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Capítulo 40

Salvador se detuvo de repente; sus rasgos se endurecieron y se tornaron fríos al instante. —¿Qué? Lorena bajó la mirada y habló con voz suave. —Dije, ¿esto tiene sentido? Si firmas antes el acuerdo de divorcio, será mejor para ambos. ¡Bang! El secador de pelo voló contra la pared en un segundo, provocando un estruendo ensordecedor. Los hombros de Lorena temblaron ligeramente; escuchó cómo él le gritaba: —¿Acaso no tienes corazón? Ella no respondió. Se abrazó a sí misma, dejando que las gotas que caían de su cabello se filtraran en la alfombra. Él la miró de reojo, el cuerpo entero temblando de furia. —Ojalá mueras enferma. Sigue torturándote tú sola. Dicho esto, se marchó sin mirar atrás, cerrando la puerta con un golpe atronador. Lorena se apoyó en el cabecero de la cama, mirando al techo con los ojos ligeramente húmedos. Pero aquel movimiento hizo que las lágrimas, a punto de caer, se contuvieran de nuevo. Se frotó la frente; el dolor punzante no bastaba para hacerla desmayar, pero s

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