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Aprendí a dejar irAprendí a dejar ir
autor: Webfic

Capítulo 5

Por el tema de la anticoncepción, Matilde nunca le había agradado Carla. Ella pensaba que había sido Carla quien pidió usar anticonceptivos porque no quería tener hijos. Pero la verdad, era que a Carla le encantaban los niños y siempre había deseado tener un hijo que fuera completamente suyo. Ella era huérfana, no tenía familia alguna en este mundo; un hijo era lo único que podría tener, un familiar con su misma sangre. ¿Cómo no iba a querer tener hijos? Fue Teodoro quien insistió en no tener hijos, porque cuando recién se casaron, en una ocasión casual, ambos vieron un tremendo documental sobre el parto. El documental era muy realista y también muy sangriento; Teodoro, después de verlo, quedó profundamente impactado y decidió no permitir que Carla tuviera hijos. —Tener hijos es algo demasiado aterrador, Carla, no quiero que sufras ese intenso dolor. —El parto es muy peligroso; el solo hecho de pensar que podría perderte por eso, no lo soporto. —Carla, no puedo vivir sin ti, si te pierdo me volvería loco. No quiero hijos, solo te quiero a ti. En ese instante, al escuchar a Teodoro decir eso, Carla se sintió muy conmovida. Pensó que Teodoro debía amarla con el alma para preocuparse tanto por ella, hasta el punto de no querer que tuviera hijos. Los miomas uterinos en realidad no ponían en riesgo su vida; pensándolo bien, quizá desde entonces Teodoro ya estaba planeando extirparle el útero. Es posible que aquel documental sobre una tragedia en el parto también se lo hubiera puesto él a propósito... Días después, tanto Carla como Lorena recibieron el alta hospitalaria. Durante esos días, Teodoro se había ocupado con rigurosidad de cuidar a Lorena, sin notar siquiera que Carla también estaba hospitalizada, justo en la habitación contigua a la de Lorena. A Carla no le apetecía decir nada más, de todos modos, ya había decidido no seguir viviendo con Teodoro. Sin embargo, Teodoro adoptó una actitud bastante tolerante; fue a buscar a Carla y le dijo: —Te perdono. A Carla eso le pareció ridículo: ¿con qué derecho decía él eso? —Somos esposos, no importa qué tan grave sea lo que hagas, siempre te voy a perdonar —dijo con firmeza Teodoro—. Pero espero que no vuelva a suceder. —Como castigo, estos días dormiré en el despacho, y tú también deberías reflexionar. Después de decir eso, Teodoro recogió todas sus cosas y se mudó al despacho. Esa misma noche, Carla recibió un video provocador enviado por Lorena. En el video, Lorena, con la ropa desarreglada, yacía bajo el cuerpo de Teodoro, jadeando con dulzura.—…Ah… Teodoro, un poco más fuerte, hazme olvidar el dolor, hazme olvidar todo, haz que solo piense en ti, que solo te amé a ti para siempre. Al escuchar la confesión apasionada y descarada de Lorena, Teodoro se excitó visiblemente, y sus movimientos de empuje se volvieron cada vez más intensos. En el clímax de la pasión, abrazó con fuerza a Lorena y, fuera de sí, exclamó: —¡Lorenita! ¡Te amo! —¿Qué dijiste, Teodoro? —Lorena mostró una expresión de inmensa alegría—. Dilo de nuevo, quiero escucharlo. La expresión de Teodoro se ensombreció enseguida; evidentemente, ese "te amo" había escapado de sus labios en un momento de arrebato. Ahora, recobrada la razón, no quería ser un hombre que traicionara el amor, así que, por más que Lorena le suplicara, él no volvió a repetirlo. Al ver esto, enseguida a Lorena le brotaron las lágrimas. —Teodoro, estoy a punto de morir; ¿aun así, no quieres decir que me amas una vez más, conscientemente? Teodoro mostró una expresión dolorosa. —Lorenita, no me presiones. —¡Entonces me voy a morir ahora mismo!— Lorena abrió la ventana y amagó arrebatada con saltar—. ¡De todos modos, en este mundo ya no hay nadie que me ame! —¡Lorenita, ¿qué estás haciendo?! ¡Baja de ahí ahora mismo!— exclamó Teodoro angustiado. —No quiero —Lorena, con los labios mordidos y los ojos llenos de lágrimas, dijo—: De todas formas, tú tampoco me amas; para mí, vivir ya no tiene ningún sentido. Al terminar de hablar, su medio cuerpo ya sobresalía por la ventana. El corazón de Teodoro se encogió al instante; de un solo salto, corrió hacia ella y abrazó a Lorena, apretándola contra su pecho. —¿Quién dijo que no te amo? ¡Estoy tan loco por ti que casi pierdo la cabeza! —gritó Teodoro, fuera de control. —¿Crees que soy ese tipo de hombre que traicionaría el matrimonio, que traicionaría a su propia esposa? —Con los ojos enrojecidos y una voz al borde del colapso total, le gritó a Lorena—: ¡Amo a Carla! ¡Me repugna traicionarla! —¡Pero no puedo evitarlo! Tu presencia me ha vuelto loco, has hecho que ya ni siquiera me reconozca a mí mismo. Lorena, satisfecha, le rodeó el cuello con los brazos y le preguntó con cierta coquetería: —Teodoro, ¿puedo entender entonces que me amas un poco más que a Carla? La expresión de Teodoro se ensombreció al instante. —No te excedas. El video terminó de forma abrupta en ese punto, y mientras Carla lloraba, de repente también se echó a reír. "¿Teodoro, así que sabes que eres desagradable? Fuiste tú quien traicionó el matrimonio, fuiste tú quien me traicionó a mí, ¿con qué derecho puedes mostrarte tan dolido?" Carla se secó nerviosa las lágrimas y, en silencio, descargó todos los videos que Lorena le había enviado, luego los reenvió a su abogada. —Estas son las pruebas de su infidelidad —dijo Carla—. Y además, sin mi consentimiento, él me ocultó la extirpación de mi útero. —No estaré presente durante el proceso de divorcio, porque no quiero volver a ver a Teodoro. Tú debes representarme y encargarte de todos los trámites pertinentes en mi nombre. —Pon el precio que consideres necesario, pero no solo quiero el divorcio, también quiero que me ayudes a recuperar mi útero.

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