Capítulo 7
Cuando intenté mover mi cuerpo, me estremecí de dolor, pues mis muslos estaban muy aflijidos.
Por lo tanto, traté de apartar su brazo de mi vientre sin tener que esforzarme mucho.
"No, quédate", dijo él de repente.
"Solo un rato más", agregó.
Su pausada voz hizo que mi espalda sintiera un leve cosquilleo.
En ese momento, él se dio la vuelta y puso sus piernas sobre las mías para abrazarme por completo.
"Oye, no. Levántate, me estás aplastando".
En un intento por liberarme, le di un codazo en el pecho, mas, no funcionó.
"¿En serio? No escuché que te quejaras cuando estaba encima de ti anoche".
"Pero... eso fue... diferente".
Convencida de que quería soltarme de sus brazos, comencé a retorcerme.
Sin embargo, él empujó sus caderas hacia mí.
"Si sigues moviéndote así, no saldrás de esta cama hasta dentro de una hora", me advirtió.
Cuando se me acercó más, sentí su er*cción matutina, por lo que me quedé pasmada.
"Aunque, creo que cambié de opinión", me susurró al oído.
"Preferiría que te movieras", añadió.
Siendo honesta, me dolía cada parte del cuerpo, como si me hubieran obligado a participar en un decatlón durante toda la noche.
Por eso, si lo hacíamos de nuevo, no creía poder caminar en muchas horas.
Así que me quedé quieta junto a él, acurrucada en sus brazos.
Aunque no sabía lo que él pretendía, todo lo que yo quería era que su er*cción bajara.
De pronto, su teléfono sonó, por lo que aproveché esa oportunidad para ir al baño.
Esta ducha duró más que la de la noche anterior, pues enjuagué cada parte de mi cuerpo dos veces.
Me enjaboné y froté en repetidas ocasiones, pero las marcas en mi piel no desaparecieron.
Los chupetones y las señales de mordeduras en mis clavículas eran tan notorios, que se podían ver desde lejos.
No había duda de que el hombre había sido salvaje conmigo.
¡Dejó demasiadas 'huellas'!
¡Y lo peor era que mi vestido no tenía mangas!
Resignada, suspiré profundamente para luego ponerme el vestido lo más alto que podía.
Cuando salí del baño, encontré al hombre en su habitación. Él también se había duchado y se estaba vistiendo para salir.
Como estaba de espaldas a mí, pude ver fácilmente las marcas rojas y brillantes de los arañazos que le había dejado en su piel desnuda.
Aquello me hizo sentir un poco mejor, pues supe que no era la única que había quedado marcada.
Él se giró de manera inesperada, quedando frente a mí.
La luz del sol caía justo en el ángulo correcto y hacía que su rostro luciera resplandeciente.
Asimismo, sus ojos eran oscuros como el ónice negro, resultando hipnotizadores y misteriosos.
"Gracias", le dije de manera inconsciente, sin siquiera saber el motivo por el que le agradecía.
"No fue nada", me contestó en tanto se abotonaba su camisa.
Como era de esperarse, su prenda era negra.
"Solo no intentes saltar al río nuevamente. No creo que tengas la suerte suficiente como para encontrarte conmigo en una misma situación", agregó.
El chico hizo una pausa para acomodarse los gemelos de su camisa y continuó.
“Si todavía te sientes deprimida por los problemas de desempeño sex*al de tu esposo, puedes volver cuando quieras y pedir otro deseo".
Su sugerencia me desconcertó por un momento, pero finalmente sonreí.
"Ja, ja. No creo que haya una próxima vez", le dije, tratando de sonar lo suficientemente segura.
Honestamente, sentí que no fui yo misma anoche.
No pensé en el hecho de tener s*xo con él, sino que me dejé llevar por el impulso.
Además, yo era una mujer casada.
Y aunque no lo fuera, no era de las que buscaban aventuras de una noche.
Para mi sorpresa, el hombre se quedó en silencio en tanto me miraba fijamente.
Luego, se puso una corbata de manera elegante y pausada.
Al ver lo bien que él lucía, me sentí incómoda.
Me fijé en mi vestido y noté que estaba algo arrugado.
Justo en ese instante, recordé que no había sacado mi cartera de mi casa, así que no tenía mi billetera.
"Oye, ¿me podrías dar algo de dinero?", le pregunté.
"¿Ah?", me contestó con una mirada seria.
"Sí, ¿cuánto quieres?", aceptó con un tono de voz indiferente.
A medida que esperaba mi respuesta, él se acercó a su mesita de noche, abrió un cajón y sacó un talonario de cheques.
Hasta tomó un bolígrafo, dispuesto a escribir cualquier cifra que le pidiera.
Al observar su actitud, yo me percaté de que el se había hecho una idea equivocada de mí cuando le pedí dinero.
"Con cien dolarés bastarán. No he traído mi cartera y no tengo ni un centavo. Solo necesito tomar un taxi", le expliqué.
Tomando en cuenta que tardamos más de media hora en llegar desde el puente hasta su casa, la cual estaba ubicada en una zona lujosa, no parecía haber una estación de autobuses cerca.
"Ah, entiendo", contestó él para luego devolver su talonario al cajón.
"Mi billetera está en la mesa que tienes al lado. Toma el dinero que necesites, aunque no creo que puedas tomar un taxi por acá. Será mejor si yo te llevo", añadió.
"Mmm, en ese caso, ¿puedes llevarme a la estación de autobuses más cercana?", le pedí.
Con mis piernas adoloridas y usando los tacones, era evidente que no podría caminar ni diez metros seguidos.
Y si lo pensaba bien, no era para nada una mala opción.
Su vivienda estaba casi en las afueras de la ciudad, justo más allá de sus límites.
En consecuencia, el hombre condujo su Audi por alrededor de veinticinco minutos antes de detenerse a un lado de la carretera.
"Espera, ¿cuál es tu nombre?", me preguntó antes de que me bajara.
Mas, no pensaba decirle cómo me llamaba.
A fin de cuentas, yo no quería conocerlo o saber su nombre.
Por consiguiente, atiné a sonreir, darle las gracias, despedirme y salir del coche.
Lo que pasó entre nosotros no fue más que un encuentro casual, una noche salvaje que no se repetiría.
El extraño con rostro de estrella de cine y cuerpo de dios griego fue una estrella fugaz en mi vida.
Fue deslumbrante, pero no creía volver a verlo en otra oportunidad.
Aunque, al parecer, estaba equivocada.