Capítulo 4
Luego de pensarlo por unos segundos, tomé su mano y me puse de pie.
Sin embargo, cuando lo hice, sentí que mis piernas se doblaban.
Quizá porque había caminado muchísimo y estaba muy cansada.
O tal vez porque había permanecido mucho tiempo sentada y estaba algo adormecida.
Sea lo que fuere, descubrí que no podía volver al otro lado de la barandilla.
Inesperadamente, él me rodeó los hombros con sus brazos, me levantó del suelo por encima del barandal y me colocó en la acera.
Cuando me soltó, decidí volver a sentarme en el suelo.
El hombre se dio la vuelta y comenzó a caminar, así que creí que se estaba marchando.
No obstante, él volvió tres segundos después con mis tacones.
Desde donde yo estaba, ese sujeto parecía increíblemente alto.
Todo lo que podía ver eran sus largas piernas mientras se acercaba a mí a grandes y firmes pasos.
Después de entregarme mis zapatos, me los coloqué y me puse de pie.
Aún así, a pesar de que mis tacones medían diez centimetros, apenas logré alcanzar sus hombros con mi estatura.
Por ende, supuse que él debía medir entre un metro ochenta y cinco y un metro ochenta y siete.
Sin mencionar que se notaba que tenía un cuerpo en muy buena forma.
"Yo puedo ayudarte", me dijo.
"¿Qué?", le pregunté al no entender a qué se refería.
"¿Alguna vez has oído hablar sobre Make A Wish Foundation?".
"Mmm, no".
"Bueno, te cuento. Esa fundación ayuda a hacer realidad los deseos de las personas que tienen enfermedades terminales. Es como una especie de hada madrina en la vida real".
Tras oírlo, atiné a mirarlo sin comprender nada.
¿Por qué me estaba hablando tan repentinamente de una obra de caridad?
"A lo que voy es a que, yo puedo ser tu hada madrina. Bueno, padrino, en realidad", agregó él.
"¿Qué? ¿De qué estás hablando? Yo no tengo una enfermedad terminal", contesté.
Además, no tenía ningún deseo.
¿O sí?
Siendo sincera, daría lo que fuera para que papá volviera la vida, pero este extraño estaba lejos de poder cumplir algo así.
"Sin embargo... estabas preparada para morir, ¿no es así? Igual que un enfermo cuando no le queda tiempo de vida. Y, según lo que me contaste, es porque tu esposo no puede tener s*xo contigo. Así que...".
El hombre se detuvo unos segundos, mostró una sonrisa y continuó.
"Yo te puedo ayudar con eso".
Sus ojos estaban ocultos bajo la visera de la gorra negra, mas, podía apostar a que había un brillo perverso en ellos.
Fue en ese momento en el que por fin entendí a lo que se refería.
De hecho, me maravilló la capacidad que tuvo ese sujeto para hacer una propuesta tan indecente con un rostro tan serio.
Por lo tanto, crucé mis brazos y levanté mi mentón.
"¿Acaso me estás ofreciendo tener s*xo contigo?".
"Mmm, puedes tomarlo de esa manera si quieres".
Luego de oír su respuesta, me quedé totalmente atónita, pues aquel encuentro resultó ser demasiado surrealista.
Aunque una parte de mí seguía pensando que estaba en un sueño, la otra parte estaba... agradecida.
Quienquiera que fuera este desconocido, sin importar sus intenciones, al menos pudo percatarse de que estaba disgustada y se ofreció a ayudarme.
Su sugerencia, por muy irónica que sonara, fue mejor que todo lo que Landon me había ofrecido.
Después de todo, un matrimonio sin s*xo resultó ser más difícil de lo que había imaginado.
Y era verdaderamente cansado tener que ir a la casa de mi suegra, pues siempre demostraba la decepción que sentía por mí en su mirada.
A pesar de que mi vientre plano era la envidia de muchas mujeres, solo me había ganado la desaprobación de la madre de mi esposo.
Sus severas preguntas y sus repetidas propuestas en agendarme una cita en alguna clínica de fertilidad solo hicieron que quisiera desaparecer por completo.
Ella me hizo sentir inferior, como si el hecho de no poder dar a luz a un niño fuera suficiente para perder mi valor como ser humano.
Cuando eso sucedía, Landon siempre trataba de no verse afectado.
Por eso, se ponía de pie, inventaba una excusa y salía de la habitación.
Recuerdo que abordé el tema con él, pues tal vez ambos podríamos ir a una clínica y lograr algo.
