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Capítulo 120

No sé cuánto tiempo pasó hasta que por fin logré resistirlo, aunque ya estaba empapada en sudor. Me até deprisa con el mismo pañuelo de antes, pero sentía cómo la herida me rozaba y me dolía. No tuve más remedio que buscar en el botiquín un poco de gasa, envolverla primero con una capa y después sujetarla por fuera con cinta adhesiva impermeable. Pensaba que, después de darme una ducha, volvería a cubrirla con la seda. Salvatore no regresaría esta noche, justo eso era lo que necesitaba: dejar que mi herida respirara un poco de aire fresco para que no siguiera inflamándose. Al salir del baño, entre el vapor. Vi una figura alta y erguida sentada junto al cabecero de la cama. Al verme salir, levantó la mirada hacia mí. —¿Terminaste de ducharte? —su voz sonó grave y profunda. Me asusté tanto que casi me caigo. Solo al apoyarme en el marco de la puerta y estabilizarme un poco reconocí al hombre sentado en la cama: era Salvatore. Apreté con fuerza los labios, con el rostro agitado. —¿Por qué

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