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Capítulo 2

Su pulgar acarició sus labios enrojecidos y su voz se escuchó magnética. Las gotas de agua resbalaron por su clavícula, la camisa arremangada al azar dejaba al descubierto unos brazos fornidos; bajo esa apariencia descuidada, hervía una tensión sexual palpitante. El cuerpo de Dolores tembló y ella apartó la cara. —¡Lárgate! Guillermo torció los labios, parecía de buen humor. —¿Te llevo a bañarte? Pero apenas terminó de hablar, su teléfono recibió un mensaje. Aunque apagó la pantalla enseguida, Dolores lo vio: era un mensaje de Viviana. [Guillermo, está tronando, ¡tengo mucho miedo!] Él arrugó ligeramente la cara y enseguida se dirigió a Dolores. —Tengo asuntos en la empresa, me voy. Al terminar, sin esperar la respuesta de ella, tomó su chaqueta y salió a grandes pasos. En el instante en que la puerta se cerró... Un trueno estalló afuera de la ventana. Dolores se estremeció por reflejo, tensó la espalda y palideció. Ella también tenía miedo de los truenos. Cuando estaba con Guillermo, una vez se había asustado tanto que se metió en sus brazos y no quiso soltarse. Él solo se rio. —¿Todavía le temes a los truenos? Eres muy delicada. Cuando era Viviana quien temía a los truenos, él se iba sin dudarlo, lleno de preocupación. Era obvio a quien amaba y a quién no. Los ojos de Dolores se llenaron de ironía. Otro trueno volvió a estallar. Ella se acurrucó, encogiendo todo su cuerpo. No pasó mucho tiempo cuando Viviana envió una foto. En la imagen, incluso Guillermo, que durante el sexo era capaz de mantener el mismo semblante, estaba arropando a Viviana con una manta y la mecía para consolarla. Su expresión era muy tierna. Dolores apretó con fuerza el labio inferior y lanzó el teléfono al suelo. Pasó la noche en un estado de aturdimiento y, casi al amanecer, se levantó, se cambió de ropa y regresó a la hacienda de la familia Ruiz. Apenas entró, Pablo la miró de reojo con desdén. —Otra vez estuviste de fiesta, ¿no puedes aprender de Viviana?, ¿ser un poco más sensata y darnos menos preocupaciones? —¿Ella, sensata? Dolores soltó una risita fría. —Creo que deberían ir al hospital a revisarse la vista y, de paso, hacerse un examen cerebral, ¡porque ustedes están ciegos y locos! —¡Dolores! Pablo golpeó la mesa, con los ojos desorbitados de furia. —¿Qué bobadas dices? —Papá, no te enojes. En ese instante, la voz de Viviana se escuchó. —Enojarse tan temprano no es bueno para la salud. Ella siguió la voz con la mirada, para ver su cara sonriente y, a su lado, a Guillermo. Él mismo, que había dicho que tenía un asunto urgente de la empresa, sostenía el abrigo y el bolso de Viviana, con toda la apariencia de un novio ejemplar. Ella apartó la mirada, sin querer verlo. —¿Qué hace aquí? —preguntó Amelia. —Vine a informar al señor Pablo sobre el estado del proyecto. Él mantenía el semblante sereno. Viviana sonrió con coquetería. —Papá, tengo hambre. Pablo enseguida cambió su expresión a una llena de cariño. —¡Vamos, siéntate a desayunar con nosotros! Ella echó un vistazo a la comida sobre la mesa. Cada plato era el favorito de Viviana, mientras que sus propios gustos habían sido olvidados. —Vivi, te sirvo un poco de jugo, es bueno para la piel. —Ven, prueba este huevo; lo hice yo mismo. Dolores observó la escena de esa familia de tres y soltó una carcajada en su interior. —Dolores, ¿por qué no comes? —preguntó Viviana con fingida sorpresa. Sin esperar a que respondiera, tomó una taza de leche de soya y se la ofreció con una gran sonrisa. —Bebe un poco de leche de soya. —No quiero, quítala de ahí. Ella arrugó la frente. Pero insistió en empujarle la taza hacia delante. —Solo pruébala, está muy rica. —¡Que no la quiero! —Alzó la mano para apartarla, sin esperar que la mano de Viviana temblara. La leche de se derramó por completo sobre la mano de Dolores. —Ah... Antes de que ella pudiera decir nada, fue Viviana quien soltó un grito agudo, y la taza cayó al suelo. —¡Vivi! Pablo y Amelia se levantaron, tomaron la mano de Viviana para revisarla. La mano de Dolores estaba cubierto de ampollas por la quemadura, pero ellos no lo vieron. Incluso, fueron a culparla. —Vivi te ofreció la leche de buena voluntad, si no querías no era necesario, ¡pero la quemaste! Ella apretó la mano con fuerza. —¡Porque soy alérgica a la leche de soya!

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