Capítulo 41
Ella se acostó en la cama y se arrulló a sí misma hasta quedarse dormida.
A las cinco cuarenta, cuando bajó las escaleras, vio a Salvador en el sofá del piso inferior.
La villa era pequeña pero exquisita; incluso el sofá de tres plazas no alcanzaba la longitud de la estatura de Salvador, así que él tenía que encoger las piernas para poder recostarse.
Lorena pensó al principio que estaba viendo una ilusión.
La pared de cristal se había roto la noche anterior, pero ahora los fragmentos ya habían sido recogidos y depositados en el cubo de basura junto al sofá.
Cuando ambos vivían juntos en el piso alquilado, era Salvador quien siempre se encargaba de la limpieza. Tenía exigencias muy altas respecto al orden y la pulcritud del hogar, y solía quejarse de que ella era torpe y no lo hacía con suficiente destreza. Por eso, durante los años que estuvo con él, Lorena nunca sintió que pasara verdaderas penurias; más bien, sentía que alguien la sostenía con firmeza en la palma de su mano.
Ahora, S

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