Capítulo 7
Luego sostuvo a la asustada Natalia y se dio la vuelta, dejando a Sofía en el agua helada, perdiendo fuerzas.
Cuando despertó, lo primero que vio fue el techo blanco del hospital.
Al verla abrir los ojos, los compañeros suspiraron aliviados: —¡Despertaste! Nos asustaste mucho.
Unos estudiantes la vieron inconsciente arrastrada por la corriente, la rescataron y la llevaron al hospital.
—Intentamos llamar a tus papás, pero no respondieron, así que marcamos a Álvaro. —Explicó uno con incomodidad.
Otro, con disgusto, añadió: —Le dijimos que estabas en el hospital y tuvo el descaro de decir que ya habían terminado y que tu situación no tenía nada que ver con él.
Sofía escuchó en silencio, sin mostrar emoción; al oír esas palabras, sus labios se curvaron en una leve sonrisa amarga y burlona hacia sí misma.
Ese era el hombre al que había amado tantos años.
Su corazón, endurecido, se volvió más frío que las piedras en el fondo del lago.
Al verla tan serena, los compañeros se sintieron incómodos y a la vez conmovidos, y comenzaron a consolarla.
Sofía se incorporó lentamente y, forzando una sonrisa, trató de tranquilizarlos:
—Álvaro tiene razón. Ya terminamos. De ahora en adelante probablemente no tengamos más contacto.
Ellos se miraron entre sí, incrédulos: —¿Cómo es posible? ¡Si hasta habían acordado entrar juntos a la Universidad del Norte!
Sofía bajó la mirada, y con voz suave respondió: —No, él y Natalia van a la Universidad del Norte. Yo me inscribí en...
No alcanzó a terminar la frase, la puerta de la habitación se abrió de golpe.
Sus padres irrumpieron con el rostro pálido de preocupación: —¿Estás bien? ¿Cómo fue que caíste al lago? ¡Nos diste un susto terrible!
La rodearon, preguntando nerviosos por los resultados; Sofía los tranquilizó como pudo.
Entre el bullicio, creyó ver de reojo una silueta conocida en la entrada, la figura alta con aquella chaqueta negra tan familiar.
Pero al enfocar bien, lo único que quedaba en la puerta eran médicos y pacientes entrando y saliendo.
Confirmado que no tenía complicaciones, sus padres hicieron los trámites de salida.
Sofía agradeció a sus compañeros y se despidió de ellos.
La semana siguiente, se quedó en casa recuperándose, contactó a veteranas de la Universidad del Sur, preguntó por la vida en el campus y reservó su vuelo.
Mientras preparaba el equipaje, sus padres dudaron hasta decir: —La familia de Álvaro hará una fiesta de graduación por su ingreso a la universidad. Nos invitaron. ¿Qué opinas?
Las manos de Sofía se detuvieron un segundo; luego asintió con calma: —Está bien. Iré.
El día de la graduación, Sofía llegó puntual con sus padres y un obsequio.
Al cruzarse con Álvaro, solo intercambiaron una leve inclinación de cabeza, sin hablar.
Los padres entendieron al instante que algo andaba mal.
Cristina, madre de Álvaro, le tomó la mano y sonrió: —Qué bueno que viniste. Pasa, siéntate. Álvaro es terco, pero pronto entrarán juntos a la universidad; sean tolerantes, no peleen por tonterías.
Gabriel Montoya, el padre de Álvaro, dio una palmada en el hombro de su hijo: —Tú eres hombre, tienes que ceder más con Sofía.
Álvaro permaneció serio, con el rostro helado, en silencio, sin siquiera mirarla.
Sofía respiró hondo, dispuesta a confesar que ya no estaban juntos, cuando de repente se escuchó un alboroto en la entrada.
Natalia apareció con un gran ramo de girasoles en brazos, vestida con un atuendo llamativo y elegante. Saludó con cortesía a los padres de Álvaro: —Buenas noches. Álvaro, vine a felicitarte.
En cuanto la vio, la expresión gélida de Álvaro se derritió como un glaciar. Sus ojos se suavizaron de inmediato. Sin esperar respuesta de sus padres, se adelantó con naturalidad: —Llegaste. Pasa, siéntate.
Acto seguido, la condujo hacia el salón, dejando a Sofía y a sus padres plantados en la entrada.
La sonrisa de Gabriel se tensó en un gesto incómodo. Se apresuró a invitar a la familia de Sofía: —Por favor, pasen, tomen asiento.
Durante toda la velada, los padres de Sofía no pudieron apartar la mirada de Álvaro y Natalia.
Vieron cómo él la atendía con esmero, le impedía beber en los brindis y le hablaba al oído con evidente intimidad.
La expresión de sus padres pasó de la perplejidad al desconsuelo.
Cuando Sofía fue al baño, su madre la detuvo y preguntó en voz baja: —¿Qué pasó con Álvaro? ¿Lo de Natalia es para provocarte? Han estado juntos tantos años, no lo arruines por un berrinche.
Sofía recordó los ciclos interminables de rupturas y reconciliaciones, y cómo cada vuelta con él solo desembocaba en nuevas humillaciones y favoritismos más crueles.
Sacudió la cabeza, agotada pero firme: —Mamá, no es un berrinche. Esta vez se acabó de verdad.
Respiró profundo y, por fin, reveló la decisión que había guardado en secreto: —En realidad cambié mi elección. No iré a la Universidad del Norte, voy a la Universidad del Sur.
Sus padres la miraron atónitos, incapaces de articular palabra.
¿La Universidad del Sur? Eso significaba separarse miles de kilómetros de distancia.
Cuando apenas iban a responder, un estruendo y un grito de sorpresa estallaron en el centro del salón.