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Capítulo 1

Para cambiar la personalidad llamativa de Dolores Ruiz, su padre había llamado a su subordinado de mayor confianza, Guillermo Fernández, para disciplinarla. Ella, por supuesto, no podía aceptar la disciplina de un presidente de una sucursal. Así que, ideaba distintas formas para obligarlo a darse por vencido. El primer día de trabajo, rompió su Porsche. Pero Guillermo solo la miró de reojo y dijo, con calma: —Lleven el auto al taller, el costo de la reparación se descontará del salario de Dolores. Al segundo día, ella cambió sus documentos y la presentación de la reunión por una película porno. Guillermo no se inmutó. Dictó de memoria todo el contenido del plan original, consiguió con éxito el proyecto clave y dejó a todos asombrados. Dolores no se rindió: durante una comida, echó droga en su copa, queriendo que él hiciera el ridículo en público. Pero no había imaginado que él, en cambio, la llevaría cargada a la suite presidencial, donde la atormentó hasta casi partirle la cintura... Todos decían que él era un hombre recto, educado, un caballero. Pero solo Dolores sabía cuán frenético se volvía por las noches, cuando la sujetaba contra la cama y la hacía gritar una y otra vez. En el asiento trasero del Rolls-Royce, en la mesa de la sala de juntas, incluso frente a los ventanales de la oficina en el último piso... Dolores, vestida con un vestido rojo, era "disciplinada" por ese hombre que la sujetaba de la cintura con fuerza y la poseía de todas las formas y posturas posibles. Tras otro encuentro sexual, él entró en el baño. Dolores recibió un mensaje de su amiga, con una mezcla de reproche e impotencia. [No puede ser, ¿eres una mujer entregada al amor?] [Guillermo no es más que el presidente de una sucursal de tu familia. ¿Te atreves a arriesgar tu matrimonio con el heredero de la familia Fernández de Córdoba?] Dolores no respondió. Ellos no sabían... El verdadero nombre de él era Guillermo Fernández de Córdoba. Él era, en realidad, el heredero de la familia. El hombre al que ella amaba con todo su ser era ese con quien estaba destinada a casarse. Se suponía que eso debía ser algo maravilloso. Pero, en Dolores apenas había una sonrisa. Tras un momento, marcó a Pablo Ruiz. —Puedo ceder el matrimonio con el heredero de la familia Fernández de Córdoba a Viviana, pero tengo una condición... Del otro lado del teléfono, se escucharon las voces jubilosas de sus padres: —¿Qué condición? ¡Mientras quieras ceder tu lugar en el matrimonio, aceptamos todo lo que pidas! —Quiero tres mil millones de dólares. — Ella bajó la mirada, con frialdad en los ojos. —¿Tres mil millones de dólares? —La voz se elevó de golpe—. ¡Estás loca! ¿Quieres llevarnos a la bancarrota? Dolores soltó una risa. —No finjan, la familia Fernández de Córdoba ofreció cuatro mil millones como dote; con mil millones que les quedarán a ustedes y, además, con Viviana casándose, es un negocio demasiado rentable. Ustedes lo celebran en secreto, ¿no? Efectivamente, ellos guardaron silencio. Segundos después, hablaron: —¡Así queda decidido! —Espera, ¿qué garantía tengo de que no te arrepentirás? —preguntó de pronto Amelia. Su tono, lleno de desconfianza, fue como un cuchillo que se clavó en el corazón de ella. Durante tantos años, había creído estar insensible ante ese favoritismo, pero, aun así, su corazón le dolía en lo más profundo. —Ya hice los trámites. Dentro de medio mes me iré del país y, a partir de entonces, no volveré. Su voz temblaba levemente. Veinte años atrás, ella había sido la niña consentida de la familia Ruiz. Hasta que un día, sus padres trajeron de vuelta a una niña: era su hermana biológica, Viviana, que había sido secuestrada. Por las desdichas que ella había sufrido, sus padres, llenos de culpa, le dieron todo su amor. Y desde entonces, Dolores fue sometida a todo tipo de tratos injustos. Su habitación de princesa fue entregada a ella. El proyecto en el que había trabajado durante tres meses, también fue cedido a Viviana. Incluso la medalla de honor que