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Capítulo 4

Cuando Paula abrió los ojos, la luz blanca y cegadora la obligó instintivamente a alzar la mano para protegerse. Las múltiples marcas de agujas en su brazo le recordaron la violencia de aquella extracción forzada de sangre. —¡Pauli! ¡Por fin despertaste! Daniel fue el primero en acercarse a su cama; en esos ojos, que siempre aparentaban afecto, solo se veía ahora una preocupación artificial. Extendió la mano para tocar la cara de Paula, pero ella, por puro instinto, giró la cabeza y lo evitó. —Perdón, llegamos demasiado tarde —dijo Emilio con una voz suavemente compasiva—. ¡Sergio se pasó de la raya! ¿Cómo pudo obligarte a donar sangre? Mario le acercó un vaso de agua tibia. —Descansa. Ahora mismo iremos a buscar a Sergio para pedirle cuentas. Paula los observó, percibiendo la torpeza de su actuación, mientras la garganta le ardía de sequedad. Esta escena le resultaba demasiado familiar: en su vida anterior, cada vez que Sergio la ignoraba, Emilio, Mario y Daniel aparecían de inmediato con palabras dulces para consolarla. ¿Y después? Después siempre encontraban algún pretexto para irse, y se iban a acompañar a quien de verdad amaban. —No hace falta —murmuró con voz ronca—. Prefiero estar sola. Emilio, Mario y Daniel intercambiaron miradas; Daniel fue el primero en levantarse. —Está bien, descansa. Nosotros... Volveremos pronto. Salieron apresurados, sin siquiera cerrar bien la puerta. Paula, atenta a la rendija, escuchó las voces apagadas en el pasillo. —¿Rosita ya despertó? —Sergio no deja que nadie la vea... —Vamos a comprarle primero su postre favorito... Cuando la puerta se cerró por completo, Paula se echó a reír entre lágrimas. Estaba tan cansada, tan exhausta, que ya ni fuerzas tenía para desenmascarar sus mentiras. En los días siguientes, Paula permaneció sola en la cama del hospital. Cada vez que la enfermera iba a cambiarle las vendas, la miraba como si quisiera decirle algo, pero al final solo suspiraba. —Señorita Paula, ¿tampoco vinieron sus amigos hoy? Paula negaba con la cabeza, con la vista fija en el ramo de lirios marchitos en la mesita de noche. Daniel se lo había llevado tres días antes; los bordes de los pétalos ya estaban amarillos y rizados, exactamente igual que su falso afecto. Su celular vibró: era un mensaje de Emilio. [Pauli, surgió una emergencia en la empresa, tenemos que salir del país. Ya contratamos a la mejor enfermera para que te cuide, no te preocupes]. Luego escribió Mario. [Princesa, ¡cuando regresemos te traeremos regalos!] Y finalmente Daniel. [Recupérate bien. Cuando regresemos, te llevare a cenar a tu restaurante francés favorito]. Paula tiró el celular a un lado. No le importaba si iban o venían; lo que realmente no soportaba eran las enfermeras que contrataron, siempre torpes e inexpertas. Le derramaron agua hirviendo en la mano, no notaron cuando la aguja sangraba, y al cambiarle las vendas, tiraban de la gasa haciéndole daño... Al final, no solo no sanaron sus heridas, sino que sumaron quemaduras y moretones. —Quiero darme de alta. Finalmente, Paula no pudo soportar más y, desoyendo cualquier objeción, firmó su salida del hospital. Al mismo tiempo, Daniel, Emilio y Mario terminaron sus "asuntos de trabajo" y fueron a buscarla para acompañarla al alta. Al pasar junto a la habitación VIP, una conversación suave llegó a sus oídos por la puerta entreabierta. —Toma un poco más, ¿sí? —La voz de Sergio era baja y cariñosa—. El doctor dijo que tienes que alimentarte mejor. Paula se detuvo. Por la rendija, vio a Sergio dándole de comer a Rosaura con extrema delicadeza, sosteniendo la cuchara como si se tratara del más frágil de los tesoros. —Estos días el señor Sergio no se ha separado ni un segundo de la señorita Rosaura —susurró una enfermera a su compañera—. Hasta postergó reuniones de la empresa, está muy pendiente. Los dedos de Paula se aferraron inconscientemente al borde de su ropa. —Pauli... —Daniel se acercó al instante, con el rostro hermoso y una preocupación fingida—. No te pongas triste. Sergio no sabe lo que se pierde, pero nosotros sí te valoramos. —Exactamente —añadió Emilio con voz suave—. En tu fiesta de cumpleaños, puedes elegir a uno de nosotros tres. Mario también se sumó. —Te vamos a tratar como te mereces. Paula sonrió levemente, pero su mirada era tan fría como el hielo. —No quiero elegir. Alzó la vista y, con absoluta claridad, declaró: —De los cuatro, no quiero a ninguno de ustedes.

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