Capítulo 5
Los tres hombres se miraron entre sí, y en sus labios se curvaron al mismo tiempo en una sonrisa indulgente, como si tomaran la negativa de Paula como un simple capricho infantil.
—Pues mira —dijo Mario inclinándose hacia adelante—, Pauli, con un día tan bonito... ¿Por qué no vamos al club ecuestre a distraernos un poco?
Paula negó con frialdad. —No quiero ir.
—Anda, no seas así. —Insistió Emilio—. Salir a tomar aire fresco te hará bien para tu recuperación.
Daniel la tomó del brazo y la llevó hacia el auto. —Vamos.
El Club Ecuestre La Estrella lucía un pasto verde esmeralda, y la brisa traía consigo el aroma fresco de la hierba, pero Paula solo sentía un frío que le calaba hasta los huesos.
—Pauli, escoge primero el caballo que quieras montar —le dijo Emilio, entregándole un casco—. Nosotros vamos a prepararte algo de comer.
Paula tomó el casco con desgana y eligió al azar una yegua dócil.
En ese momento, solo quería alejarse de esas personas que la asfixiaban, aunque fuera por un instante de tranquilidad.
La yegua comenzó a trotar y la brisa le acarició la cara; por fin, Paula pudo olvidar temporalmente todas sus penas.
Pero justo cuando bajó la guardia, un alboroto estalló a lo lejos.
¡Jiiiii!
Cientos de caballos aparecieron de la nada, desbocados, corriendo en dirección a ella.
Paula intentó girar su montura, pero ya era demasiado tarde.
Tiró de las riendas con todas sus fuerzas, pero la yegua aterrorizada no obedecía.
En medio del caos, fue derribada y cayó violentamente al suelo.
—¡Ah!
Cuando la primera pezuña aplastó su pierna, Paula escuchó el crujido de sus huesos fracturándose.
Después llegó la segunda, la tercera...
Paula se encogió sobre el césped, y la sangre fue tiñendo de rojo el verde a su alrededor. Antes de perder el conocimiento, en el último instante, alcanzó a distinguir tres figuras a lo lejos, que la observaban fríamente.
Al recuperar la conciencia, la luz cegadora la obligó a entrecerrar los ojos. Su cuerpo, cubierto de vendas, ya no le parecía propio; cualquier mínimo movimiento le provocaba un dolor desgarrador.
Desde fuera de la habitación, la voz helada de Sergio se filtró hasta ella. —Se pasaron de la raya.
Paula contuvo la respiración.
—Yo solo le pedí que Rosita recibiera algo de sangre, pero ustedes… —La voz de Sergio sonaba fría y distante—. No solo pagaron a las enfermeras para torturarla, sino que también soltaron a cientos de caballos para que la pisotearan. Ahora, con fracturas múltiples en todo el cuerpo, por poco no sobrevive.
—¿Y qué? Se lo merece por meterse con Rosita —contestó Mario, con un tono tan ligero y cruel que resultaba escalofriante—. Solo fue una pequeña lección.
—Tener que fingir que la quiero cada día me da asco. —La voz de Daniel era un cuchillo afilado, directo al corazón de Paula—. Si no fuera por Rosita, ¿quién querría seguirle este juego?
Paula se mordió el labio hasta sentir el sabor metálico de la sangre.
Así que esas "accidentales" quemaduras, la sangre en la aguja, incluso este accidente minuciosamente planeado, todo era para vengar a Rosaura.
Paula no podía entenderlo.
Aunque ya no la quisieran, seguían siendo amigos de toda la vida.
La llamaron "Pauli", le acariciaron la cabeza, la cuidaron durante sus enfermedades, se esmeraron en prepararle sorpresas de cumpleaños...
Pero ahora, por una mujer a la que apenas conocían desde hacía unos meses, eran capaces de destruirla por completo.
Paula quiso salir corriendo y exigirles una explicación, quiso gritarles entre lágrimas, pero el dolor la sobrepasó como una ola y perdió el conocimiento de nuevo.
No supo cuánto tiempo pasó. Cuando volvió en sí, la habitación estaba vacía y solo la pantalla de su celular iluminaba la oscuridad, mostrando tres mensajes sin leer.
[Pauli, lo sentimos. Fue culpa nuestra no haberte protegido. No tenemos cara para verte, ya volamos fuera del país para comprarte regalos en compensación.]
[Recupérate bien, estaremos esperando tu regreso.]
[Dinos qué quieres, te lo traeremos sin falta.]
Paula dejó el celular a un lado, ya no le quedaban fuerzas ni para el dolor.
No quería verlos, ni escuchar más de ese falso afecto; solo deseaba quedarse sola en la cama, recuperándose en silencio.
Sin embargo, ese día, la puerta de la habitación se abrió de repente.