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Capítulo 4

No sabía cómo sería la yo de veinticinco años delante de ellos; quizá muy humilde, quizá, por amar demasiado a Salvatore, me dejaba someter a sus órdenes arrogantes... Pero ahora era la yo de dieciocho años. Y no amo en absoluto a Salvatore. Así que tampoco tenía necesidad de tragarme mi orgullo. Valeria, algo incómoda, le dijo a Salvatore: —Salvatore, lo siento, parece que la señorita Bianca no quiere verme; tal vez no debería haber venido... —¿Lo sabías y aun así viniste? —Le solté sin rodeos—. ¿Has venido a reírte de mí? La cara de Valeria se tiñó al instante de un rojo intenso. Salvatore me reprendió con frialdad: —Bianca, deja de comportarte de manera tan irracional. Él salió en defensa de Valeria, y eso me dejó un sabor amargo; mi impresión de él volvió a caer en picada. Al principio, el hecho de despertarme y descubrir que me había casado con el chico del que había estado enamorada en secreto me había provocado cierta emoción e incluso algo de ilusión... Pero ahora era obvio que Salvatore no era gran cosa. ¿Qué importaba que fuera más guapo o más rico? Tratar a su propia esposa como si fuera algo sin valor, ¿lo hacía parecer más admirable? ¡Pues que hubiera tenido el valor de no casarse conmigo desde un principio! Estaba indignada, mientras Valeria mantenía un tono suave y sereno. —Salvatore, esta vez he venido para invitarte especialmente a mi fiesta de celebración... Después de decirlo, pareció darse cuenta de que yo estaba allí, en carne y hueso, y que no invitarme la haría quedar muy mal. Así que no le quedó más remedio que añadir: —La señorita Bianca también podría venir, ¿no? En un principio no pensaba ir. Pero al ver en el fondo de sus ojos ese desdén y desafío apenas disimulados, de pronto esbocé una sonrisa y acepté. —Claro, al fin y al cabo, soy la señora Suárez; debo acompañar a Salvatore en esos compromisos. Así fue como terminé yendo con Salvatore a la fiesta de celebración de Valeria. Cuando los tres aparecimos, todos en el reservado volvieron la mirada hacia nosotros, y sus rostros reflejaron una amplia gama de expresiones. —¿Por qué Salvatore ha traído a Bianca? —No es raro; ella siempre arma escenas y se muestra hostil con todas las mujeres que se acercan a Salvatore, y más aún si se trata de Valeria. —Dicen que incluso intentó suicidarse por lo de Valeria. —¡Sí! Pero ni siquiera se da cuenta de su lugar; desde el principio, casarse con Salvatore ya fue un ascenso para ella. ¿Qué derecho tiene a controlarlo? De las otras mujeres ya ni hablar, pero ¿quién es Valeria? ¿Acaso puede compararse con ella? Aquellas voces, ni muy altas ni muy bajas, llegaban justo a mis oídos. Les eché un vistazo y deduje que debían de ser amigos de Salvatore o de Valeria. Al fin y al cabo, todos pertenecían al mismo círculo; no podía equivocarme. Solté una risa fría en mi interior: no es de extrañar que a los veinticinco años quisiera suicidarme; si todos los días escuchaba esas palabras de desprecio, ¿cómo no iba a torcerse mi mente? Además, en aquel entonces seguro que amaba mucho a Salvatore; por eso, en medio de esa tortura diaria, llegué a sufrir tanto que quise renunciar a mi vida. Salvatore y Valeria ya se habían sentado en los asientos que les habían reservado, solo yo estaba de pie. —¿No se siente incómoda ahí sola de pie? —¿Cómo va a sentirse incómoda? ¡Con tal de estar con Salvatore, hasta de rodillas se quedaría! Clavé una mirada fría en el hombre que había dicho esas palabras. —Él no está muerto, ¿para qué voy a arrodillarme ante él? El hombre se puso serio, como si no hubiera esperado que me atreviera a replicar. Salvatore, con gesto impaciente, intervino. —Basta ya, no armemos más alboroto. Yo ya había recibido semejante burla, y no solo no me defendió, sino que nos metió a todos en el mismo saco. Solté una risa sarcástica. —Parece que aquí no soy bienvenida, así que no voy a molestar más. Dicho eso, me di la vuelta y me marché directamente. A mis espaldas llegaron los jadeos sorprendidos de la gente. —¿He visto bien? ¡Le ha mostrado mala cara a Salvatore! —¿No será que Valeria de verdad la ha sacado de quicio? —Apuesto a que no aguanta ni media hora y volverá corriendo con el rabo entre las patas...

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