Capítulo 122
En ese momento, la preocupación reflejada en sus ojos me hizo pensar que, en verdad, parecía importarle.
Pero enseguida borré esa ilusión de mi mente: esto solo era una idea mía.
Un hombre que ni siquiera se preocupa por mi vida, ¿cómo iba a preocuparse por la herida de mi muñeca?
Apreté los labios con fuerza, sin decir ni una sola palabra.
La voz de Salvatore sonó cada vez más preocupada. —¿Dónde te duele con exactitud? Dímelo.
Aún no había respondido cuando el aire comenzó a impregnarse de un olor a sangre.
Salvatore, de pronto, se quedó perplejo al ver mi muñeca sujeta con firmeza, donde aún había una venda de gasa.
Me arrepentí un poco; había pensado que Salvatore no volvería, por eso no usé el pañuelo de seda para disimularla.
No esperaba que me lo descubriera.
—¿Le pediste al mayordomo que buscara el botiquín porque estabas herida?
Agaché la cabeza, intentando despachar ese asunto. —Me quemé sin querer, así que me até un poco de gasa, nada más.
Salvatore me observaba en silencio,

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