había obtenido tras arriesgar su vida para salvar a alguien, se la dieron a ella... Dolores había protestado, pero lo único que recibió fueron reproches. —Viviana sufrió tanto y tú disfrutaste por mucho tiempo, ¿qué te cuesta darle algo? Ella se había convertido en una muñeca hueca, viendo cómo todo lo suyo terminaba en los bolsillos de Viviana. Incluso el compromiso matrimonial que su abuela, en vida, había acordado entre Dolores y la familia Fernández de Córdoba, también querían arrebatárselo para entregárselo a ella. Fue por ese asunto que discutió a gritos con ellos, destrozando casi toda la mansión. Al final, Pablo, al oír que Guillermo tenía experiencia disciplinando, decidió enviarla a la sucursal para endurecerla. Dolores suspiró y tomó el teléfono de Guillermo. La contraseña era la fecha de nacimiento de Viviana. Apretando los dedos, abrió Instagram. Él había fijado su conversación con Viviana. En el contenido del chat... Ese hombre que siempre la tachaba de inmadura, guardaba con cuidado todos los emoticonos tiernos que le enviaba. Ese hombre que siempre le mostraba a ella una cara severa, recordaba a Viviana que comiera y descansara todos los días. Ese hombre, que a ella a menudo no le respondía los mensajes, compartía con Viviana todo, hasta el más mínimo detalle. Y junto a su nombre, el de Dolores llevaba la marca de "no molestar". Los labios de Dolores se curvaron en una sonrisa cargada de ironía. Su mente recordó la primera vez que se había sentido atraída por él. Ese día había arruinado una fiesta, provocando que Guillermo perdiera un proyecto que le había costado mucho conseguir. Él la sujetó en el baño, rompiéndole la falda. Dolores, furiosa, lo mordió, pero él la presionó contra el lavabo desde atrás y, besándole la oreja, murmuró con voz grave: —Lola, sé buena. Ese apelativo, "Lola", derrumbó todas las defensas de su corazón. Desde la muerte de su abuela, nadie la había llamado así. Quizás era porque en todos esos años había vivido sola. O quizás porque, en efecto, él se había mostrado responsable con ella. La protegía cuando algún depravado intentaba acosarla. La defendía en las comidas, evitando que bebiera de más. E incluso, en un viaje de trabajo, cuando un deslizamiento de tierra los sorprendió y ella creyó que iba a morir, fue Guillermo quien la desenterró con sus manos y la cargó durante cinco kilómetros hasta el hospital. En ese instante, su perfil apuesto quedó grabado claridad en su visión borrosa. Todos esos recuerdos aparecieron ante sus ojos y, en ese momento, comprendió que se había enamorado de él. Entonces, le preparó un regalo, dispuesta a confesarle su amor. Pero cuando, llena de ilusión, fue a buscarlo al estudio, escuchó la conversación telefónica... —Señor Guillermo, ¿hasta cuándo piensa seguir con el papel de presidente de una pequeña sucursal? Con un origen familiar tan ilustre, ¿por qué insiste en ese trabajo con un sueldo anual de apenas trecientos mil dólares? ¿No será solo para permanecer cerca de Viviana y pagarle el favor de haberlo acompañado cuando ambos fueron secuestrados? Él respondió, con frialdad: —Si no hubiera sido por Vivi, yo no habría sobrevivido entonces. Por eso debo pagar esa deuda. —Pero, ¿no iba a casarse también con la señorita Dolores? Yo creía que estaba con ella porque la quería, porque quería hacerla su esposa... Guillermo pareció soltar una leve risa. —Solo es una niña caprichosa y alborotadora. No es apta para ser mi esposa. Cada una de sus palabras fue como un cuchillo que se clavó en el corazón de Dolores. En el corazón de Guillermo siempre había estado Viviana. Y ella no era más que una compañera de cama, caprichosa y necesitada. En ese instante, arrojó el regalo que había preparado por la ventana. A ese hombre, ya no pensaba amarlo más. Y, tampoco quería el matrimonio con la familia Fernández de Córdoba. Ella, con los ojos húmedos, reprimió sus lágrimas. De repente, la puerta del baño se abrió y él salió. Al verla con los ojos aguados, se detuvo. —¿Por qué llorabas?
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