No obstante, él se mostraba a la defensiva todo el tiempo, asegurando que su cuerpo estaba bien.
Mencionaba una y otra vez sus problemas de salud mental, pero nunca dio detalles al respecto.
Aunque ya había dejado claro que no iría a una clínica por ningún motivo.
En los dos años de nuestro matrimonio, ni una sola vez se ofreció a ayudarme; ni con su madre, ni con el tiempo que pasábamos juntos en el dormitorio.
Al traer aquellos recuerdos a mi mente, noté que hubieron señales que pasé por alto al estar perdidamente enamorada de él.
En ese instante, suspiré resignada.
Con esto, me di cuenta de que el aire de la noche se estaba tornando frío.
Además, el desconocido sujeto que se había ofrecido a llevarme a la cama estaba esperando pacientemente mi respuesta.
Por consiguiente, lo miré de arriba abajo mientras él permanecía de pie con las manos en los bolsillos.
Era evidente que tenía una complexión fuerte y atlética.
Asimismo, el aroma que desprendía era muy agradable.
Y su voz... me gustaba tanto lo melodiosa que era.
En consecuencia, me encogí de hombros y me pregunté por qué no podía aceptar.
A fin de cuentas, no me estaba reservando para alguien especial.
"De acuerdo. ¿A dónde iremos?", le dije.
"Pues, a mi casa".
A decir verdad, no parecía sorprendido de que yo hubiera aceptado su respuesta.
Como estaba haciendo frío, comencé a frotar mis brazos desnudos. Él notó esto, así que se quitó la chaqueta y me la puso sobre los hombros.
"Hay que irnos".
El chico me abrazó ligeramente la espalda y me llevó hasta un Audio R8 negro, el cual estaba aparcado muy cerca de donde estábamos.
Luego de llevar quince minutos viajando por la carretera, me puse a pensar con detenimiento en lo que estaba sucediendo y comencé a preocuparme.
Había subido al coche de un desconocido a mitad de la noche, sin siquiera saber a dónde íbamos.
Nos habíamos alejado del puente hacía mucho tiempo y, observando mi alrededor, me percaté de que nuestro automóvil era el único que circulaba por un bulevar de cuatro carriles.
Tras considerar las circunstancias, algunos pensamientos descabellados se aglomeraron en mi mente.
Dado que la ventanilla de mi lado estaba baja, observé la rapidez con la que pasábamos las lámparas y los árboles de la calle en tanto me cuestionaba dónde dem*nios estaba.
"¿Qué pasa? ¿Tienes miedo?", me preguntó el hombre de pronto.
"Mmm, sí".
"¿En serio? ¿De qué?".
Como la respuesta no parecía obvia para ese sujeto, me giré para mirarlo a la cara.
A pesar de que iba conduciendo, él seguía usando esa mald*ta gorra.
El que llevara todas las prendas de color negro solo era otra razón para desconfiar.
Lo único que le faltaba para lucir como un ladrón de bancos era un pasamontañas y una metralleta.
"Oye, no eres un mal tipo, ¿verdad?".
"Mmm, ¿tú qué crees?", sonrió.
Sus dientes caninos brillaron bajo la iluminación, lo que hizo que él tuviera un aspecto vampírico.
"Bueno, podrías ser un asesino en serie que salió a buscar a alguna víctima en medio de la noche. Quizá me estés llevando a tu guarida secreta en los suburbios para violarme y luego matarme o comerme, como Hannibal Lecter. Aunque puede que también quieras encarcelarme y utilizarme como tu esclava sex*al".
Cuando terminé de hablar, él se echó a reír.
Se carcajeó tan fuerte, que sus hombros comenzaron a temblar involuntariamente.
Mientras lo veía reírse, me fijé en que se había distraído del volante, por lo que rogué que no chocáramos.
No fue hasta que salimos del bulevar y entramos en una vía de doble carril que él se calmó.
Entonces, cuando recuperó el aliento, estiró su mano derecha y me alborotó el cabello.
"Ja, ja, creo que ves demasiada televisión. Además, estabas lista para saltar al río hace media hora, ¿no? ¿Por qué le tienes miedo a la muerte ahora?".
"¿Y quién te dijo que iba a saltar? Solo estaba descansando las piernas y disfrutando de la vista", le contesté luego de apartar su mano de mi cabello.
"Oh, ¿en serio? Bueno, si tú lo dices".
Sin saber qué más responder, me quedé en silencio, todavía inquieta por lo que estaba sucediendo.
Sin embargo, algunos minutos después, el auto se detuvo frente a una casa.