Capítulo 128
Al escuchar lo que decían, fue entonces cuando descubrí que, en efecto, en la mesita de noche había un anillo de diamantes rosado.
Lo tomé y lo observé por unos segundos. Para alguien como yo, sin conocimientos sobre joyas, era difícil juzgar su calidad, pero sí sabía que era muy hermoso.
Me lo puse en el dedo: la talla encajaba a la perfección, como si hubiera sido diseñado para mí.
No había alcanzado a admirarlo mucho tiempo cuando enseguida el mayordomo vino a revisar mis progresos.
Yo no dije ni una sola palabra; después de cambiarme de ropa, salí.
Carlos me envió un mensaje: su auto ya me esperaba afuera.
El mayordomo pensaba que me subiría al auto de servicio que Salvatore había preparado, pero no esperaba que me dirigiera directo hacia otra furgoneta blanca.
Se quedó asombrado y, de inmediato, se apresuró a alcanzarme. —Señorita Bianca, ¿qué significa todo esto? —preguntó confundido.
Lo miré de reojo. —Pues que voy a asistir a la fiesta de cumpleaños. ¿Acaso no fue el propio Sal

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