerza. —Susana acaba de volver, no discutan más. Coman en paz.
La mesa volvió a quedar en silencio.
Tras terminar la tensa comida, Dolores dijo con dulzura: —Susana, te mostraré la casa.
Susana miró a Laura y, al ver su asentimiento, aceptó.
La familia Valdez poseía varias villas, con jardines delante y detrás. Mientras Dolores las presentaba, su tono rebosaba orgullo.
Tras dar un recorrido, al llegar a la entrada, Dolores sonrió y dijo: —Susana, has hecho un gran esfuerzo para encontrar a la familia Valdez. Pero después de vivir tanto tiempo entre plebeyos, ahora que estás de vuelta, no traigas contigo esos malos hábitos.
Cuando ya no estaban los demás miembros de la familia, se cruzó de brazos y recorrió a Susana con la mirada de arriba abajo, rebosando desprecio y arrogancia.
Pero Susana no se inmutó. Respondió con voz calmada: —Los plebeyos son muy buenos, al menos no son hipócritas ni malintencionados.
Mirando desde lo alto, Susana hizo que Dolores sintiera de repente una fuerte presión. Su cara cambió de inmediato. ¿Cómo podía Susana tener semejante presencia?
Y aquella cara... Tan sorprendente y deslumbrante, completamente distinto a lo que había imaginado.
—Susana —dijo Dolores, acariciando la mano de ella. —Di lo que quieras, pero volver a esta casa... Eso es imposible para ti.
Al terminar la frase, ocurrió una escena dramática: apenas tocó la mano de Susana, fue como si la hubieran empujado de golpe, cayendo pesadamente al suelo y rompiendo en llanto desconsolado.