Capítulo 6
Sofía dio media vuelta en silencio, los evitó y se dirigió hacia el jardín trasero de la escuela.
Allí había un árbol muy viejo, con el tronco marcado por los nombres de ella y Álvaro, acompañados de un corazón dibujado al lado.
En primer año de preparatoria, él le tomó la mano y con una navaja grabó que quería unir sus vidas para siempre.
Ahora, Sofía sacó sus llaves, buscó aquella inscripción y, con fuerza, raspó hasta borrarla.
Apenas terminó y estaba por irse, escuchó detrás de sí los pasos y la voz de Natalia:
—¡Álvaro, ven rápido! Escuché que si grabamos nuestros nombres en este árbol, siempre nos irá bien en la vida. ¿Hacemos uno juntos?
Sofía no necesitaba mirar atrás para imaginar la respuesta.
Y, en efecto, oyó la voz grave de Álvaro: —Está bien.
Luego, el sonido de la navaja desgarrando la corteza.
Justo al lado del árbol donde ella había borrado su nombre, ellos eligieron otro, y tallaron, uno junto al otro, Álvaro y Natalia.
Sofía siguió de espaldas, en silencio.
Terminada su tarea, guardó las llaves en el bolsillo y se marchó.
Al llegar junto al lago artificial del jardín, Natalia corrió detrás de ella.
—Espera, se te cayó esto. —Dijo, mostrando un pasador.
Sofía lo reconoció enseguida, era el que había dejado caer sin darse cuenta. Extendió la mano para tomarlo.
Pero Natalia la apartó un poco, mirándola con una sonrisa torcida: —De ahora en adelante, la única que podrá estar al lado de Álvaro seré yo. Tú ya no tienes derecho a caminar junto a él. Te voy a demostrar que, en su corazón, yo valgo más que tú.
Sofía no quería discutir. Solo quería recuperar el pasador y marcharse cuanto antes:
—Devuélvemelo.
Esa actitud indiferente enfureció a Natalia.
Le sujetó la muñeca y, con voz chillona, gritó: —¿Qué te crees? ¿Quieres hacerte la digna? Haber crecido juntos no significa nada. La novia de toda la vida jamás superará a la que aparece de improviso. Álvaro y yo estamos destinados; tú solo eres un personaje de relleno en su pasado.
—¡Suéltame! —Protestó Sofía, adolorida, intentando zafarse.
—¡No te voy a soltar!
Las dos forcejearon a la orilla del lago y, en medio de la tensión, nadie supo quién resbaló primero.
Dos chapoteos seguidos rompieron el silencio, levantando salpicaduras por todas partes.
Sofía sabía nadar, pero el impacto del agua helada la envolvió en un shock, sus piernas se entumecieron.
¡Se le había acalambrado la pierna!
De pronto perdió toda fuerza y el agua le llenó nariz y garganta en una agonía sofocante.
En medio de la desesperación, alcanzó a ver a Álvaro saltar sin dudar desde la orilla.
En ese instante, la llama apagada de su corazón pareció parpadear, débil pero viva.
Sin embargo, al momento siguiente, esa chispa se extinguió por completo.
Álvaro nadó hasta Natalia, la rodeó por la cintura y la llevó a la orilla sin mirar a Sofía.
Ya en tierra, Natalia lo aferró del brazo y, a propósito, exclamó con dramatismo: —¡Sofía todavía está en el agua!
Álvaro giró la cabeza y miró a Sofía, que luchaba desesperada antes de hundirse.
Sus palabras, duras como piedras, destrozaron la última esperanza de ella:
—Ya terminamos. Su vida o su muerte no tienen nada que ver conmigo.