Capítulo 5
Marisol apenas iba a abrir la boca cuando Camila apareció por detrás con expresión inocente y dijo: —¿No habrán escuchado mal? Yo oí claramente que no quería comprar una tumba, sino destruir las de papá, mamá y Carmen.
Su voz era suave, pero cada palabra se clavó en el corazón de Marisol como un cuchillo.
Ella permaneció inmóvil, ni siquiera tuvo ganas de defenderse.
Sabía que, dijera lo que dijera, ellos nunca le creerían.
El rostro de David se oscureció al instante: —¡Marisol! Como venía una tormenta y no bajabas, subimos a buscarte. ¿Y resulta que estabas tramando semejante cosa? ¿Es que las lecciones anteriores no fueron suficientes?
Héctor estalló en furia. La sujetó por el cuello de la ropa y gritó: —¿No fue bastante con matar a papá, mamá y a Carmen? ¿Ahora ni siquiera respetas sus tumbas?
Marisol quiso reír.
¿A quién había matado ella realmente?
Todos seguían vivos y respirando; la única que iba a morir era ella.
Pero antes de que pudiera responder, Héctor ya la arrastraba hacia afuera: —Ya que no lo recuerdas con palabras, te enseñaré con dolor lo que significa hacerles daño.
De una patada brutal en la espalda, la arrojó escaleras abajo.
—¡Ahhh!
El cuerpo de Marisol rodó como un muñeco, rebotando contra los bordes afilados de piedra. Su piel se desgarraba, los huesos crujían con cada impacto.
Terminó hecha un harapo en la base de la colina, bañada en sangre, hasta que el dolor la dejó inconsciente.
No supo cuánto tiempo pasó cuando despertó bajo la lluvia helada.
Yacía en un charco de sangre, completamente sola.
El personal del cementerio, obedeciendo órdenes, no se atrevía a acercarse.
Le dolían las costillas, la pierna derecha estaba inservible, la frente le sangraba sin cesar. La lluvia mezclada con sangre formaba pequeños arroyos en la tierra.
Apretó los dientes y comenzó a arrastrarse hacia una barandilla cercana. Sus uñas se hundían en el barro, dejando tras de sí largos surcos rojos.
Cada movimiento era como si miles de agujas se le clavaran en la carne.
Finalmente se sostuvo del barandal y consiguió ponerse de pie.
Un paso, dos pasos...
La sangre caía por el pantalón y al mezclarse con la lluvia estallaba en flores escarlatas sobre el suelo.
Llegó al hospital a tratarse las heridas y, cuando volvió a casa, ya era de noche.
La luz del salón seguía encendida.
David y Héctor estaban en el sofá, observando con frialdad cómo entraba cojeando.
—¿Aceptas tu culpa? —Preguntó Héctor con voz gélida.
Marisol asintió mecánicamente: —Claro.
—¿Y te atreverás otra vez?
Ella negó con la cabeza.
Solo entonces se levantaron satisfechos y se marcharon.
Durante los días siguientes, Marisol se encerró en su habitación, sin cruzar la puerta ni una vez.
Hasta que llegó el cumpleaños de Camila, al que fue obligada a asistir.
La fiesta se celebró en un crucero. Las lámparas de cristal deslumbraban, la torre de champaña brillaba en el centro del salón.
Marisol se ocultaba en las sombras de un rincón, observando a Camila en el escenario como una estrella.
David se arrodilló sobre una rodilla para calzarle unos tacones cubiertos de diamantes. Héctor, al lado, le colocó un collar de rubíes invaluables. Los invitados la rodeaban con copas alzadas.
Marisol, en un instante de ensoñación, recordó sus propios cumpleaños.
Cada año también celebraban en ese crucero.
David dejaba todo trabajo para decorar personalmente el salón. Héctor atravesaba media ciudad solo para traerle el pastel de la pastelería del oeste. Sus padres, orgullosos, la presentaban: —Ella es nuestra hija más querida.
Y ahora, era como un fantasma invisible en la esquina. Hasta los camareros la evitaban al servir copas.
—¡A continuación, encendamos los fuegos artificiales para la señorita Camila!
La voz del maestro de ceremonias la devolvió al presente.
Los invitados corrieron al balcón entre vítores, y Marisol, empujada por la multitud, tuvo que seguirlos.
El viento marino le rozaba la cara, cargado de sal.
—¡Pum!
La primera explosión iluminó el cielo y el océano entero.
Pero en un abrir y cerrar de ojos, las nubes negras cubrieron la noche despejada.
—¿Qué pasa?
—¡El pronóstico no decía nada de lluvia!
De pronto, un vendaval sacudió el barco y la lluvia torrencial cayó como un muro.
—¡Ahhh!
Una ola gigante azotó la cubierta, y el crucero se sacudió con violencia.
Marisol perdió pie y cayó contra la baranda.
En ese mismo instante, vio a Camila ser lanzada por el impacto.
—¡Splash!
—¡Splash!
Las dos cayeron casi al mismo tiempo al mar.
El agua helada la ahogaba, colándose en su nariz y garganta. Marisol luchó por sacar la cabeza, gritando:
—¡Auxilio!
Pero el mar rugiente devoraba su voz.
En medio de su visión borrosa, alcanzó a ver cómo David y Héctor se lanzaban sin dudar al agua.
Nadaban desesperados hacia Camila.
Ni uno solo volteó a mirarla a ella.