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Capítulo 1

—Pauli, pronto será tu cumpleaños número veintidós —la voz de Gabriela Delgado, al otro lado del teléfono, rebosaba una expectativa inconfundible—. De entre los cinco candidatos a prometidos, ¿ya has decidido a quién vas a elegir? Paula Ramírez permanecía de pie frente a la ventana de cristal; sus dedos, casi sin darse cuenta, acariciaban el marco mientras la luz del sol atravesaba el vidrio y la envolvía, incapaz de disipar el frío alojado en su mirada. —Ya lo he decidido —respondió en voz baja. —¡Lo sabía! —Gabriela soltó una risa—. Desde niña siempre ibas tras Sergio, seguro que lo elegiste a él, ¿cierto? —No —replicó Paula, con voz serena—. No lo elijo a él. Del otro lado del teléfono, el silencio se hizo presente durante unos segundos. —Entonces... —Gabriela dudó—. ¿Vas a elegir entre Daniel, Emilio o Mario, que siempre te han querido? —Tampoco los elijo a ellos. Gabriela contuvo el aliento. —Entonces solo queda Raúl. Pero él es con quien peor te llevas. ¡Menos aún vas a... —Lo elijo a él —Paula interrumpió a Gabriela, con una firmeza insospechada en su voz—. Mamá, me voy a casar con Raúl Guerrero. —¿¡Qué!? —La voz de Gabriela se alzó de golpe—. Pauli, tú y Raúl nunca se han llevado bien. Cuando tenías cinco años lo empujaste a la piscina; a los diez, le pusiste chile en su pastel de cumpleaños; a los quince, lanzaste sus tenis de edición limitada a una fuente... Mientras Gabriela enumeraba una a una las travesuras que le había hecho a Raúl, una ligera sonrisa se dibujó en los labios de Paula, casi sin querer. —Hace un año dijiste que no querías volver a ver a Raúl —prosiguió Gabriela—. E hiciste que, furioso, se fuera del país. ¿Por qué de pronto quieres casarte con él? Paula bajó la mirada, apretando los dedos ligeramente. Porque, tras vivir una vida más, ahora sabía que, de entre los cinco hombres, solo Raúl la amaba de verdad, y ella nunca lo había notado. En su vida anterior, también estaba de pie en ese mismo lugar, rebosante de alegría, diciéndole a Gabriela que se casaría con Sergio Flores. Pero, ¿cómo habría de imaginar entonces que ese señor Flores, tan frío y noble, fingiría su propia muerte para huir del matrimonio por otra mujer, condenándola a veinte años de sufrimiento? Había nacido en la acaudalada familia Ramírez, de Valle Verde. Gabriela era gran amiga de las señoras de las familias Flores, Hernández, Vázquez, Álvarez y Guerrero. Ese año, las seis estuvieron embarazadas al mismo tiempo. En las otras cinco familias nacieron varones, y solo en la familia Ramírez nació una niña. El día que nació, las cinco señoras la envidiaron profundamente, compitiendo por cargar a la delicada y encantadora bebé. Al final, discutieron acaloradamente sobre quién sería la futura suegra. Gabriela, resignada, solo pudo prometer que, al cumplir su hija veintidós años, ella misma elegiría a su prometido de entre los cinco. En su vida pasada, eligió a Sergio sin vacilar. Aquel hombre al que persiguió durante toda su juventud, creyendo, de todo corazón, que lograría la felicidad. Pero en la víspera de la boda, él sufrió un accidente de avión y su cuerpo quedó completamente destruido. Ella, fuera de sí, buscó los restos de Sergio durante veinte años, sin rendirse. Daniel Hernández, Emilio Vázquez y Mario Álvarez siempre estuvieron a su lado, atentos y comprensivos, declarándole su amor y esperando poder ayudarla a superar su tristeza. Paula les agradecía su sinceridad y entrega, pero nunca logró olvidar a Sergio. Hasta aquella noche lluviosa... En las calles de Londres, Paula presenció con sus propios ojos cómo el "difunto" Sergio arrinconaba a Rosaura Cordero contra la pared y la besaba con pasión. Aquella estudiante de bajos recursos a quien ella misma había ayudado, en ese momento estaba siendo abrazada por su prometido. Daniel, Emilio y Mario se encontraban a un lado, esperando a que terminaran de besarse, para enseguida cubrir a Rosaura con un abrigo y ofrecerle fruta, todos la miraban con preocupación. —Te besó tanto tiempo que ya tienes los labios hinchados. —Rosita, no te preocupes. Quédate tranquila aquí, en el extranjero, y vive feliz junto a Sergio —le decían con ternura a Rosaura—. Mientras nosotros distraemos a Paula, ella jamás podrá encontrarlos. Fue en ese instante cuando Paula lo entendió todo: Sergio había estado enamorado de Rosaura desde hacía mucho tiempo, e incluso fue capaz de fingir su muerte y escapar solo por ella. Y Daniel, Emilio y Mario, en realidad, también amaban a Rosaura; fingieron estar interesados en Paula únicamente para retenerla y evitar que