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Capítulo 6

Rosaura entró en la habitación con tacones altos, el maquillaje impecable y la cara radiante, formando un contraste brutal con Paula, que yacía envuelta en vendas de pies a cabeza. —Escuché que estás muy malherida. —Su voz dulce destilaba una malicia imposible de ocultar—. Estos días, Sergio no se ha apartado ni un momento de mí: me da de comer con sus propias manos, me arrulla para dormir... Luego inclinó la cabeza, fingiendo inocencia. —Y tú aquí, sola, sin que nadie venga a verte. Qué lástima, ¿no? Paula apartó la cara, negándose a mirarla. —¿Quieres que te ayude? —De pronto, Rosaura extendió la mano y presionó con fuerza la pierna fracturada de Paula. —¡Ah! —El dolor hizo que Paula empujara a Rosaura instintivamente. Rosaura trastabilló y cayó sentada en el suelo, con una expresión de incredulidad. —¿Te atreviste a empujarme? Se levantó enseguida, sacudiendo el polvo de su vestido, y masculló entre dientes: —Sergio me trata como si fuera su tesoro más preciado, me cuida, me protege... ¿Y aun así te atreves a tratarme así? —Perfecto, ya verás. Dicho esto, lanzó una mirada furiosa a Paula y salió cerrando la puerta de un portazo. El corazón de Paula latía con fuerza, presintiendo lo peor. No pasaron ni diez minutos cuando Sergio entró de una patada. —¡Paula! —Sergio, con la mirada enrojecida por la rabia, la tomó del cuello—. ¡Rosita vino a verte de buena fe y tú llamaste a unos desgraciados para atacarla! Los ojos de Paula se abrieron con espanto. —No es cierto... —¡Todavía te atreves a negarlo! Si no hubiera llegado a tiempo, casi la... Respiró hondo, y su mirada era tan fría como el hielo. —Sé que te gusto, pero ya te lo he dicho muchas veces: no te quiero. Si le haces daño a Rosita, no solo no te voy a querer, sino que te vas a ganar todo mi odio. Paula tosió con violencia, las lágrimas empañándole la vista. —Yo... De verdad... No... —Está bien. —Sergio de repente sonrió, pero era una sonrisa rara—. Ya que no lo reconoces, te haré pagar de la misma manera. Aplaudió y cinco hombres corpulentos entraron en la habitación. Las pupilas de Paula se contrajeron de terror. —¡Sergio! ¿Qué vas a hacer? —¿Qué crees? —La miró con frialdad—. Si te atreviste a dañar a Rosita, tienes que pagar el precio. Paula intentó bajarse de la cama, pero su cuerpo fracturado no respondía. —¿Estás loco? Si me haces daño, vas a destruir la alianza entre las dos familias. —Por Rosita, no me importa ser enemigo de la familia Ramírez. —Sergio se volvió hacia la puerta—. Disfruta de lo que viene. —¡Sergio! ¿De verdad eres tan cruel? —gritó Paula, al borde de la desesperación. Sergio se detuvo, la miró por encima del hombro. —Si de verdad tienes miedo, te doy una oportunidad. Si prometes no elegirme como prometido el día de tu cumpleaños, te dejaré en paz. —¡Nunca pensaba elegirte! —respondió Paula con voz quebrada—. ¡A quien sea menos a ti! La expresión de Sergio se endureció. —¿No vas a elegirme? ¿De verdad crees que te lo voy a creer? Dejó escapar una carcajada. —Desde niña siempre anduviste detrás de mí, llevas años enamorada... Si sigues insistiendo, no me culpes por ser despiadado. En cuanto se cerró la puerta, los cinco hombres rodearon a Paula. Ella, al borde de la desesperación, cerró los ojos. El sonido de la tela desgarrándose llenó el silencio...

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