arruinara la felicidad de Rosaura. Al descubrir la verdad, Paula huyó despavorida, pero lamentablemente sufrió un accidente automovilístico, mientras Daniel, Mario, Emilio y Sergio la observaban desde el otro lado de la calle, mirando fríamente cómo moría. Al final, fue Raúl... Aquel hombre con quien Paula había tenido la relación más difícil desde niña, el mismo al que tantas veces trató con hostilidad, quien recogió sus restos y, con los ojos enrojecidos, se detuvo frente a su tumba. —¿Pauli? —La voz de Gabriela la trajo de regreso a la realidad—. ¿Sigues ahí? Paula respiró hondo; sus dedos temblaban ligeramente. —Mamá, ya lo decidí. En mi fiesta de cumpleaños número veintidós, anunciaré que elijo a Raúl como mi prometido. —Por favor, dile a Raúl que regrese al país cuanto antes. —Paula hizo una pausa; su voz era suave pero firme—. Mejor aún... Vayan tú y papá en persona, si no, probablemente él no lo creerá. Gabriela, aunque no comprendía del todo las intenciones de Paula, solo pudo suspirar por el cariño que le tenía. —Está bien. Si insistes, mañana mismo volamos a Suiza. Después de colgar, Paula por fin se relajó y subió las escaleras. Abrió un compartimiento secreto en su vestidor, donde estaban ordenadas cuatro elegantes cajas de regalo: un collar de diamantes de Sergio, un reloj de edición limitada de Daniel, una pintura de subasta de Emilio y un perfume personalizado de Mario. Cada uno de ellos era sumamente costoso y cada uno representaba una mentira de su vida pasada. Tomó las cajas y, sin mirar atrás, salió de la casa. Apenas llegó al jardín, una voz conocida se escuchó... —Sergio... —Rosaura, con los ojos enrojecidos y la voz entrecortada hablaba—. Pronto será el cumpleaños número veintidós de la señorita Paula. Ella te quiere tanto, seguro que te elegirá. Pronto tendrás esposa. Ya no puedo seguir contigo. La señorita Paula pagó mis estudios; he estado disfrutando de tu amor a sus espaldas y ya me siento demasiado culpable. Rosaura bajó la cabeza, su voz se apagó. —Usted es el heredero de la Corporación Montelar, alguien inalcanzable... Yo solo soy una estudiante pobre que pudo estudiar gracias a la familia Ramírez... Olvídese de este amor, por favor... Paula se detuvo en seco. A poca distancia, los cuatro hombres rodeaban a Rosaura. La expresión de Sergio era sombría; le sujetó la muñeca y declaró: —Sin mi permiso, ¿quién te dejara irte? Aunque Paula me elija, yo solo te amo a ti. —No te preocupes, ya lo tengo todo planeado. Si Paula me escoge, el día antes de la boda fingiré un accidente de avión y dejaré todo para irme contigo. —Rosita, no tienes nada de qué preocuparte. —Daniel le ofreció un pañuelo con dulzura—. Después de que ustedes escapen, nosotros tres distraeremos a Paula; jamás la dejaremos encontrarlos. Emilio agregó con una sonrisa: —Sí, tú solo vive felizmente con Sergio. —Rosita, con nosotros a tu lado, no tienes nada que temer —dijo Mario con cariño. —Pero... —Rosaura, mordiéndose los labios, tenía los ojos llenos de lágrimas—. Si la señorita Paula lo descubre, se va a sentir muy herida... Los cuatro hombres dijeron al unísono: —Solo nos importas tú. La vida de Paula no significa nada para nosotros. Paula, oculta tras un árbol, sintió que una mano invisible le apretaba el corazón. Así era. La vida de Paula no les importaba. Y en su vida pasada, efectivamente, así actuaron. Sin expresión, Paula siguió adelante abrazando las cajas de regalo, sus tacones resonando nítidamente sobre las piedritas del sendero. —¿Señorita Paula? —Rosaura se puso pálida, apresurándose a su encuentro—. ¿Q-qué hace aquí...? Paula ni la miró. —Tirando basura. —¡Déjeme ayudarle! —Rosaura se apresuró a tomar las cajas—. La familia Ramírez me pagó la universidad, yo prometí ser siempre agradecida y servicial. —No hace falta. —Señorita Paula, por favor, no sea tan cortés conmigo... Mientras discutían, de repente Rosaura tropezó. —¡Ah! Gritando, se aferró al brazo de Paula y ambas cayeron a la piscina. El agua helada las cubrió por completo en un instante. Paula no sabía nadar; luchaba desesperada por salir a la superficie. —¡Auxilio...! En la orilla, los cuatro hombres se lanzaron al agua al mismo tiempo. Pero no para salvarla a ella. Paula vio con claridad cómo todos nadaban ansiosos hacia Rosaura, mientras ella misma se hundía poco a poco. En el instante en que el agua le llenó la nariz, creyó ver a Sergio sacando a Rosaura, Daniel cubriéndola con su abrigo, Emilio presionando su pecho, Mario llamando a emergencias... Finalmente, fue Sergio quien tomó la cara de Rosaura y la besó con fuerza.
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